"Los cuentos son una medicina. Tienen un poder extraordinario; no exigen que hagamos, seamos o pongamos en práctica algo: basta con que escuchemos. Los cuentos contienen los remedios para reparar o recuperar cualquier pulsión perdida". Clarissa Pinkola Estés.

jueves, 30 de marzo de 2017

La vaca

Un maestro samurai paseaba por un bosque con su fiel discípulo, cuando vio a lo lejos un sitio de apariencia pobre, y decidió hacer una breve visita al lugar. Durante la caminata le comentó al aprendiz sobre la importancia de realizar visitas, conocer personas y las oportunidades de aprendizaje que obtenemos de estas experiencias. Llegando al lugar constató la pobreza del sitio: los habitantes, una pareja y tres hijos, vestidos con ropas sucias, rasgadas y sin calzado; la casa, poco más que un cobertizo de madera...

Se aproximó al señor, aparentemente el padre de familia y le preguntó: 

- En este lugar donde no existen posibilidades de trabajo ni puntos de comercio tampoco, ¿cómo hacen para sobrevivir? El señor respondió:

- Amigo mío, nosotros tenemos una vaca que da varios litros de leche todos los días. Una parte del producto la vendemos o lo cambiamos por otros géneros alimenticios en la ciudad vecina y con la otra parte producimos queso, cuajada, etc., para nuestro consumo. Así es como vamos sobreviviendo.
El sabio agradeció la información, contempló el lugar por un momento, se despidió y se fue. A mitad de camino, se volvió hacia su discípulo y le ordenó:

- Busca la vaca, llévala al precipicio que hay allá enfrente y empújala por el barranco.

El joven, espantado, miró al maestro y le respondió que la vaca era el único medio de subsistencia de aquella familia. El maestro permaneció en silencio y el discípulo cabizbajo fue a cumplir la orden. Empujó la vaca por el precipicio y la vio morir. Aquella escena quedó grabada en la memoria de aquel joven durante muchos años.
Un bello día, el joven agobiado por la culpa decidió abandonar todo lo que había aprendido y regresar a aquel lugar. Quería confesar a la familia lo que había sucedido, pedirles perdón y ayudarlos.
Así lo hizo. A medida que se aproximaba al lugar, veía todo muy bonito, árboles floridos, una bonita casa con un coche en la puerta y algunos niños jugando en el jardín. El joven se sintió triste y desesperado imaginando que aquella humilde familia hubiese tenido que vender el terreno para sobrevivir. Aceleró el paso y fue recibido por un hombre muy simpático.

El joven preguntó por la familia que vivía allí hacia unos cuatro años. El señor le respondió que seguían viviendo allí. Espantado, el joven entró corriendo en la casa y confirmó que era la misma familia que visitó hacia algunos años con el maestro. Elogió el lugar y le preguntó al señor (el dueño de la vaca):

- ¿Cómo hizo para mejorar este lugar y cambiar de vida?

El señor entusiasmado le respondió: 
- Nosotros teníamos una vaca que cayó por el precipicio y murió. De ahí en adelante nos vimos en la necesidad de hacer otras cosas y desarrollar otras habilidades que no sabíamos que teníamos. Así alcanzamos el éxito que puedes ver ahora.

Narada



El sabio indio Narada partió en peregrinación hacia el templo del Señor Vishná. Una noche se detuvo en una aldea y le dieron asilo en la choza de una pobre pareja. A la mañana siguiente, antes de que marchara, el hombre le dijo a Narada: «Ya que vas a ver al Señor Vishná, pídele que nos conceda un hijo a mi mujer y a mí porque son muchos años ya los que llevamos sin descendencia».

Cuando Narada llegó al templo, dijo al Señor:
«Aquel hombre y su mujer fueron muy amables conmigo. Ten compasión de ellos y dales un hijo». El Señor de un modo terminante, le replicó: «En el destino de ese hombre no está el tener hijos». De modo que Narada, una vez hechas sus devociones, regresó a casa. 

Cinco años más tarde emprendió la misma peregrinación y se detuvo en la misma aldea, siendo hospedado una vez más por la misma pareja. Pero en esta ocasión había dos niños jugando a la entrada de la choza.
 
«¿De quién son estos niños?», preguntó Narada. «Míos», respondió el hombre. Narada quedó desconcertado. Y el hombre prosiguió: «Hace cinco años, poco después de que tú te marcharas, llegó a nuestra aldea un santo mendigo. Nosotros le dimos hospedaje aquella noche. Y a la mañana siguiente, antes de partir nos bendijo a mi mujer y a mí... y el Señor nos ha dado estos dos hijos».

Cuando Narada lo oyó, no pudo esperar más y marchó inmediatamente al templo del Señor Vishnú. Una vez allí, gritó desde la misma entrada del templo: «¿No me dijiste que no estaba en el destino de aquel hombre el tener hijos? ¿Cómo es que ahora tiene dos?».

Cuando el Señor le oyó, rió sonoramente y dijo: «Debe de haber sido cosa de un santo. Los santos tienen el poder de cambiar el destino».

jueves, 9 de marzo de 2017

La dama del colmillo verde

Se cuenta la historia de los cinco hijos del rey irlandés Eochaid; de cómo, un día que fueron de ca­cería, se encontraron perdidos, cercados por todas partes. Como estaban sedientos, partieron uno por uno en busca de agua. Fergus fue el primero y llegó a una fuente en donde encontró a una anciana de pie.

El aspecto de la vieja era éste: más negro que el carbón era cada pedazo y parte de su cuerpo, de la cabeza al suelo; comparable a la cola de un caballo salvaje era la grisácea y metálica masa del pelo que crecía en la parte superior de su cabeza, tenía en la cabeza una hoz, un colmillo verdoso que se curvaba hasta tocar su oreja y con ella podía cortar la rama verde de un encino en pleno florecimiento; tenía los ojos oscurecidos y nublados de humo; la nariz ganchuda, de aletas amplias; la barriga arrugada y pecosa, de diversas maneras enfer­ma; deformes y torcidas las pantorrillas, que terminaban en pesados tobillos y un par de enormes patas; tenía las rodillas nudosas y las uñas lívidas.

Toda la descripción de la dama era de hecho asquerosa. ‘Así eres ¿no es verdad?’, dijo el muchacho. ‘Así mismo soy’, contestó ella. ‘¿Es verdad que estás cuidando la fuente?’, preguntó él, y ella dijo: ‘Es verdad’. ‘¿Me das permiso de llevarme un poco de agua?’ ‘Te lo doy —consintió ella—, pero primero has de besarme en la mejilla’. ‘De ningún modo’, dijo él. ‘Entonces no te he de conceder el agua’. ‘Te doy mi palabra —dijo él—, de que prefiero perecer de sed antes que darte un beso.’ Entonces el joven regresó al lugar adonde estaban sus hermanos y les dijo que no había podido conseguir el agua. Olioll, Brian y Fiachra de la misma manera fueron en su busca e igualmente llegaron a la misma fuente.

Cada uno de ellos le pidió el agua a la vieja, pero le negó el beso. Finalmente fue Niall y llegó a la misma fuente. “ ‘¡Déja­me tomar agua, mujer!’, le gritó. ‘Te la daré —dijo ella— si me das un beso.’ Él contestó: ‘No sólo te daré un beso sino que te abrazaré’. Entonces se inclinó a abrazarla y le dio un beso. Cuando terminó dicha operación y él la miró, no había en el mundo entero una joven de porte más gra­cioso, ni universalmente más hermosa que ella: de la cabe­za al suelo, cada una de sus partes podía ser comparada a la nieve recién caída que yace en los surcos; redondeados y exquisitos eran sus brazos, sus dedos largos y delgados; tenía las piernas derechas y de adorable color; dos sanda­lias de bronce blanco embellecían sus pies blancos y suaves y la tierra que pisaba; la ceñía un amplio manto del más fino vellón de color escarlata y en dicho indumento un broche de plata blanca; tenía brillantes dientes como perlas, ojos grandes y regios, la boca roja como el fruto del fres­no.

‘Esto, mujer, es un conjunto de encantos’, dijo el joven. ‘Eso es verdad’. ‘Y ¿quién eres tú?’, insistió él. ‘El Poder Real soy yo’, y pronunció lo siguiente:‘Rey de Tara. Yo soy el Poder Real...’ ‘Ve ahora —dijo ella— a tus hermanos y lleva contigo el agua; de hoy en adelante, para ti y para tus hijos ha de ser para siempre el reinado y la fuerza suprema... Y así como primero me has visto fea, brutal y repugnante, y al final hermosa, así es el poder real: porque sin batallas, sin feroces conflictos no puede ganarse; pero al final, aquel que es rey no importa de qué, se muestra siempre gentil y hermoso.’

 Extraído de "El Héroe de las mil caras" de Joseph Campbell

martes, 7 de marzo de 2017

Empezar por lo pequeño



Un asceta meditaba profundamente en su cueva cuando se sintió molestado por un ratoncillo que se puso a roer sus ropas.
-Márchate estúpido -dijo el ermitaño-. ¿No ves que has interrumpido mi meditación?
-Es que tengo hambre -contestó el ratón.
-Llevaba más de treinta días de meditación buscando la unidad con Dios y me has hecho fracasar -se lamentó el ermitaño.
-¡Cómo buscas la unidad con Dios si no puedes siquiera sentirte unido a mí que sólo soy un simple ratón? -respondió el roedor.

Las puertas del infierno y del paraíso

"Las puertas del infierno y del paraíso”.
Un samurái se presentó delante del maestro zen Hakuin y le preguntó: “¿Existen realmente el infierno y el paraíso?”.
– ¿Quién eres tú?- preguntó el Maestro.
– Soy un samurái.
– ¡Tú, un guerrero! – exclamó Hakuin. Pero mírate bien ¿qué señor va a querer tenerte a su servicio? Pareces un mendigo. La cólera se apoderó del samurai. Aferró su sable y lo desenvainó. Hakuin continuó:
– Ah, ¡pero si incluso tienes un sable! Aunque seguramente eres demasiado torpe para cortarme la cabeza con él. Fuera de sí, el samurai levantó su sable dispuesto a golpear al maestro. En ese momento éste le dijo:
-Aquí se abren las puertas del infierno.
Sorprendido por la seguridad tranquila del monje, el samurai envainó el sable y se inclinó respetuosamente.
-¡Aquí se abren las puertas del paraíso!
(Citado por P. Faulliot, El blanco invisible)

Aun la llevas contigo

Dos monjes estaban peregrinando de un monasterio a otro y durante el camino debían atravesar una vasta región formada por colinas y bosques.
Un día, tras un fuerte aguacero, llegaron a un punto de su camino donde el sendero estaba cortado por un riachuelo convertido en un torrente a causa de la lluvia. Los dos monjes se estaban preparando para vadear, cuando se oyeron unos sollozos que procedían de detrás de un arbusto. Al indagar comprobaron que se trataba de una chica que lloraba desesperadamente. Uno de los monjes le preguntó cuál era el motivo de su dolor y ella respondió que, a causa de la riada, no podía vadear el torrente sin estropear su vestido de boda y al día siguiente tenía que estar en el pueblo para los preparativos. Si no llegaba a tiempo, las familias, incluso su prometido, se enfadarían mucho con ella.
El monje no titubeó en ofrecerle su ayuda y, bajo la mirada atónita del otro religioso, la cogió en brazos y la llevó al otro lado de la orilla. La dejó ahí, la saludó deseándole suerte y cada uno siguió su camino.
Al cabo de un rato el otro monje comenzó a criticar a su compañero por esa actitud, especialmente por el hecho de haber tocado a una mujer, infringiendo así uno de sus votos. Pese a que el monje acusado no se enredaba en discusiones y ni siquiera intentaba defenderse de las críticas, éstas prosiguieron hasta que los dos llegaron al monasterio. Nada más ser llevados ante el Abad, el segundo monje se apresuró a relatar al superior lo que había pasado en el río y así acusar vehementemente a su compañero de viaje.
Tras haber escuchado los hechos, el Abad sentenció: "Él ha dejado a la chica en la otra orilla, ¿tú, aún la llevas contigo?".

Interpretando los símbolos



Una vez un monje mendicante llegó a un monasterio en busca de alojamiento. Según
la tradición lo normal era entablar con el recién llegado un debate sobre distintos aspectos de la enseñanza budista en el que se ponía a prueba tanto al huésped como a los monjes del cenobio. Pero aquel día todos estaban muy cansados, así que el abad decidió que el debate corriera a cargo de un monje que, además de tuerto, tenía pocas luces.
El abad decidió aconsejarlo:
-Como no tienes mucho conocimiento ni facilidad de palabra, procura que el debate se haga en silencio, y además intenta que sea lo más corto posible.
A la mañana siguiente, el abad se encontró con el visitante, que ya partía.
-¿Qué tal fue el debate? -preguntó.
-Puedes sentirte satisfecho de tus monjes, él dijo ser el más torpe de todos, pero confieso que me derrotó claramente por su elevada comprensión del budismo.
-Cuéntame cómo fue el diálogo -rogó el abad.
-Para empezar, yo levanté un dedo, queriendo expresar al Buda. Él contestó levantando dos dedos, haciéndome ver que una cosa era el Buda y otra sus enseñanzas. Yo entonces levanté tres dedos, indicando al Buda, su enseñanza y sus monjes. Pero a continuación él lanzó un puño contra mi cara haciéndome entender que todo parte de una comprensión única y definitiva. No supe qué contestar, así que, derrotado, me marcho de tu monasterio.
Instantes después apareció el monje tuerto, y el abad le pidió el relato de lo ocurrido en el debate.
-Ese hombre era un maleducado, empezó levantando un dedo recordándome que yo tenía solo un ojo; yo fui benevolente y levanté los dos dedos en señal de que él afortunadamente tenía los dos ojos, pero insistió en el insulto al levantar los tres
dedos mostrando que entré él y yo teníamos tres ojos, así que le di un puñetazo. Entonces se levantó y se dio la vuelta sin decir nada.

Todos tenemos grietas

Un hombre cargador de agua de India tenía dos grandes vasijas que colgaban a los extremos de un palo y que llevaba encima de los hombros. Una de las vasijas tenía varias grietas, mientras que la otra era perfecta y conservaba todo el agua al final del largo camino a pie desde el arroyo hasta la casa de su patrón; en cambio cuando llegaba, la vasija rota solo tenía la mitad del agua.
Durante dos años completos esto fue así diariamente, desde luego la vasija perfecta estaba muy orgullosa de sus logros, pues se sabía perfecta para los fines para los que fue creada. Pero la pobre vasija agrietada estaba muy avergonzada de su propia imperfección, y se sentía miserable porque solo podía hacer la mitad de todo lo que se suponía que era su obligación.
Después de dos años, la tinaja quebrada le hablo al aguatero:
-“Estoy avergonzada y me quiero disculpar contigo porque debido a mis grietas solo puedes entregar la mitad de mi carga y solo obtienes la mitad del valor que deberías recibir.”
El aguatero le dijo compasivamente:
-“Cuando regresemos a la casa quiero que notes las bellísimas flores que crecen a lo largo del camino”. Así lo hizo la tinaja. Y en efecto, vio muchísimas flores a lo largo del trayecto. Sin embargo se sintió apenada porque solo quedaba dentro suyo, la mitad del agua que debía llevar.

El aguatero le dijo entonces:
-“¿Te diste cuenta de que las flores solo crecen en tu lado del camino? Siempre he sabido de tus grietas y quise sacar el lado positivo de ello. Sembré semillas de flores a lo largo camino por donde vas y todos los días las has regado y por dos años yo he podido recoger estas flores. Si no fueras exactamente como eres, con todo y tus defectos, no hubiera sido posible crear esta belleza.”