"Los cuentos son una medicina. Tienen un poder extraordinario; no exigen que hagamos, seamos o pongamos en práctica algo: basta con que escuchemos. Los cuentos contienen los remedios para reparar o recuperar cualquier pulsión perdida". Clarissa Pinkola Estés.

viernes, 17 de septiembre de 2021

Las tentaciones de Cristo




1) Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. Y después de hacer un ayuno de cuarenta días y cuarenta noches, al fin sintió hambre. Y acercándose el tentador, le dijo: « Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes ».

Mas él respondió: « Está escrito: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios ».

2) Entonces el diablo le lleva consigo a la Ciudad Santa, le pone sobre el alero del Templo, y le dice: « Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: A sus ángeles te encomendará, y en sus manos te llevarán, para que no tropiece tu pie en piedra alguna». Jesús le dijo: « También está escrito: No tentarás al Señor tu Dios. »

3) Todavía le lleva consigo el diablo a un monte muy alto, le muestra todos los reinos del mundo y su gloria, y le dice: « Todo esto te daré si postrándote me adoras ». Dícele entonces Jesús: « Apártate, Satanás, porque está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a él darás culto ».

Entonces el diablo le deja. Y he aquí que se acercaron unos ángeles y le servían. (Mt. 4, 1-11)

San Bernardo de Claraval

 



“Cuando era niño, San Bernardo de Claraval sufría de dolores de cabeza. Una joven vino a visitarlo un día, para calmar sus sufrimientos con canciones. Pero el niño, indig­nado, la envió fuera del cuarto. Dios lo recompensó por su celo, pues se levantó del lecho inmediatamente; ya estaba curado.


El viejo enemigo del hombre, habiendo percibido que el pequeño Bernardo era de disposición tan íntegra, se de­dicó a poner trampas a su castidad. Cuando el niño, sin embargo, instigado por el diablo, permaneció un día mi­rando por algún tiempo a una dama, se ruborizó repentina­mente y se introdujo en el agua helada de una fuente como penitencia, hasta que se helaron sus huesos. Otra vez, cuando dormía, vino a su lecho una joven desnuda. Ber­nardo, al enterarse de su presencia, cedió en silencio la parte de la cama en que yacía y moviéndose hasta el otro lado volvió a dormirse. Habiéndolo tocado y acariciado por algún tiempo, la infeliz muchacha se sintió tan avergon­zada, a pesar de su desvergüenza, que se levantó y huyó a toda prisa, llena de horror de sí misma y de admiración por el joven.


Otra vez, cuando Bernardo con algunos amigos había aceptado la hospitalidad del hogar de cierta rica dama, ella, observando su belleza, fue arrebatada por la pasión de dormir con él. Se levantó esa noche de su cama y vino a colocarse al lado de su huésped. Pero él, tan pronto sin­tió a alguien cerca, empezó a gritar: ‘¡Ladrón! ¡Ladrón!’ Inmediatamente la mujer huyó, todos en la casa desper­taron, encendieron linternas, y todos empezaron a buscar al malhechor. Pero como a nadie se encontró, todos volvie­ron a sus camas y a dormirse, con la sola excepción de esta dama, que, incapaz de cerrar los ojos, de nuevo se le­vantó y se deslizó en el lecho de su huésped. Bernardo empezó a gritar: ’¡Ladrón!’, y de nuevo la alarma y las investigaciones. Después de aquello, se expuso la dama por tercera vez a ser humillada de la misma manera; de modo que finalmente abandonó su malvado proyecto, ya por te­mor o por desaliento. Al día siguiente, los compañeros de Bernardo le preguntaron en el camino por qué tenía tantos sueños con ladrones. Y él les contestó: ‘En verdad tuve que rechazar los ataques de un ladrón, porque mi anfitriona trataba de robarme un gran tesoro, y de haberlo perdido, nunca hubiera podido recobrarlo.’


Todo esto convenció a Bernardo de que era cosa ries­gosa vivir cerca de la serpiente. Por lo cual decidió aban­donar el mundo y entrar en la orden monástica de los cistercienses.”

Ulises y las sirenas



 En el canto XII de la Odisea la diosa Circe acoge a Ulises y a sus hombres tras su vuelta del Hades y después de festejarlos generosamente les advierte de los peligros que tendrán que arrastrar en sus próximas singladuras camino de Ítaca, la primera de ellas la Isla de las Sirenas, "Tendréis que pasar cerca de las sirenas que encantan a cuantos hombres se les acercan. ¡Loco será quién se detenga a escuchar sus cánticos pues nunca festejaran su mujer y sus hijos su regreso al hogar!. Las sirenas les encantarán con sus frescas voces. Pasa sin detenerte después de taponar con blanda cera las orejas de tus compañeros, ¡qué ni uno solo las oiga!. Tu solo podrás oírlas si quieres , pero con los pies y las manos atados y en pie sobre la carlinga , hazte amarrar al mástil para saborear el placer de oír su canción".

Odiseo y su gente se hacen a la mar y al acercarse a la Isla de las Sirenas y su florido prado, obedeciendo el consejo de la diosa y tras untar cera recién derretida en el oído de sus compañeros, ordena que estos le aten de pies y manos al firme mástil. Al notar las Sirenas la presencia de la embarcación entonan su sonoro canto preludiado con tentadoras palabras, " …Detén tu nave y ven a escuchar nuestras voces. Después de deleitarse con ellas quienes las escucharon se van alegres conociendo muchas cosas que ignoraban, … sabemos cuanto sucede sobre la tierra fecunda".

Es el propio Ulises, en su relato a Alcínoo, quien habla de cómo fue el encuentro, "Entonces mi corazón deseo escucharlas y ordené a mis compañeros que me soltaran haciéndoles señas con  mis cejas , pero ellos se echaron hacia delante y remaban, y luego se levantaron Perimedes y Euríloco y me ataron con más cuerdas, apretándome todavía más".  

Nada más nos cuenta Homero de este fascinante cruce, qué naturaleza era la del irresistible canto, cómo su música y de qué hablaban las sonoras voces, pero la sola imagen de ese canto que podría haber lanzado a la muerte -advertida con antelación por Circe- al fecundísimo en ingenio, al astuto Ulises si no se hubieran mantenido firmes sus compañeros en la orden dada por éste con antelación, no ha dejado de fecundar nuestra imaginación.