“Cuando era niño, San Bernardo de Claraval sufría de dolores de cabeza. Una joven vino a visitarlo un día, para calmar sus sufrimientos con canciones. Pero el niño, indignado, la envió fuera del cuarto. Dios lo recompensó por su celo, pues se levantó del lecho inmediatamente; ya estaba curado.
El viejo enemigo del hombre, habiendo percibido que el pequeño Bernardo era de disposición tan íntegra, se dedicó a poner trampas a su castidad. Cuando el niño, sin embargo, instigado por el diablo, permaneció un día mirando por algún tiempo a una dama, se ruborizó repentinamente y se introdujo en el agua helada de una fuente como penitencia, hasta que se helaron sus huesos. Otra vez, cuando dormía, vino a su lecho una joven desnuda. Bernardo, al enterarse de su presencia, cedió en silencio la parte de la cama en que yacía y moviéndose hasta el otro lado volvió a dormirse. Habiéndolo tocado y acariciado por algún tiempo, la infeliz muchacha se sintió tan avergonzada, a pesar de su desvergüenza, que se levantó y huyó a toda prisa, llena de horror de sí misma y de admiración por el joven.
Otra vez, cuando Bernardo con algunos amigos había aceptado la hospitalidad del hogar de cierta rica dama, ella, observando su belleza, fue arrebatada por la pasión de dormir con él. Se levantó esa noche de su cama y vino a colocarse al lado de su huésped. Pero él, tan pronto sintió a alguien cerca, empezó a gritar: ‘¡Ladrón! ¡Ladrón!’ Inmediatamente la mujer huyó, todos en la casa despertaron, encendieron linternas, y todos empezaron a buscar al malhechor. Pero como a nadie se encontró, todos volvieron a sus camas y a dormirse, con la sola excepción de esta dama, que, incapaz de cerrar los ojos, de nuevo se levantó y se deslizó en el lecho de su huésped. Bernardo empezó a gritar: ’¡Ladrón!’, y de nuevo la alarma y las investigaciones. Después de aquello, se expuso la dama por tercera vez a ser humillada de la misma manera; de modo que finalmente abandonó su malvado proyecto, ya por temor o por desaliento. Al día siguiente, los compañeros de Bernardo le preguntaron en el camino por qué tenía tantos sueños con ladrones. Y él les contestó: ‘En verdad tuve que rechazar los ataques de un ladrón, porque mi anfitriona trataba de robarme un gran tesoro, y de haberlo perdido, nunca hubiera podido recobrarlo.’
Todo esto convenció a Bernardo de que era cosa riesgosa vivir cerca de la serpiente. Por lo cual decidió abandonar el mundo y entrar en la orden monástica de los cistercienses.”