"Los cuentos son una medicina. Tienen un poder extraordinario; no exigen que hagamos, seamos o pongamos en práctica algo: basta con que escuchemos. Los cuentos contienen los remedios para reparar o recuperar cualquier pulsión perdida". Clarissa Pinkola Estés.

viernes, 1 de octubre de 2021

Los Guerreros Gemelos Navajo y su padre el Sol



Cuando los Guerreros Gemelos de los Návajo se sepa­raron de la Mujer Araña, llevando sus consejos y sus amu­letos protectores, habían recorrido el camino entre las rocas que aplastaban, las cañas que rompían en pedazos, los cactos que deshacían y las arenas ardientes, y por fin llega­ron a la casa del Sol, su padre. La puerta estaba vigilada por dos osos, que se levantaron y gruñeron, pero las pa­labras que la Mujer Araña había enseñado a los muchachos hicieron que los animales se aplacaran. Después de los osos, los amenazaron una pareja de serpientes, luego vien­tos y luego relámpagos, que eran los guardianes del último umbral.48 Todos se aplacaron, sin embargo, con las pala­bras que ellos habían aprendido.

Construida de turquesas, la casa del Sol era grande y cuadrada y estaba en la playa de un enorme océano. Los jóvenes entraron en ella, y vieron a una mujer sentada en el lado oeste, a dos hermosos mancebos en el sur, y a dos hermosas doncellas en el norte. Las doncellas se le­vantaron sin decir palabra, envolvieron a los recién llegados en cuatro coberturas celestes y los colocaron en un estante. Los jóvenes permanecieron quietos. Después un llamador que colgaba sobre la puerta sonó cuatro veces y una de las doncellas dijo: “Ha llegado nuestro padre.”

El portador del sol entró en su casa, se quitó el sol de la espalda y lo colgó en un perchero en la pared oeste del cuarto, donde se sacudió y resonó por un rato haciendo: ¡Tla-tla! ¡tla! ¡tla! Se volvió a la mujer de más edad y preguntó enojado: “¿Quiénes son esos dos que entraron hoy aquí?” Pero la mujer no contestó. Los jóvenes se miraban uno a otro. El portador del sol repitió su pre­gunta cuatro veces con gran furia, hasta que la mujer le dijo: “Sería bueno que no hablaras demasiado. Dos jóve­nes llegaron hoy, buscando a su padre. Me has dicho que no haces visitas cuando sales y que no conoces otra mujer más que yo. Entonces, ¿de quién son hijos éstos?” Señaló al bulto que estaba en el estante y los muchachos sonrieron significativamente el uno al otro.

El portador del sol desató las cuatro vestiduras (la del amanecer, la del cielo azul, la de la luz amarilla de la tarde, y la de la oscuridad), y los jóvenes cayeron al suelo. Inmediatamente se apoderó de ellos. Ferozmente los arrojó sobre unos grandes clavos afilados de nácar que estaban en el oriente. Los muchachos apretaron con fuerza las plumas de la vida y rebotaron. El hombre los arrojó de nuevo a unos clavos de turquesa que estaban en el sur, a otros de haliotis en el oeste y a otros de roca negra en el norte. Los mu­chachos apretaron fuertemente las plumas de la vida y rebotaron. “Quisiera que fuera cierto —dijo el sol— que fueran mis hijos”.

El padre terrible trató entonces de ahogar a los jóvenes en una cámara de vapor demasiado calentada. Ellos reci­bieron la ayuda de los vientos, quienes les dieron, para que se escondieran, un lugar de protección dentro de la cámara. “Sí, son mis hijos”, dijo el Sol cuando salieron, pero era mentira, porque planeaba una nueva trampa. La prueba final consistía en fumar una pipa llena de veneno. Un gusano peludo previno a los muchachos y les dio algo para que se lo pusieran dentro de la boca. Fumaron la pipa sin recibir ningún daño, pasándosela entre ellos hasta que se acabó. Hasta dijeron que tenía un dulce sabor. El Sol estaba orgulloso y completamente satisfecho. “Ahora, hijos míos —preguntó—, ¿qué queréis de mí? ¿Por qué me habéis buscado?” Los Héroes Gemelos habían ganado la completa confianza del Sol, su padre.


La Danza de Shiva





“¡No temáis!”, dice el gesto de la mano del dios Shiva, mientras baila ante sus devotos la danza de la destrucción universal. “No temáis porque todo permanece en Dios.

La mano derecha extendida sostiene el tambor, cuyo batir es el batir del tiempo, el tiempo es el primer principio de la creación. La mano izquierda extendida sostiene la llama, que es la llama de la destrucción del mundo creado; la se­gunda mano derecha asume la actitud de “no temáis”, mientras que la segunda mano izquierda señala al levantado pie izquierdo y está en la “posición del elefante” (el elefante es el que abre los caminos a través de la “selva del mundo”, esto es, el guía divino); el pie derecho está plantado en la espalda de un enano, el demonio del “no conocer” que significa el paso de las almas del Dios a la materia, pero el izquierdo está levantado mostrando la libertad del alma; el izquierdo es el pie al cual señala la “mano elefante” y proporciona la razón de asegurar “no temáis”. 

La cabeza del dios se mantiene en equilibrio, serena y quieta, en medio del dinamismo de creación y destrucción que está simbolizado por los brazos arrulladores y el ritmo lento del talón derecho. Esto significa que en el centro todo está en calma. El arete derecho de Shiva es de hombre, el izquierdo es de mujer, porque el dios incluye y está por encima de las parejas de contrarios. La expresión del rostro de Shiva no es de congoja ni de júbilo, sino que es el aspecto del Motor Inmóvil; detrás y adentro de ella está la felicidad y el dolor del mundo. Los mechones de cabellos revueltos representan el pelo desarreglado de antiguo del yogui hindú, que ahora se revuelven en la danza de la vida; pues la presencia conocida en los júbilos y en las tristezas de la vida, y aquella que se conoce por medio de la meditación en la soledad no son sino dos aspectos del mismo Ser-Conciencia-Bendición, que es universal y no dual. Los brazaletes de Shiva, los aros de sus brazos, los de sus tobillos y el cordón (v. más adelante) brahmínico son serpientes vivas. Esto significa que él ha sido embellecido por el Poder de la Serpiente: la misteriosa Energía Creadora de Dios, que es la causa material y formal de su propia manifestación en y como el universo con todos sus seres. 

En el cabello de Shiva se ve un cráneo, símbolo de la muerte, que es el orna­mento de la frente del Señor de la Destrucción, así como también una luna en creciente, símbolo del nacimiento y del crecimiento, que son sus otras dádivas para el mundo. También hay en su cabello la flor de estramonio, planta con la cual se prepara un tóxico (compárese con el vino de Dionisos y el vino de la misa). Una pequeña imagen de la diosa Ganga está escondida en sus cabellos; porque es él quien recibe en su cabeza el choque del descendimiento del divino Ganges desde los cielos, y quien permite que las aguas que dan la vida y la salvación corran suavemente a la Tierra para refrescar física y espiritualmente a la es­pecie humana. La posición de danza del Dios puede visualizarse como la sílaba simbólica AUM que es el equivalente verbal de los cuatro estados de la conscienda y su campo de experiencia. A: conscienda despierta; U: consciencia en el sueño; M: dormir sin sueños; y el si­lencio alrededor de la sílaba sagrada es lo Trascendente no Mani­fiesto

El cordón brahmínico está hecho de algodón tejido por los miembros de las tres castas superiores (los llamados “dos veces nacidos”) de la India. Se le pasa sobre la cabeza y el brazo derecho, de modo que des­cansa en el hombro izquierdo y rodea el cuerpo (pecho y espalda) hasta la cadera derecha. Esto simboliza el segundo nacimiento de los dos veces nacidos, el cordón mismo representa el umbral, o puesta del sol, así que el que ha nacido dos veces habita a la vez en el tiempo y en la eternidad.

viernes, 17 de septiembre de 2021

Las tentaciones de Cristo




1) Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. Y después de hacer un ayuno de cuarenta días y cuarenta noches, al fin sintió hambre. Y acercándose el tentador, le dijo: « Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes ».

Mas él respondió: « Está escrito: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios ».

2) Entonces el diablo le lleva consigo a la Ciudad Santa, le pone sobre el alero del Templo, y le dice: « Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: A sus ángeles te encomendará, y en sus manos te llevarán, para que no tropiece tu pie en piedra alguna». Jesús le dijo: « También está escrito: No tentarás al Señor tu Dios. »

3) Todavía le lleva consigo el diablo a un monte muy alto, le muestra todos los reinos del mundo y su gloria, y le dice: « Todo esto te daré si postrándote me adoras ». Dícele entonces Jesús: « Apártate, Satanás, porque está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a él darás culto ».

Entonces el diablo le deja. Y he aquí que se acercaron unos ángeles y le servían. (Mt. 4, 1-11)

San Bernardo de Claraval

 



“Cuando era niño, San Bernardo de Claraval sufría de dolores de cabeza. Una joven vino a visitarlo un día, para calmar sus sufrimientos con canciones. Pero el niño, indig­nado, la envió fuera del cuarto. Dios lo recompensó por su celo, pues se levantó del lecho inmediatamente; ya estaba curado.


El viejo enemigo del hombre, habiendo percibido que el pequeño Bernardo era de disposición tan íntegra, se de­dicó a poner trampas a su castidad. Cuando el niño, sin embargo, instigado por el diablo, permaneció un día mi­rando por algún tiempo a una dama, se ruborizó repentina­mente y se introdujo en el agua helada de una fuente como penitencia, hasta que se helaron sus huesos. Otra vez, cuando dormía, vino a su lecho una joven desnuda. Ber­nardo, al enterarse de su presencia, cedió en silencio la parte de la cama en que yacía y moviéndose hasta el otro lado volvió a dormirse. Habiéndolo tocado y acariciado por algún tiempo, la infeliz muchacha se sintió tan avergon­zada, a pesar de su desvergüenza, que se levantó y huyó a toda prisa, llena de horror de sí misma y de admiración por el joven.


Otra vez, cuando Bernardo con algunos amigos había aceptado la hospitalidad del hogar de cierta rica dama, ella, observando su belleza, fue arrebatada por la pasión de dormir con él. Se levantó esa noche de su cama y vino a colocarse al lado de su huésped. Pero él, tan pronto sin­tió a alguien cerca, empezó a gritar: ‘¡Ladrón! ¡Ladrón!’ Inmediatamente la mujer huyó, todos en la casa desper­taron, encendieron linternas, y todos empezaron a buscar al malhechor. Pero como a nadie se encontró, todos volvie­ron a sus camas y a dormirse, con la sola excepción de esta dama, que, incapaz de cerrar los ojos, de nuevo se le­vantó y se deslizó en el lecho de su huésped. Bernardo empezó a gritar: ’¡Ladrón!’, y de nuevo la alarma y las investigaciones. Después de aquello, se expuso la dama por tercera vez a ser humillada de la misma manera; de modo que finalmente abandonó su malvado proyecto, ya por te­mor o por desaliento. Al día siguiente, los compañeros de Bernardo le preguntaron en el camino por qué tenía tantos sueños con ladrones. Y él les contestó: ‘En verdad tuve que rechazar los ataques de un ladrón, porque mi anfitriona trataba de robarme un gran tesoro, y de haberlo perdido, nunca hubiera podido recobrarlo.’


Todo esto convenció a Bernardo de que era cosa ries­gosa vivir cerca de la serpiente. Por lo cual decidió aban­donar el mundo y entrar en la orden monástica de los cistercienses.”

Ulises y las sirenas



 En el canto XII de la Odisea la diosa Circe acoge a Ulises y a sus hombres tras su vuelta del Hades y después de festejarlos generosamente les advierte de los peligros que tendrán que arrastrar en sus próximas singladuras camino de Ítaca, la primera de ellas la Isla de las Sirenas, "Tendréis que pasar cerca de las sirenas que encantan a cuantos hombres se les acercan. ¡Loco será quién se detenga a escuchar sus cánticos pues nunca festejaran su mujer y sus hijos su regreso al hogar!. Las sirenas les encantarán con sus frescas voces. Pasa sin detenerte después de taponar con blanda cera las orejas de tus compañeros, ¡qué ni uno solo las oiga!. Tu solo podrás oírlas si quieres , pero con los pies y las manos atados y en pie sobre la carlinga , hazte amarrar al mástil para saborear el placer de oír su canción".

Odiseo y su gente se hacen a la mar y al acercarse a la Isla de las Sirenas y su florido prado, obedeciendo el consejo de la diosa y tras untar cera recién derretida en el oído de sus compañeros, ordena que estos le aten de pies y manos al firme mástil. Al notar las Sirenas la presencia de la embarcación entonan su sonoro canto preludiado con tentadoras palabras, " …Detén tu nave y ven a escuchar nuestras voces. Después de deleitarse con ellas quienes las escucharon se van alegres conociendo muchas cosas que ignoraban, … sabemos cuanto sucede sobre la tierra fecunda".

Es el propio Ulises, en su relato a Alcínoo, quien habla de cómo fue el encuentro, "Entonces mi corazón deseo escucharlas y ordené a mis compañeros que me soltaran haciéndoles señas con  mis cejas , pero ellos se echaron hacia delante y remaban, y luego se levantaron Perimedes y Euríloco y me ataron con más cuerdas, apretándome todavía más".  

Nada más nos cuenta Homero de este fascinante cruce, qué naturaleza era la del irresistible canto, cómo su música y de qué hablaban las sonoras voces, pero la sola imagen de ese canto que podría haber lanzado a la muerte -advertida con antelación por Circe- al fecundísimo en ingenio, al astuto Ulises si no se hubieran mantenido firmes sus compañeros en la orden dada por éste con antelación, no ha dejado de fecundar nuestra imaginación.  

viernes, 20 de agosto de 2021

La dama del colmillo verde

 


La mujer, en el lenguaje gráfico de la mitología, representa la totalidad de lo que puede conocerse. El héroe es el que llega a conocerlo. Mientras progresa en la lenta iniciación que es la vida, la forma de la diosa adopta para él una serie de transformaciones; nunca puede ser mayor que él mismo, pero siempre puede prometer más de lo que él es capaz de comprender. Ella lo atrae, lo guía, lo incita a romper sus trabas. Y si él puede emparejar su significado, los dos, el conocedor y el conocido, serán libertados de toda limitación. La mujer es la guía a la cima sublime de la aventura sensorial. Los ojos deficientes la reducen a estados inferiores; el ojo malvado de la ignorancia la empuja a la banalidad y a la fealdad. Pero es redimida por los ojos del entendimiento. El héroe que puede tomarla como es, sin reacciones indebidas, con la seguridad y la bondad que ella requiere, es potencialmente el rey, el dios encarnado, en la creación del mundo de ella.

Por ejemplo, se cuenta la historia de los cinco hijos del rey irlandés Eochaid; de cómo, un día que fueron de cacería, se encontraron perdidos, cercados por todas partes. Como estaban sedientos, partieron uno por uno en busca de agua. Fergus fue el primero “y llegó a una fuente en donde encontró a una anciana de pie. El aspecto de la vieja era éste: más negro que el carbón era cada pedazo y parte de su cuerpo, de la cabeza al suelo; comparable a la cola de un caballo salvaje era la grisácea y metálica masa del pelo que crecía en la parte superior de su cabeza, tenía en la cabeza una hoz, un colmillo verdoso que se curvaba hasta tocar su oreja y con ella podía cortar la rama verde de un encino en pleno florecimiento; tenía los ojos oscurecidos y nublados de humo; la nariz ganchuda, de aletas amplias; la barriga arrugada y pecosa, de diversas maneras enferma; deformes y torcidas las pantorrillas, que terminaban en pesados tobillos y un par de enormes patas; tenía las rodillas nudosas y las uñas lívidas. Toda la descripción de la dama era de hecho asquerosa. ‘Así eres ¿no es verdad?’, dijo el muchacho. ‘Así mismo soy’, contestó ella. ‘¿Es verdad que estás cuidando la fuente?’, preguntó él, y ella dijo: ‘Es verdad’. ‘¿Me das permiso de llevarme un poco de agua?’ ‘Te lo doy —consintió ella—, pero primero has de besarme en la mejilla’. ‘De ningún modo’, dijo él. ‘Entonces no te he de conceder el agua’. ‘Te doy mi palabra —dijo él—, de que prefiero perecer de sed antes que darte un beso.’ Entonces el joven regresó al lugar adonde estaban sus hermanos y les dijo que no había podido conseguir el agua.”

Olioll, Brian y Fiachra de la misma manera fueron en su busca e igualmente llegaron a la misma fuente. Cada uno de ellos le pidió el agua a la vieja, pero le negó el beso.

Finalmente fue Niall y llegó a la misma fuente. “ ‘¡Déjame tomar agua, mujer!’, le gritó. ‘Te la daré —dijo ella— si me das un beso.’ Él contestó: ‘No sólo te daré un beso sino que te abrazaré’. Entonces se inclinó a abrazarla y le dio un beso. Cuando terminó dicha operación y él la miró, no había en el mundo entero una joven de porte más gracioso, ni universalmente más hermosa que ella: de la cabeza al suelo, cada una de sus partes podía ser comparada a la nieve recién caída que yace en los surcos; redondeados y exquisitos eran sus brazos, sus dedos largos y delgados; tenía las piernas derechas y de adorable color; dos sandalias de bronce blanco embellecían sus pies blancos y suaves y la tierra que pisaba; la ceñía un amplio manto del más fino vellón de color escarlata y en dicho indumento un broche de plata blanca; tenía brillantes dientes como perlas, ojos grandes y regios, la boca roja como el fruto del fresno. ‘Esto, mujer, es un conjunto de encantos’, dijo el joven. ‘Eso es verdad’. ‘Y ¿quién eres tú?’, insistió él. ‘El Poder Real soy yo’, y pronunció lo siguiente:

‘Rey de Tara. Yo soy el Poder Real...’

‘Ve ahora —dijo ella— a tus hermanos y lleva contigo el agua; de hoy en adelante, para ti y para tus hijos ha de ser para siempre el reinado y la fuerza suprema... Y así como primero me has visto fea, brutal y repugnante, y al final hermosa, así es el poder real: porque sin batallas, sin feroces conflictos no puede ganarse; pero al final, aquel que es rey no importa de qué, se muestra siempre gentil y hermoso.’”

¿Así es el poder real? Así es la vida misma. La diosa guardiana de la fuerza inagotable, ya sea descubierta por Fergus, o por Acteón, o por el príncipe de la Isla Solitaria, requiere que el héroe esté dotado con aquello que los trovadores y los juglares llamaban un “corazón gentil”. 

viernes, 9 de julio de 2021

El descenso de Inanna



    Inanna era la reina del Cielo y de la Tierra. Atendiendo a las noticias de que su hermana, la diosa Ereshkigal, reina del Inframundo, sufría grandes dolores, decidió visitarla. Inanna suponía erróneamente que bajar a su mundo era una fácil empresa. Sin embargo, descubrió que el poder y la autoridad que detentaba en la superficie de la tierra no ejercía influencia alguna en el trato que recibiría en el inframundo.

    Cuando llamó con fuerza a la puerta de los infiernos y exigió que le abrieran, el guardián le preguntó quién era, y ella respondió: «Soy Inanna, la reina del Cielo, y voy de camino a Oriente». Cuando aquél inquirió: «¿por qué tu corazón te ha hecho emprender un camino del que no regresa viajero alguno?», Inanna replicó: «Por mi hermana Ereshkigal». Una vez supo que su hermana, la diosa Ereshkigal, sufría y estaba de luto, Inanna se vio impelida a emprender ese descenso, a ser testigo de ello.

     El cancerbero le dijo que para pasar debía pagar un precio. Siete eran las puertas, no una sola. En cada una de ellas, el cancerbero le pidió que, si quería atravesarlas, tendría que desprenderse de una prenda de vestir. En cada ocasión, Inanna, sorprendida por semejante procedimiento, replicó indignada: «¿Qué significa esto?». En cada ocasión, recibió la siguiente respuesta: «Silencio, Inanna, pues los designios del inframundo son perfectos. No han de ponerse en duda»

Tuvo que despojarse de su magnífico tocado, la corona que representaba su autoridad, en la primera puerta. El collar de lapislázuli le fue arrebatado en la segunda puerta, y hubo de desprenderse de la doble hilera de ricas perlas que orlaba su busto en la tercera. Quedó desnuda de su peto en la cuarta, y de su brazalete de oro en la quinta. En la séptima puerta, se desprendió de su túnica regia. Desnuda y humillada, entró en el inframundo.

Una y otra vez, en cada puerta, la despojaban de los símbolos de poder, prestigio, riqueza y abolengo. Una y otra vez, en cada puerta, el abandono de uno de sus elementos de su vestuario era acogido con sorpresa. Una y otra vez decía: «¿Qué significa esto?», y recibía como respuesta: «Silencio, Inanna, pues los designios del inframundo son perfectos. No han de ponerse en duda».

    Inanna estaba desnuda y cabizbaja cuando penetró en el inframundo; en su descenso había sido humillada y desprovista de sus atributos, pero la ordalía aún no había concluido. Cuando se presento ante Ereshkigal, la reina del inframundo no se mostró complacida con la visita. Llena de ira y condena, Ereshkigal contempló a Inanna con los lúgubres ojos de la muerte y ésta cayó fulminada. Entonces colgaron el cuerpo de Inanna de un gancho, y tres días más tarde empezó a descomponerse y se convirtió en un montón de carne putrefacta.

    Cuando Inanna partió para el inframundo, su leal amiga Ninshubur la acompañó hasta la primera puerta y recibió sus instrucciones. Tenía que esperar allí hasta que Inanna regresara, y si no lo hacía en los siguientes tres días con sus noches, su supervivencia dependería de ella. Ninshubur, la tercera mujer que aparece en la historia del descenso, se presenta como fiel servidora de Inanna, su escudera competente y digna de confianza, a un tiempo guerrera y general, mensajera y consejera. Ninshubur representa la tercera figura interna. Como en el mito, ésta necesita mostrarse activa para ayudar a quien inicia su descenso al inframundo.

    Transcurridos tres días y tres noches, y como Inanna no regresaba —porque ahora yacía colgada de un gancho en el inframundo y se había convertido en un amasijo de carne en descomposición—, la leal Ninshubur siguió sus instrucciones meticulosamente. Para que todos se enteraran, elevó quejumbrosas, tocó el tambor en las asambleas y fue a pedir ayuda a los dioses primigenios. Se prosternó ante cada uno de ellos, diciendo: «No dejes que tu hija Inanna parezca en el inframundo». Los dos primeros dioses a los que acudió no quisieron que los apuros de Inanna les turbaran, y reaccionaron airados ante la sola petición de ayuda. El tercer dios se sintió afligido y confuso, quiso escuchar lo que le había ocurrido a Inanna y actuó de inmediato, de un modo curioso. Se limpió la parte inferior de las uñas y extrajo la mugre y las virutas, o lo que allí hubiera, y modeló dos pequeñas criaturas. Carecían de sexo y podían volar y atravesar, inadvertidas, las siete puertas, colándose por diminutas grietas; eran demasiado pequeñas como para ser descubiertas, acaso del tamaño de moscas. El dios entregó a una de ellas unas gotas de néctar de la vida; a la otra le dio unas migajas de ambrosía. Les advirtió de que encontrarían a Ereshkigal lamentando su dolor, «gritando como una mujer dando a luz», desnuda con los pechos descubiertos y el cabello enmarañado, y que debían responder compasivamente a esos lamentos.

    Cada vez que Ereshkigal aullaba de dolor: «¡Ay, mis entrañas!», las criaturas aullaban: «¡Ay, tus entrañas!». Cada vez que gritaba: «¡Ay, mi piel!, », ellas respondían: «¡Ay, tu piel!». Cuando vociferó: «¡Ay, mi espalda! ¡Ay, mi vientre! ¡Ay, mi corazón! ¡Ay, mi pecho!», ellas replicaron aullando, gimiendo y suspirando con una extraordinaria virulencia, y al hacerlo presenciaron y COMPARTIERON SU DOLOR, HASTA QUE ESTE POR ÚLTIMO SE DESVANECIÓ, y a partir de ese momento Ereshkigal dejó de ser la diosa iracunda y lúgubre cuya sola visión ocasionaba la muerte.

 Por el contrario, ahora se mostró agradecida y generosa. Los agasajó con magníficos presentes; ante cada uno, ellos respondían: «No es esto lo que deseamos», hasta que ella se rindió y dijo: «Entonces, decidme, ¿qué es lo que queréis?». Replicaron que se llevarían «el cadáver que cuelga de un gancho en el muro». La agradecida Ereshkigal les entregó el cadáver en descomposición que había sido Inanna. Uno de los emisarios vertió las gotas de agua de la vida en sus labios muertos; el otro le hizo ingerir las migajas de ambrosía. Así, Inanna se levanto de entre los muertos, dispuesta a abandonar a Hades y regresar al empíreo.

    Las diminutas criaturas andróginas que atravesaban volando las puertas alcanzaron a Ereshkigal, cuyo sufrimiento le confería el aspecto de una parturienta; asistieron a su dolor y no lo ridiculizaron, ni indagaron en su naturaleza, tampoco la acusaron ni le restaron importancia. Tan sólo mostraron compasión y permanecieron con ella. En presencia de la aceptación y la misericordia, el dolor y la ira de Ereshkigal se transformaron en gratitud y, gracias a ello, Inanna pudo volver a la vida.

    Al volver a la vida, la resucitada Inanna ascendió al mundo superior lastrada por los demonios que se adhirieron a ella, prestos a saltar y reclamar  a quien ella señalara para volver con ellos y ocupar su lugar en el inframundo.

    La primera persona con la que se encontraron fue la fiel Ninshubur, vestida de arpillera. Los demonios dijeron: «Vamos, Inanna, nos llevaremos a Ninshubur en tu lugar». Inanna replicó: «¡No, Ninshubur es mi firma alidada!». En primer lugar describió su sabiduría y sus virtudes marciales. Luego enumeró cuanto había hecho por ayudarla, y por último espetó a los demonios: «He vuelto a la vida gracias a ella. Jamás os entregaré a Ninshubur».

    A continuación, Inanna y los demonios encontraron a sus hijos Shara y Lulal. Ambos vestían de arpillera, y estaban de luto por su madre. Los demonios se dispusieron a llevarse ora a uno, ora al otro. Inanna les explicó quiénes eran y que no renunciaría a ellos. Por último, llegaron a su ciudad, y allí encontraron a su marido, Dumazi, vistiendo magníficos atavíos y sentado en el trono (desde Luego, no estaba de luto por su esposa). «Inanna clavó en Duzami la mirada de la muerte. Pronunció en su contra la palabra de la ira. Profirió contra él el grito de la culpa: ¡Lleváoslo! ¡Llevaos a Duzami!».


    Inanna le había dicho al guardián que se encontraba de camino a Oriente, lo cual parece una curiosa observación si lo que deseaba era penetrar en el inframundo; sin embargo, tiene un sentido simbólico. El amanecer llega cuando el sol se alza en el Oriente, y por lo tanto éste representa el renacimiento, la fragilidad de una nueva vida, la inocencia y la esperanza. La bajada al inframundo conduce a la persona al reino de la muerte, la metamorfosis y la resurrección. En el descenso se producen muertes simbólicas: la muerte de parte de la vieja personalidad o la anterior identidad, en fin de una ilusión o esperanza concretas. En la bajada, algo que hemos ocultado en la mente puede desenterrarse y traerse a la conciencia y a la vida. Existe la posibilidad de una resurrección espiritual o psicológica.

jueves, 24 de junio de 2021

Pinocho




Érase una vez, un carpintero llamado Gepetto que decidió construir un muñeco de madera, al que llamó Pinocho. Con él, consiguió no sentirse tan solo como se había sentido hasta aquel momento.

- ¡Qué bien me ha quedado!- exclamó una vez acabado de construir y de pintar-. ¡Cómo me gustaría que tuviese vida y fuese un niño de verdad!

Como había sido muy buen hombre a lo largo de la vida, y sus sentimientos eran sinceros. Un hada decidió concederle el deseo y durante la noche dio vida a Pinocho.

Al día siguiente, cuando Gepetto se dirigió a su taller, se llevó un buen susto al oír que alguien le saludaba:

- ¡Hola papá!- dijo Pinocho.

- ¿Quién habla?- preguntó Gepetto.

- Soy yo, Pinocho. ¿No me conoces? – le preguntó.

Gepetto se dirigió al muñeco.

- ¿Eres tu? ¡Parece que estoy soñando!, ¡por fin tengo un hijo!

Gepetto quería cuidar a su hijo como habría hecho con cualquiera que no fuese de madera. Pinocho tenía que ir al colegio, aprender y conocer a otros niños. Pero el carpintero no tenía dinero, y tuvo que vender su abrigo para poder comprar una cartera y los libros.

A partir de aquél día, Pinocho empezó a ir al colegio con la compañía de un grillo, que le daba buenos consejos. Pero, como la mayoría de los niños, Pinocho prefería ir a divertirse que ir al colegio a aprender, por lo que no siempre hacía caso del grillo.

Un día, Pinocho se fue al teatro de títeres para escuchar una historia. Cuando le vio, el dueño del teatro quiso quedarse con él:

-¡Oh, Un títere que camina por si mismo, y habla! Con él en la compañía, voy a hacerme rico dijo el titiritero, pensando que Pinocho le haría ganar mucho dinero.

A pesar de las recomendaciones del pequeño grillo, que le decía que era mejor irse de allí, Pinocho decidió quedarse en el teatro, pensando que así podría ganar dinero para comprar un abrigo nuevo a Gepetto, que había vendido el suyo para comprarle los libros.

Y así hizo, durante todo el día estuvo actuando para el titiritero. Pasados unos días, cuando quería volver a casa, el dueño del teatro de marionetas le dijo que no podía irse, que tenía que quedarse con él.

Pinocho se echó a llorar tan desconsolado diciendo que quería volver a casa que el malvado titiritero lo encerró en una jaula para que no pudiera escapar.

Por suerte, su hada madrina que todo lo sabe, apareció durante la noche y lo liberó de su cautivério abriendo la puerta de la jaula con su varita mágica. Antes de irse, Pinocho tomó de encima de la mesa las monedas que había ganado actuando.

De vuelta a casa Pinocho volvió a tener las prejas normales, cuando de repente, el grillo y Pinocho, se cruzaron con dos astutos ladrones que convencieron al niño de que si enterraba las monedas en un campo cercano, llamado el "campo de los milagros", el dinero se multiplicaría y se haría rico.

Confiando en los dos hombres, y sin escuchar al grillo que le advertía del engaño, Pinocho enterró las monedas y se fue. Rápidamente, los dos ladrones se llevaron las monedas y Pinocho tuvo que volver a casa sin monedas.

Durante los días que Pinocho había estado fuera, Gepetto se había puesto muy triste y, preocupado, había salido a buscarle por todos los rincones. Así, cuando Pinocho y el grillo llegaron a casa, se encontraron solos. Por suerte, el hada les explicó que el carpintero había salido dirección al mar para buscarles.

Pinocho y grillo decidieron ir a buscarle, pero se cruzaron con un grupo de niños:

- ¿Dónde vais?- preguntó Pinocho.

- Al País de los Juguetes - respondió un niño-. ¡Allí podremos jugar sin parar! ¿Quieres venir con nosotros?

- ¡Oh, no, no, no!- le advirtió el grillo-. Recuerda que tenemos que encontrar a Gepetto, que está triste y preocupado por ti.

- ¡Sólo un rato!- dijo Pinocho- Después seguimos buscándole.

Y Pinocho se fue con los niños, seguido del grillo que intentava seguir convenciéndole de continuar buscando al carpintero. Pinocho jugó y brincó todo lo que quiso. Enseguida se olvidó de Gepetto, sólo pensaba en divertirse y seguir jugando. Pero a medida que pasaba más y más horas en el País de los Juguetes, Pinocho se iba convirtiendo en un burro. Cuando se dió cuenta de ello se echó a llorar. Al oírle, el hada se compadeció de él y le devolvió su aspecto, pero le advirtió:

- A partir de ahora, cada vez que mientas te crecerá la nariz.

Pinocho y el grillo salieron rápidamente en busca de Gepetto.

Geppetto, que había salido en busca de su hijo Pinocho en un pequeño bote de vela, había sido tragado por una enorme ballena.

Entonces Pinocho y el grillito, desesperados, se hicieron a la mar para rescatar al pobre ancianito papa de Pinocho.

Cuando Pinocho estuvo frente a la ballena le pidió porfavor que le devolviese a su papá, pero la enorme ballena abrió muy grande la boca y se lo tragó también a él.

¡Por fin Geppetto y Pinocho estaban nuevamente juntos!, Ahora debían pensar cómo conseguir salir de la barriga de la ballena.

- ¡Ya sé, dijo Pepito hagamos una fogata! El fuego hizo estornudar a la enorme ballena, y la balsa salió volando con sus tres tripulantes.

Una vez a salvo Pinocho le contó todo lo sucedido a Gepetto y le pidió perdón. A Gepetto, a pesar de haber sufrido mucho los últimos días, sólo le importaba volver a tener a su hijo con él. Por lo que le propuso que olvidaran todo y volvieran a casa.

Pasado un tiempo, Pinocho demostró que había aprendido la lección y se portaba bien: iba al colegio, escuchaba los consejos del grillo y ayudaba a su padre en todo lo que podía.

Como recompensa por su comportamiento, el hada decidió convertir a Pinocho en un niño de carne y hueso. A partir de aquél día, Pinocho y Gepetto fueron muy felices como padre e hijo.


 

Jonás y la ballena




Dios llamó a Jonás un día para que fuera a predicar a la ciudad de Nínive donde la maldad de la gente abundaba. A Jonás no le gustó nada la idea puesto que la ciudad de Nínive era una de las principales ciudades enemigas de Israel y el no queria nada que ver con ellos.

Así que Jonás intentó escapar e ir exactamente en la dirección contraria que Dios le había dicho y se subió en una barca con destino a Tarsis. En su camino a Tarsis Dios desató una gran tormenta y los hombres decidieron tirar a Jonás al mar porque pensaron que él traía mala suerte. Una vez en el mar Dios hizo que una ballena lo tragara entero y así no se hundiera. Jonás permaneció durante tres días en el vientre de la ballena y fue durante este tiempo que Jonas pidió perdón por su desobediencia, y comenzó a adorar a Dios. Después Dios hizo que la ballena escupiera a Jonás en las costas de Nínive. Jonás predicó por toda Nínive y les advirtió que a menos que se arrepintieran delante de Dios la ciudad sería destruida en 40 días. La gente creyó a Jonás y se arrepintieron ante Dios quien tuvo misericordia por ellos. Por su parte Jonas terminó algo resentido puesto que el pueblo de Nínive que era enemigo de Israel no fue destruido. Descansando en el desierto, Dios proveyó una planta de viñedo para que Jonás tuviera sombra durante su descanso y al día siguiente mandó Dios larvas para que comieran la planta ya que Jonás seguía quejándose. Dios habló con Jonás para reprimirlo y para decirle enseñarle como Jonás estaba enojado por una sola planta mientras que Dios veía por la vida de 120,000 personas que habitaban en Nínive.

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domingo, 6 de junio de 2021

La caravana en el desierto

 


El jefe de caravana de Benarés se atrevió a conducir una expedición de quinientos ca­rros ricamente cargados en un desierto endemoniado y sin agua. Advertido de los peligros había tomado la pre­caución de colocar en los carros inmensas jarras de agua, de manera que, racionalmente considerado, su proyecto de atravesar sólo sesenta leguas de desierto era factible. 

Pero cuando estaba a la mitad del camino el ogro que habitaba el desierto, pensó: “Haré que estos hombres tiren el agua que llevan.” De manera que creó un carro que deleitaba el alma; estaba tirado por jóvenes bueyes blancos, con las rue­das llenas de lodo y lo hizo aparecer por el camino en la dirección opuesta. Por delante y por detrás de él marcha­ban los demonios que formaban su comitiva, con las cabe­zas y las ropas mojadas, portaban coronas de lirios de agua azules y blancos, llevaban en sus manos ramos de flores de loto rojas y blancas, iban masticando los tallos fibrosos de los lirios y dejaban huellas de agua y de lodo. Cuando la caravana y el grupo de demonios se hicieron a un lado para dejarse pasar, el ogro saludó al jefe amistosamente. “¿Adón­de vais?” le preguntó cortésmente. A lo que contestó el jefe de la caravana. “Señor, venimos de Benarés. Pero vosotros os acercáis llenos de lirios de agua azules y blan­cos, con flores de loto rojas y blancas en vuestras manos; masticáis los tallos fibrosos de los lirios, venís salpicados de lodo y dejáis caer gotas de agua. ¿Llueve por el ca­mino por donde habéis venido? ¿Están los lagos comple­tamente cubiertos con lirios azules y blancos y con flores de loto blancas y rojas?”

El ogro: “¿Veis aquella línea de bosques verde oscuro? Detrás, todo el campo es una masa de agua; llueve todo el tiempo, los hoyancos están llenos de agua, y por todas partes se ven lagos completamente cubiertos de flores de loto rojas y blancas.” Luego, cuando los carros fueron pa­sando uno detrás del otro, preguntó: “¿Qué artículos lle­váis en ese carro?, ¿y en ese otro? El último parece muy pesado, ¿qué lleváis en él?” El jefe contestó: “Llevamos agua.” “Habéis actuado sabiamente, por supuesto, al traer agua hasta aquí; pero de aquí en adelante no hay necesidad de llevar esa carga. Romped los cántaros, tirad el agua y viajad más de prisa.” El ogro siguió adelante y cuando se perdió de vista, regresó a su propia ciudad de ogros.

El jefe de la caravana, movido por su propia tontería, siguió el consejo del ogro, rompió los cántaros e hizo avan­zar los carros. Más tarde, no encontró ni la más mínima partícula de agua. Por falta de agua para beber los hombres se cansaron. Viajaron hasta ponerse el sol, desuncieron los bueyes, pusieron los carros en círculo y amarraron los bueyes a las ruedas. No había agua para los bueyes, ni atole ni arroz cocido para los hombres. Los hombres debilita­dos se echaron aquí y allá y trataron de dormir. A la media noche, los ogros vinieron de su ciudad, asesinaron a todos los bueyes y los hombres, devoraron su carne, dejando sólo los huesos desnudos, y habiendo hecho así, partieron. Los huesos de las manos de los hombres y todos los otros huesos quedaron esparcidos en las cuatro direcciones y en las cuatro direcciones intermedias; los quinientos carros quedaron intactos.