El jefe de caravana de Benarés se atrevió a conducir una expedición de quinientos carros ricamente cargados en un desierto endemoniado y sin agua. Advertido de los peligros había tomado la precaución de colocar en los carros inmensas jarras de agua, de manera que, racionalmente considerado, su proyecto de atravesar sólo sesenta leguas de desierto era factible.
Pero cuando estaba a la mitad del camino el ogro que habitaba el desierto, pensó: “Haré que estos hombres tiren el agua que llevan.” De manera que creó un carro que deleitaba el alma; estaba tirado por jóvenes bueyes blancos, con las ruedas llenas de lodo y lo hizo aparecer por el camino en la dirección opuesta. Por delante y por detrás de él marchaban los demonios que formaban su comitiva, con las cabezas y las ropas mojadas, portaban coronas de lirios de agua azules y blancos, llevaban en sus manos ramos de flores de loto rojas y blancas, iban masticando los tallos fibrosos de los lirios y dejaban huellas de agua y de lodo. Cuando la caravana y el grupo de demonios se hicieron a un lado para dejarse pasar, el ogro saludó al jefe amistosamente. “¿Adónde vais?” le preguntó cortésmente. A lo que contestó el jefe de la caravana. “Señor, venimos de Benarés. Pero vosotros os acercáis llenos de lirios de agua azules y blancos, con flores de loto rojas y blancas en vuestras manos; masticáis los tallos fibrosos de los lirios, venís salpicados de lodo y dejáis caer gotas de agua. ¿Llueve por el camino por donde habéis venido? ¿Están los lagos completamente cubiertos con lirios azules y blancos y con flores de loto blancas y rojas?”
El ogro: “¿Veis aquella línea de bosques verde oscuro? Detrás, todo el campo es una masa de agua; llueve todo el tiempo, los hoyancos están llenos de agua, y por todas partes se ven lagos completamente cubiertos de flores de loto rojas y blancas.” Luego, cuando los carros fueron pasando uno detrás del otro, preguntó: “¿Qué artículos lleváis en ese carro?, ¿y en ese otro? El último parece muy pesado, ¿qué lleváis en él?” El jefe contestó: “Llevamos agua.” “Habéis actuado sabiamente, por supuesto, al traer agua hasta aquí; pero de aquí en adelante no hay necesidad de llevar esa carga. Romped los cántaros, tirad el agua y viajad más de prisa.” El ogro siguió adelante y cuando se perdió de vista, regresó a su propia ciudad de ogros.
El jefe de la caravana, movido por su propia tontería, siguió el consejo del ogro, rompió los cántaros e hizo avanzar los carros. Más tarde, no encontró ni la más mínima partícula de agua. Por falta de agua para beber los hombres se cansaron. Viajaron hasta ponerse el sol, desuncieron los bueyes, pusieron los carros en círculo y amarraron los bueyes a las ruedas. No había agua para los bueyes, ni atole ni arroz cocido para los hombres. Los hombres debilitados se echaron aquí y allá y trataron de dormir. A la media noche, los ogros vinieron de su ciudad, asesinaron a todos los bueyes y los hombres, devoraron su carne, dejando sólo los huesos desnudos, y habiendo hecho así, partieron. Los huesos de las manos de los hombres y todos los otros huesos quedaron esparcidos en las cuatro direcciones y en las cuatro direcciones intermedias; los quinientos carros quedaron intactos.
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