"Los cuentos son una medicina. Tienen un poder extraordinario; no exigen que hagamos, seamos o pongamos en práctica algo: basta con que escuchemos. Los cuentos contienen los remedios para reparar o recuperar cualquier pulsión perdida". Clarissa Pinkola Estés.

domingo, 6 de junio de 2021

El príncipe Cinco Armas y el ogro Cabello Pegajoso



Un joven príncipe que acababa de terminar sus estudios mili­tares bajo la dirección de un maestro mundialmente fa­moso. Habiendo recibido, como símbolo de su distinción, el título de príncipe Cinco Armas, aceptó las cinco armas que su maestro le dio, se inclinó y armado con sus nuevas armas, se puso en el camino que llevaba a la ciudad de su padre, el rey. Avanzó hasta que llegó a cierto bosque. La gente que vivía a la entrada del bosque trató de advertirle. “Señor príncipe, no entréis en este bosque —le dijeron—, aquí vive un ogro llamado Cabello Pegajoso; mata a todos los hombres que ve.”

Pero el príncipe era confiado y valeroso como un león de melena. Entró en el bosque y cuando llegó al centro el ogro se le apareció. El ogro había aumentado su estatura a la altura de una palmera; se había creado una cabeza tan grande como una casa de verano con un pináculo en forma de campana, unos ojos como cestos de limosna, dos colmillos como bulbos o capullos gigantes; un pico de hal­cón; la barriga estaba llena de ronchas y las manos y los pies eran verde oscuro. “¿Dónde vas? —le preguntó— ¡De­tente! ¡Eres mi presa!”

El príncipe Cinco Armas contestó sin temor y con gran confianza en las artes y tretas que había aprendido. “Ogro —dijo—, sabía a lo que me exponía cuando entré en este bosque. Harías bien en cuidarte de atacarme, porque atra­vesaré tu carne con una flecha mojada en veneno y te haré caer en tus huellas”.

Habiendo amenazado así al ogro, el joven príncipe puso en su arco una flecha mojada en veneno mortal y la disparó. Cayó en los cabellos del ogro. Luego disparó una detrás de la otra, cincuenta flechas. Todas se pega­ron en los cabellos del ogro. El ogro se sacudió cada una de las flechas, que cayeron a sus pies, y se aproximó al jo­ven príncipe.

El príncipe Cinco Armas amenazó al ogro por segunda vez y levantando su espada, le dio un golpe maestro. La espada, que tenía treinta y tres pulgadas de largo, se pegó a los cabellos de ogro. Entonces el príncipe quiso atrave­sarlo con una lanza, que también se pegó a sus cabellos; al ver que la lanza se había pegado, lo golpeó con un garrote, que también se pegó a sus cabellos. Cuando vio que el garrote se había pegado utilizó su cuchillo que se quedó pegado a los cabellos del ogro.

Al ver que sus armas se habían quedado pegadas al cabello del ogro le dijo: “Señor ogro, nunca habéis oído hablar de mí. Soy el prín­cipe Cinco Armas. Cuando entré en este bosque infestado por vos, no pensaba en arcos ni en armas parecidas; cuan­do entré en este bosque, pensaba sólo en mí mismo. Ahora voy a golpearos y a convertiros en polvo.” Habiendo dado a conocer su determinación y dando un alarido, golpeó al ogro con su mano derecha. La mano se pegó a los cabellos del ogro. Lo golpeó con la mano izquierda. También se le pegó. Lo mismo sucedió a su pie derecho. Lo golpeó con su pie izquierdo. También se le pegó. Pensó: “Le golpearé con mi cabeza y se ha de convertir en polvo.” Lo golpeó con la cabeza. Y también se le pegó en el cabello del ogro.

El príncipe Cinco Armas falló cinco veces, se pegó en cinco lugares y colgaba del cuerpo del ogro. Con todo eso, no estaba atemorizado; entretanto, el ogro pensó: “Éste es un hombre león, un caballero de noble nacimiento... no un simple hombre. Porque aunque ha sido atrapado por un ogro como yo, no parece temblar ni estremecerse. En el tiempo que he cuidado de este camino, no he visto nin­gún hombre que lo iguale. ¿Por qué no tendrá miedo?” Sin atreverse a comérselo, le preguntó: “Joven, ¿por qué no tie­nes miedo? ¿Por qué no estás aterrorizado con el miedo a la muerte?”

“Ogro, ¿por qué habría yo de tener miedo? Si se tiene una vida, es absolutamente seguro que se tendrá una muer­te. Es más, tengo en el vientre un trueno. Si me comes, no podrás digerir esa arma. Te romperé por dentro en peda­zos y fragmentos que han de matarte. En ese caso, ambos pereceremos. ¡Por eso no tengo miedo!”

El lector debe saber que el príncipe Cinco Armas se re­fería al Arma del Conocimiento que estaba dentro de él. Este joven héroe no era otro que el Futuro Buddha, en una reencarnación anterior.

“Lo que dice este joven es cierto —pensó el ogro, aterro­rizado con el miedo a la muerte—. Del cuerpo de este hom­bre león mi estómago no podría digerir ni un fragmento de carne del tamaño de un frijol. ¿Lo dejaré ir?” Y dejó ir al príncipe Cinco Armas. El Futuro Buddha le pre­dicó la Doctrina, lo dominó, lo enseñó a renunciar y luego lo transformó en el espíritu que debía recibir las ofrendas del bosque. Después de amonestar al ogro para que fuera prudente, el joven partió y a la entrada del bosque contó su historia a los seres humanos; luego siguió su camino.

Como símbolo del mundo al que nos mantienen aferra­dos los cinco sentidos y que no puede hacerse a un lado por las acciones de los órganos físicos, Cabello Pegajo­so fue vencido sólo cuando el Futuro Buddha, desposeído de las cinco armas de su nombre momentáneo y carácter físico, recurrió a la sexta arma, invisible y sin nombre, el trueno divino, el conocimiento del principio trascendente, que está detrás del reino fenoménico de los nombres y de las formas.

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