Hay un trozo de barba que se conserva en el convento de
las monjas blancas de las lejanas montañas. Nadie sabe cómo llegó al convento.
Algunos dicen que fueron las monjas que enterraron lo que quedaba de su cuerpo,
pues nadie más quería tocarlo. La razón de que las monjas conservaran semejante
reliquia se desconoce, pero se trata de un hecho cierto. La amiga de mi amiga
la ha visto con sus propios ojos. Dice que la barba es de color azul, añil para
ser más exactos. Es tan azul como el oscuro hielo del lago, tan azul como la
sombra de un agujero de noche. La barba la llevaba hace tiempo uno que, según
dicen, era un mago frustrado, un gigante muy aficionado a las mujeres, un
hombre llamado Barba Azul.
Dicen que cortejó a tres hermanas al mismo tiempo. Pero
a ellas les daba miedo su extraña barba de tono azulado y se escondían cuando
iba a verlas. En un intento de convencerlas de su amabilidad, las invitó a dar
un paseo por el bosque. Se presentó con unos caballos adornados con cascabeles
y cintas carmesí. Sentó a las hermanas y a su madre en las sillas de los
caballos y los cinco se alejaron a medio galope hacia el bosque. Pasaron un día
maravilloso cabalgando mientras los perros que los acompañaban corrían a su
lado y por delante de ellos. Más tarde se detuvieron bajo un árbol gigantesco y
Barba Azul deleitó a sus invitadas con unas historias deliciosas y las obsequió
con manjares exquisitos.
Las hermanas empezaron a pensar "Bueno, a lo mejor,
este Barba Azul no es tan malo como parece".
Regresaron a casa comentando animadamente lo interesante
que había sido la jornada y lo bien que se lo habían pasado. Sin embargo, las
sospechas y los temores de las dos hermanas mayores no se disiparon, por lo que
éstas decidieron no volver a ver a Barba Azul. En cambio, la hermana menor
pensó que un hombre tan encantador no podía ser malo. Cuanto más trataba de
convencerse, tanto menos horrible te parecía aquel hombre y tanto menos azul le
parecía su barba.
Por consiguiente, cuando Barba Azul pidió su mano, ella
aceptó. Pensó mucho en la proposición y le pareció que se iba a casar con un
hombre muy elegante. Así pues, se casaron y se fueron, al castillo que el
marido tenía en el bosque.
Un día él le dijo:
-Tengo que ausentarme durante algún tiempo. Si quieres,
invita a tu familia a venir aquí. Puedes cabalgar por el bosque, ordenar a los
cocineros que preparen un festín, puedes hacer lo que te apetezca y todo lo que
desee tu corazón. Es más, aquí tienes mi llavero. Puedes abrir todas las
puertas que quieras, las de las despensas, las de los cuartos del dinero, cualquier
puerta del castillo, pero no utilices la llavecita que tiene estos adornos
encima.
La esposa contestó:
-Me parece muy bien, haré lo que tú me pides. Vete
tranquilo, mi querido esposo, y no tardes en regresar.
Así pues, él se fue y ella se quedó.
Sus hermanas fueron a visitarla y, como cualquier
persona en su lugar, tuvieron curiosidad por saber qué quería el amo que se
hiciera en su ausencia. La joven esposa se lo dijo alegremente.
-Dice que podemos hacer lo que queramos y entrar en
cualquier estancia que deseemos menos en una. Pero no sé cuál es. Tengo una
llave, pero no sé a qué puerta corresponde.
Las hermanas decidieron convertir en un juego la tarea
de descubrir a qué puerta correspondía la llave. El castillo tenía tres pisos
de altura con cien puertas en cada ala y, como había muchas llaves en el
llavero, las hermanas fueron de puerta en puerta y se divirtieron muchísimo
abriendo las puertas. Detrás de una puerta estaban las despensas de la cocina;
detrás de otra, los cuartos donde se guardaba el dinero. Había toda suerte de
riquezas y todo les parecía cada vez más Prodigioso. Al final, tras haber visto
tantas maravillas, llegaron al sótano y, al fondo de un pasillo, se encontraron
con una pared desnuda.
Estudiaron desconcertadas la última llave, la de los
adornos encima.
-A lo mejor, esta llave no encaja en ningún sitio.
Mientras lo decían, oyeron un extraño ruido...
"errrrrrrrr". Asomaron la cabeza por la esquina y, ¡oh, prodigio!,
vieron una puertecita que se estaba cerrando. Cuando trataron de volver
abrirla, descubrieron que estaba firmemente cerrada con llave. Una de las
hermanas gritó:
-¡Hermana, hermana, trae la llave! Ésta debe de ser la
puerta de la misteriosa llavecita.
Sin pensarlo, una de las hermanas introdujo la llave en
la cerradura y la hizo girar. La cerradura chirrió y la puerta se abrió, pero
dentro estaba todo tan oscuro que no se veía nada.
-Hermana, hermana, trae una vela. Encendieron una vela,
contemplaron el interior de la estancia y las tres lanzaron un grito al
unísono, pues dentro había un lodazal de sangre, por el suelo estaban
diseminados los ennegrecidos huesos de unos cadáveres y en los rincones se
veían unas calaveras amontonadas cual si fueran pirámides de manzanas.
Volvieron a cerrar la puerta de golpe, sacaron la llave
de la cerradura y se apoyaron la una contra la otra, jadeando y respirando
afanosamente. ¡Dios mío! ¡Dios mío!
La esposa contempló la llave y vio que estaba manchada
de sangre. Horrorizada, intentó limpiarla con la falda de su vestido, pero la
sangre no se iba.
-¡Oh, no! -gritó.
Cada una de sus hermanas tomó la llavecita y trató de
limpiarla, pero no lo consiguió.
La esposa se guardó la llavecita en el bolsillo y corrió
a la cocina. Al llegar allí, vio que su vestido blanco estaba manchado de rojo
desde el bolsillo hasta el dobladillo, pues la llave estaba llorando lentamente
gotas de sangre de color rojo oscuro.
-Rápido, dame un poco de crin de caballo -le ordenó a la
cocinera.
Frotó la llave, pero ésta no dejaba de sangrar. De la
llavecita brotaban gotas y más gotas de pura sangre roja.
La sacó fuera, la cubrió con ceniza de la cocina y la
frotó enérgicamente. La acercó al calor para chamuscarla. La cubrió con
telarañas para restañar la sangre, pero nada podía impedir aquel llanto.
-¿Qué voy a hacer? -gritó entre sollozos-. Ya lo sé.
Esconderé la llavecita. La esconderé en el armarlo de la ropa. Cerraré la
puerta. Esto es una pesadilla. Todo se arreglará.
Y eso fue lo que hizo.
El esposo regresó justo a la mañana siguiente, entró en
el castillo y llamó a la esposa.
-¿Y bien? ¿Qué tal ha ido todo en mi ausencia?
-Ha ido todo muy bien, mi señor.
-¿Cómo están mis despensas? -preguntó el esposo con voz
de trueno.
-Muy bien, mi señor.
-¿Y los cuartos del dinero? -rugió el esposo.
-Los cuartos del dinero están muy bien, mi señor.
-O sea que todo está bien, ¿no es cierto, esposa mía?
-Sí, todo está bien.
-En tal caso -dijo el esposo en voz baja-, será mejor
que me devuelvas las llaves. -Le bastó un solo vistazo para darse cuenta de que
faltaba una llave-. ¿Dónde está la llave más pequeña?
-La... la he perdido. Sí, la he perdido. Salí a pasear a
caballo, se me cayó el llavero y debí de perder una llave.
-¿Qué hiciste con ella, mujer?
-No... no... me acuerdo.
-¡No me mientas! ¡Dime qué hiciste con la llave! -El esposo
le acercó una mano al rostro como si quisiera acariciarle la mejilla, pero, en
su lugar, la agarró por el cabello-. ¡Esposa infiel! -gritó, arrojándola al
suelo-. Has estado en la habitación, ¿verdad?
Abrió el armarlo ropero y vio que de la llavecita colocada
en el estante superior había manado sangre roja que manchaba todos los
preciosos vestidos de seda que estaban colgados debajo.
-Pues ahora te toca a ti, señora mía -gritó, y
llevándola a rastras por el pasillo bajó con ella al sótano hasta llegar a la
terrible puerta.
Barba Azul se limitó a mirar la puerta con sus fieros
ojos y ésta se abrió. Allí estaban los esqueletos de todas sus anteriores
esposas.
-¡¡¡Ahora!!! -bramó.
Pero ella se agarró al marco de la puerta y le suplicó:
-¡Por favor! Te ruego que me permitas serenarme y
prepararme para mi muerte. Dame un cuarto de hora antes de quitarme la vida
para que pueda quedar en paz con Dios.
-Muy bien -rezongó el esposo-, te doy un cuarto de hora,
pero procura estar preparada.
La esposa corrió a su cámara del piso de arriba y pidió
a sus hermanas que salieran a lo alto de las murallas del castillo. Después se
arrodilló para rezar, pero, en su lugar, llamó a sus hermanas.
-¡Hermanas, hermanas! ¿Veis venir a nuestros hermanos?
-No vemos nada en la vasta llanura.
A cada momento preguntaba:
-¡Hermanas, hermanas! ¿Veis venir a nuestros hermanos?
-Vemos un torbellino, puede que sea una polvareda.
Entretanto, Barba Azul ordenó a gritos a su mujer que
bajara al sótano para decapitarla.
Ella volvió a preguntar:
-¡Hermanas, hermanas! ¿Veis venir a nuestros hermanos?
Barba Azul volvió a llamar a gritos a su mujer y empezó
a subir ruidosamente los peldaños de piedra.
Las hermanas contestaron:
-¡Sí, los vemos! Nuestros hermanos están aquí y acaban
de entrar en el castillo.
Barba Azul avanzó por el pasillo en dirección a la
cámara de su esposa.
-Vengo a buscarte -rugió.
Sus pisadas eran muy fuertes, tanto que las piedras del
pasillo se desprendieron y la arena de la argamasa cayó al suelo.
Mientras Barba Azul entraba pesadamente en la estancia
con las manos extendidas para agarrarla, los hermanos penetraron al galope en
el castillo e irrumpieron en la estancia. Desde allí obligaron a Barba Azul a
salir al parapeto, se acercaron a él con las espadas desenvainadas, empezaron a
dar tajos a diestro y siniestro, lo derribaron al suelo y, al final, lo
mataron, de) ando su sangre y sus despojos para los buitres.