"Los cuentos son una medicina. Tienen un poder extraordinario; no exigen que hagamos, seamos o pongamos en práctica algo: basta con que escuchemos. Los cuentos contienen los remedios para reparar o recuperar cualquier pulsión perdida". Clarissa Pinkola Estés.

jueves, 30 de julio de 2020

Los dos gatos


ADRIANA AZZOLINA PINTURAS: 5º Cuento Ilustrado- Los dos gatos negros

¿Recuerdas la historia que una vez me contaste de tu amiga y los gatos? -preguntó don Juan con tono casual.



Alzó lo ojos al cielo y se reclinó en la banca, estirando las piernas. Unió las manos detrás de la cabeza y contrajo los músculos de todo el cuerpo. Como siempre ocurre, sus huesos produjeron un fuerte crujido.

Se refería a la historia de una amiga mía que halló dos gatitos, casi muertos, dentro de una secadora de lavandería automática. Los revivió y, con excelente nutrición y cuidado, hizo de ellos dos gatos gigantescos, uno negro y otro rojizo.Dos años después, vendió su casa. Como no podía llevar a los gatos consigo, ni les encontraba otro hogar, sólo le quedó llevarlos a un hospital de animales para que dispusieran de ellos.Yo la acompañé. Los gatos nunca habían estado en un coche; ella trataba de calmarlos. La arañaron y la mordieron, sobre todo el gato rojizo, al que llamaba Max. Cuando finalmente llegamos al hospital, ella se llevó primero al gato negro; con él entre los brazos, y sin pronunciar palabra, bajó del coche. El gato jugaba con ella: la tocaba suavemente con la pata mientras ella abría, empujándola, la puerta de cristal de la clínica.Miré a Max; estaba sentado en la parte trasera. El movimiento de mi cabeza debe haberlo asustado, pues se escurrió bajo el asiento del conductor. Deslicé el asiento hacia atrás. No quería meter la mano debajo por miedo de que el gato me mordiera o rasguñara. Max yacía en una concavidad en el piso del coche. Parecía muy agitado; su aliento se aceleraba. Me miró; nuestros ojos se encontraron y una sensación avasalladora me poseyó. Algo se hizo cargo de mi cuerpo: una forma de aprensión, desesperanza, o acaso vergüenza por ser parte de lo que ocurría.Sentí la necesidad de explicar a Max que la decisión era de mi amiga, y que yo sólo la ayudaba. El gato seguía mirándome, como si entendiera mis palabras.

Miré por ver si ella venía. La vi a través de la puerta de cristal. Hablaba con la recepcionista. Mi cuerpo sintió una extraña sacudida, y automáticamente abrí la puerta del coche.-¡Corre, Max, corre! -dije al gato.Bajó de un salto; cruzó velozmente la calle con el cuerpo cerca de tierra, como un verdadero felino. El otro lado de la calle estaba vacío; no había coches estacionados y pude ver a Max correr a lo largo de la cloaca. Llegó a la esquina de un gran bulevar y descendió por la compuerta de desagüe.Mi amiga regresó. Le dije que Max se había ido. Ella subió al auto y nos fuimos sin decir palabra.

A lo largo de los meses, el incidente se convirtió en un símbolo para mí. Imaginé, o acaso vi, un raro destello en los ojos de Max cuando me miró al saltar del coche. Y creí que por un instante ese animal doméstico, castrado, gordo e inútil, se hizo gato.Expresé a don Juan mi convicción de que, cuando Max corría calle abajo y se sumergía en el drenaje, su "espíritu de gato" era impecable, y quizás en, ningún otro momento de su vida fue tan evidente su "gatunidad". El incidente me dejó una impresión imborrable.Conté la historia a todos mis amigos; tras repetirla una y otra vez, mi identificación con el gato llegó a ser muy placentera.Me pensaba yo mismo como Max: dejado, domesticado en muchos sentidos, pero no podía pasar por alto, sin embargo, que siempre había la posibilidad de un momento en que el espíritu del hombre se posesionara de todo mi ser, igual que el espíritu "gatuno" llenó el cuerpo hinchado e inútil de Max.

A don Juan le había gustado la historia; hizo algunos comentarios casuales acerca de ella. Dijo que no era tan difícil dejar que el espíritu del hombre fluyera a tomar las riendas; sostener el paso, sin embargo, era algo que sólo un guerrero podía hacer.

viernes, 24 de julio de 2020

En Bagdad soñando con El Cairo


Cuenta Rumi que un hombre de Bagdad gastó toda su herencia y se encontraba en la ruina. Rogó a Dios que le ayudase y tuvo un sueño en el que una voz le decía que había en la ciudad del Cairo un tesoro escondido. Se puso viaje y fue a El Cairo.
Pronto se quedó sin dinero y se puso a mendigar. Lo encontraron unos policías por la calle tomándolo como si fuera un ladrón y lo golpearon. El hombre logró al fin explicarles quién era y qué hacía en la ciudad. Uno de los policías le dijo:
– “¿Cómo fuiste tan necio que viniste a El Cairo por un sueño? Yo mismo he tenido un sueño en el que he visto que en la ciudad de Bagdad en tal calle y en tal casa hay un tesoro”.
El hombre quedó atónito al oír aquellas palabras. Aquella casa de Bagdad era precisamente la suya. Dio gracias a los policías y a Dios misericordioso. Y viajó de vuelta a su casa de Bagdad. Allí encontró el tesoro, en su propia casa.

martes, 21 de julio de 2020

Antídoto



La suegra y su nuera vivían bajo el mismo techo. Desde el principio, las dos mujeres no podían soportarse. Con el tiempo, acabaron por detestarse. La vieja, de carácter muy desabrido, hacía uso de sus prerrogativas de anciana y tiranizaba a su hija política. La espiaba sin cesar, acechando la más mínima ocasión para hacerle reproches: la limpieza estaba mal hecha, la sopa no lo bastante caliente, el arroz demasiado cocido, iba maquillada como una prostituta, ¡de todo le decía! El marido, cobarde como la mayoría de los hombres en esta situación, se cuidaba mucho de tomar partido. La vida de la joven se había vuelto intolerable y sentía un odio sin límites por su verdugo de suegra. Decidió hacerla desaparecer con discreción, recurriendo a la magia o al veneno. Una de sus amigas de la infancia, en quien tenía plena confianza; le aconsejó que fuera a consultar a una anciana muy sabia en materia de plantas medicinales, drogas y sortilegios. Vivía en una cabaña de ramas, a algunos li del pueblo, en el fondo de un estrecho valle.

La solitaria llevaba un vestido de paja de arroz trenzado. Una abundante melena plateada escondía la mayor parte de su rostro. Sin manifestar la menor emoción, escuchó la siniestra demanda. Cerró los ojos largo tiempo y por fin contestó:

—En materia de veneno, hay que ser prudente, no precipitar en absoluto las cosas. Conviene emplear pequeñas dosis para no dejar huellas, no atraer las sospechas. Voy a darte una mezcla de hierbas tóxicas que actúan muy lentamente. Para activar su efecto, deberás masajear a tu suegra dos veces al día. Pero, para que acepte ese tratamiento, primero echarás diez gotas de esta preparación en su comida. Estará enferma unos días. Cuando el médico del pueblo la haya auscultado sin encontrar remedio alguno, manda a buscarme. Entonces daré mi prescripción.

La chamana le entregó un frasco y le reclamó una considerable suma de dinero a cambio de sus servicios.

El plan se desarrolló como estaba previsto. La anciana de la montaña fue llamada junto a la cabecera de la suegra. Prescribió una tisana y masajes dos veces al día durante un mes. Enseñó a la nuera cómo darlos.

Por la virtud de los masajes cotidianos, la suegra se distendió, y su carácter mejoró. Las dos mujeres se acercaron, sus energías se armonizaron. Al cabo de quince días, se habían vuelto como madre e hija, unidas por un verdadero afecto. A la nuera le asaltaron los remordimientos.

El veneno administrado desde hacía dos semanas tal vez hubiera obrado ya de forma irreversible. Corrió hasta la cabaña de la maga para pedirle un antídoto.

La anciana levantó la maraña de su cabellera con los peines de sus dedos, mostrando así un rostro iluminado por una magnífica sonrisa.

—No te preocupes, hija mía, la tisana es inofensiva. Incluso es beneficiosa.

Todo se ha desarrollado tal como yo lo había previsto. La práctica del Tao nos enseña a transformar lo negativo en positivo.

Fue como una revelación para la joven. A partir de ese día volvió a visitar con frecuencia a la anciana de la montaña para seguir sus huellas por los senderos de la sabiduría. Luego la sucedió como médico de los cuerpos y de las almas.

martes, 14 de julio de 2020

La doncella manca


Clarissa Pinkola Estés | WILD CHERRIES: Mixed Media Artworks of a ...
Había una vez, hace unos días, el hombre que vivía camino abajo aún poseía una enorme piedra que molía el trigo de los aldeanos y lo convertía en harina. El molinero estaba pasando por una mala época, pues sólo le quedaba la áspera y enorme muela que guardaba en un cobertizo y un precioso manzano florido que crecía detrás de éste.
Un día en que se fue al bosque con su hacha de plateado filo para cortar leña, apareció un extraño viejo de detrás de un árbol.
-No hace falta que te atormentes cortando leña -graznó el viejo-. Te cubriré de riquezas si me das lo que hay detrás de tu molino.
"¿Y qué otra cosa hay detrás de mi molino sino el manzano florido?", se preguntó el molinero, que aceptó el trato del viejo.
-Dentro de tres años vendré a llevarme lo que es mío -dijo el forastero soltando una carcajada mientras se alejaba renqueando entre los árboles.
El molinero se tropezó con su mujer por el camino. Había huido a 1 toda prisa de la casa con el delantal volando al viento y el cabello alborotado.
-Esposo mío, al dar la hora apareció en la pared de nuestra casa un soberbio reloj, nuestras rústicas sillas fueron sustituidas por otras tapizadas de terciopelo, en nuestra pobre despensa abundan las piezas de caza y nuestras arcas y cajas están llenas a rebosar. Te suplico que me digas cómo ha podido suceder tal cosa.
Justo en aquel momento unas sortijas de oro aparecieron en sus dedos y su cabello quedó recogido con una diadema dorada.
-¡Oh! -exclamó el molinero, contemplando con asombro cómo su pobre jubón se transformaba en una prenda de raso. Ante sus ojos sus zuecos de madera con los desgastados tacones se convirtieron en unos espléndidos zapatos-. Eso es obra del forastero -dijo con la voz entrecortada por la emoción-. En el bosque me tropecé con un hombre muy extraño vestido de negro que me prometió riquezas sin cuento si yo le daba lo que hay detrás del molino. Ya plantaremos otro manzano, esposa mía.
-¡Oh, esposo mío! -gimió la mujer, mirándole como si acabaran de asestarle un golpe mortal-. El hombre vestido de negro era el demonio y es cierto que lo que hay detrás del molino es un árbol, pero ahora nuestra hija también está allí, barriendo el patio con una escoba de ramas de sauce.
Los desconsolados padres regresaron a toda prisa a casa derramando amargas lágrimas sobre sus ricos ropajes. Su hija se pasó tres años sin encontrar marido a pesar de que su carácter era tan dulce como las primeras manzanas primaverales. El día en que el demonio acudió a buscarla, la joven se bañó, se vistió con una túnica blanca y permaneció de pie en el centro del círculo de tiza que había trazado a su alrededor. Cuando el demonio alargó la mano para agarrarla, una fuerza invisible lo arrojó al otro lado del patio.
-No tiene que volver a bañarse -gritó el demonio-, de lo contrario, no podré acercarme a ella.
Los padres y la hija se asustaron. Pasaron varias semanas en cuyo transcurso la hija no se bañó, por cuyo motivo tenía todo el cabello pegajoso, las uñas orladas de negro, la piel grisácea y la ropa tiesa y ennegrecida a causa de la suciedad.
Cuando la doncella más parecía una bestia que una persona, el demonio regresó. Pero la joven rompió a llorar con desconsuelo. Las lágrimas se filtraron a través de sus dedos y le bajaron por los brazos hasta tal extremo que sus mugrientos brazos y sus manos quedaron tan blancos y limpios como la nieve. El demonio se enfureció.
-Hay que cortarle las manos, de lo contrario, no podré acercarme a ella.
El padre se horrorizó.
-¿Quieres que le corte las manos a mi propia hija?
-Todo lo que hay aquí morirá, tú, tu mujer y todos los campos hasta donde alcanza la vista -rugió el demonio.
El padre se asustó tanto que obedeció y, suplicándole a su hija que lo perdonara, empezó a afilar el hacha de plateado filo. La hija se sometió a su voluntad diciendo:
-Soy tu hija, haz lo que tengas que hacer.
Y lo hizo, pero, al final, nadie pudo decir quién gritó más de dolor, si la hija o el padre. Así terminó la vida de la muchacha tal y como ésta la había conocido hasta entonces.
Cuando regresó el demonio, la joven había derramado tantas lágrimas que los muñones de sus brazos volvían a estar limpios y el demonio fue arrojado al otro lado del patio cuando trató de agarrarla. Soltando unas maldiciones que provocaron una serie de pequeños incendios en el bosque, desapareció para siempre, pues había perdido el derecho a reclamar la propiedad de la muchacha.
El padre había envejecido cien años y la madre también. Como auténticos habitantes del bosque que eran, siguieron adelante de la mejor manera posible. El anciano padre le ofreció a su hija un espléndido castillo y riquezas para toda la vida, pero ella le contestó que más le valía convertirse en una mendiga y buscarse el sustento en la caridad del prójimo. Así pues, la joven se envolvió los muñones de los brazos en una gasa limpia y, al rayar el alba, abandonó la vida que había conocido hasta entonces.
Anduvo y anduvo. El sol del mediodía hizo que el sudor le dejara unos surcos de mugre en el rostro. El viento le despeinó el cabello hasta dejárselo convertido en una especie de nido de cigüeñas con las ramas enroscadas en todas direcciones. En mitad de la noche llegó a un vergel real, donde la luna iluminaba todos los frutos que colgaban de los árboles.
Pero no podía entrar porque el vergel estaba rodeado por un foso de agua. Cayó de rodillas, pues se moría de hambre. Un espíritu vestido de blanco se le apareció, cerró una de las compuertas y el foso se vació.
La doncella caminó entre los perales y comprendió que cada una de aquellas preciosas peras estaba contada y numerada y que, además, todas estaban vigiladas. Pese a ello, una rama se inclinó con un crujido para que la muchacha pudiera alcanzar el delicioso fruto que colgaba de su extremo. Ésta acercó los labios a la dorada piel de la pera y se la comió bajo la luz de la luna con los brazos envueltos en gasas y el cabello desgreñado cual si fuera una figura de barro, la doncella manca.
El hortelano lo vio todo, pero intuyó la magia del espíritu que protegía a la doncella y no intervino. Cuando terminó de comerse la pera, la joven cruzó de nuevo el foso y se quedó dormida al abrigo del bosque.
A la mañana siguiente se presentó el rey para contar sus peras. Descubrió que faltaba una y, mirando arriba y abajo, no logró encontrar el fruto perdido.
-Anoche dos espíritus vaciaron el foso -le explicó el hortelano-, entraron en el vergel a la luz de la luna y uno de ellos que era manco se comió la pera que la rama le ofreció.
El rey dijo que aquella noche montaría guardia. En cuanto oscureció, se fue al vergel con su hortelano y su mago, que sabía hablar con los espíritus. Los tres se sentaron debajo de un árbol e iniciaron la vigilancia. A medianoche apareció la doncella flotando por el bosque, envuelta en sucios andrajos, con el cabello desgreñado, el rostro tiznado de mugre y los brazos sin manos, en compañía del espíritu vestido de blanco.
Ambos entraron en el vergel de la misma manera que la primera vez. Un árbol volvió a inclinar amablemente una de sus ramas hacia ella y la joven se comió la pera de su extremo.
El mago se acercó a ellos, aunque no demasiado, y les preguntó:
-¿Sois de este mundo o no sois de este mundo?
-Yo era antes del mundo, pero no soy de este mundo.
-¿Es un ser humano o es un espíritu? -le preguntó el rey al mago.
El mago le contestó que era lo uno y lo otro. Al rey le dio un vuelco el corazón y, corriendo hacia ella, exclamó:
-No te abandonaré. A partir de este día, yo cuidaré de ti.
En su castillo le mandó hacer unas manos de plata que le acoplaron a los brazos. Y así fue como el rey se casó con la doncella manca.
A su debido tiempo el rey tuvo que combatir una guerra contra un reino lejano y le pidió a su madre que cuidara de la joven reina, pues la amaba con todo su corazón.
-Si da a luz un hijo, envíame inmediatamente un mensaje.
La joven reina dio a luz una preciosa criatura y la madre del rey envió un mensajero al soberano para comunicarle la buena nueva. Pero, por el camino, el mensajero se cansó y, al llegar a un río, se sintió cada vez más soñoliento hasta que, al final, se quedó completamente dormido a la orilla de la corriente. El demonio apareció por detrás de un árbol y cambió el mensaje por otro en el que se decía que la reina había dado a luz una criatura que era medio persona y medio perro.
El rey se horrorizó al leer el mensaje, pero envió un mensaje de respuesta en el que transmitía su amor a la reina y ordenaba que cuidaran de ella en aquella terrible prueba. El muchacho que llevaba el mensaje llegó nuevamente al río y, sintiéndose tan pesado como si hubiera participado en un festín, no tardó en volver a quedarse dormido a la orilla del agua. Entonces apareció de nuevo el demonio y cambió el mensaje por otro que decía "Matad a la reina y a la criatura".
La anciana madre se turbó ante la orden de su hijo y envió a otro mensajero para confirmarla. Los mensajeros fueron y vinieron, todos ellos se quedaron dormidos junto al río y el demonio fue cambiando sus mensajes por otros cada vez más terribles hasta llegar al último que decía "Conservad los ojos y la lengua de la reina como prueba de su muerte".
La anciana madre no pudo soportar la idea de matar a la joven y dulce reina. En su lugar, sacrificó una paloma, le arrancó los ojos y la lengua y los guardó. Después ayudó a la joven reina a sujetarse la criatura al pecho, la cubrió con un velo y le dijo que huyera para salvar su vida. Ambas mujeres lloraron y se despidieron con un beso.
La joven reina anduvo hasta llegar al bosque más grande y frondoso que jamás en su vida hubiera visto. Lo recorrió en todas direcciones tratando de encontrar un camino. Cuando ya estaba oscureciendo, se le apareció el espíritu vestido de blanco y la guió hasta una humilde posada que regentaban unos bondadosos habitantes del bosque. Otra doncella vestida de blanco la acompañó al interior de la posada y la llamó por su nombre. La criatura fue depositada en una cuna.
-¿Cómo sabes que soy una reina? -le preguntó la doncella manca.
-Nosotros los que vivimos en el bosque sabemos estas cosas, mi reina. Ahora descansa.
La reina permaneció siete años en la posada, viviendo feliz con su hijo. Poco a poco le volvieron a crecer las manos, primero como las de una criatura, tan sonrosadas como una perla, después como las de una niña y finalmente como las de una mujer.
Entretanto, el rey regresó de la guerra y su anciana madre le preguntó, mostrándole los ojos y la lengua de la paloma:
-¿Por qué me hiciste matar a dos inocentes?
Al enterarse de la horrible historia, el rey se tambaleó y lloró con desconsuelo. Al ver su dolor, su madre le dijo que aquellos eran los ojos y la lengua de una paloma y que había enviado a la reina y a la criatura al bosque.
El rey juró que no comería ni bebería y viajaría hasta los confines del mundo para encontrarlos. Se pasó siete años buscando. Las manos se le ennegrecieron, la barba se le llenó de pardo moho como el musgo y se le resecaron los enrojecidos ojos. Durante todo aquel tiempo no comió ni bebió, pero una fuerza superior a él lo ayudaba a vivir.
Al final llegó a la posada que regentaban los habitantes del bosque. La mujer vestida de blanco lo invitó a entrar y él se acostó, pues estaba muy cansado. La mujer le cubrió el rostro con un velo y él se quedó dormido. Mientras permanecía sumido en un profundo sueño, su respiración hinchó el velo y, poco a poco, éste le resbaló del rostro. Al despertar vio a una hermosa mujer y a un precioso niño mirándole.
-Soy tu esposa y éste es tu hijo -dijo la mujer.
El rey quería creerla, pero vio que la mujer tenía manos.
-Gracias a mi esfuerzo y a mis desvelos me han vuelto a crecer las manos -añadió la joven.
La mujer vestida de blanco sacó las manos de plata del arca donde éstas se guardaban como un tesoro. El rey se levantó, abrazó a su esposa y a su hijo y aquel día hubo gran júbilo en el bosque.
Todos los espíritus y los moradores de la posada celebraron un espléndido festín.
Después, el rey, la reina y el niño regresaron junto a la anciana madre, celebraron una segunda boda y tuvieron muchos hijos, todos los cuales contaron la historia a otros cien, que a su vez la contaron a otros cien, de la misma manera que tú eres una de las otras cien personas a quienes yo la estoy contando.

miércoles, 1 de julio de 2020

Coyote Dick


En caso de que así fuera, me imagino que Baubo le debió de contar  a Deméter un cuento como  el siguiente  que yo le oí relatar hace años al viejo encargado de un aparcamiento de caravanas de la ciudad de Nogales. Se llamaba Old Red y afirmaba tener sangre nativa.

No llevaba puesta la dentadura postiza y hacía varios días que no se afeitaba. Su anciana y bella esposa Willowdean poseía un rostro hermoso pero ajado. Me dijo que una vez le habían roto la nariz en una riña de bar. Eran propietarios de tres Cadillacs, pero ninguno de ellos funcionaba. Tenían un perro chihuahua que ella mantenía en la cocina en el interior de un parque infantil. Él era uno de esos hombres que no se quitan el sombrero ni siquiera cuando se sientan en la taza del excusado.
Yo estaba buscando cuentos y había entrado en el recinto con mi pequeña caravana Napanee.
-Bueno pues, ¿conocen ustedes algún cuento de esta región? -les pregunté, refiriéndome a la zona y sus alrededores.
Old Red miró pícaramente a su mujer con una sonrisa en los labios y la provocó diciendo en tono burlón:
-Le voy a contar el cuento de Coyote Dick.
-Red, no le cuentes este cuento. Red, ni se te ocurra.
-Pues se lo pienso contar -aseguró Old Red.
Willowdean se sostuvo la cabeza entre las manos y habló mirando a la mesa.
-No le cuentes este cuento, Red, hablo en serio.
-Pues yo se lo voy a contar ahora mismo, Willowdean.
Willowdean se sentó de lado en la silla y se cubrió los ojos con las manos como si acabara de quedarse ciega.
Eso es lo que Old Red me contó. Dijo que se lo había contado "un navajo que se lo había oído contar a un mexicano que se lo había oído contar a un hopi".

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Había una vez un tal Coyote Dick, la criatura más lista y al mismo tiempo más tonta que cupiera imaginar. Siempre estaba hambriento de algo y siempre andaba gastando bromas a la gente para conseguir lo que quería. El resto del tiempo se lo pasaba durmiendo.
Bueno pues, un día mientras Coyote Dick estaba durmiendo, su miembro se hartó y decidió abandonarlo para pegarse él solo una juerga. Se despegó de Coyote Dick y echó a correr camino abajo. En realidad, brincaba camino abajo, pues sólo tenía una pierna.
Brincó y brincó y se lo estaba pasando tan bien que se apartó del camino y se adentró en un bosque donde -¡oh, no!- fue a saltar directamente a un ortigal.
-¡Ay! -gritó-. ¡Oh, cómo me pica! -chilló-. ¡Socorro! ¡Socorro!
El alboroto de los gritos despertó a Coyote Dick y, cuando éste bajó la mano para poner en marcha su corazón con la acostumbrada manivela, ¡ésta había desaparecido! Coyote Dick bajó corriendo por el camino sosteniéndose la entrepierna con las manos y llegó finalmente al lugar donde se encontraba su pene en la situación más apurada que imaginar se pueda. Coyote Dick sacó amorosamente su aventurero miembro de entre las ortigas, le dio unas palmadas para calmarlo y se lo volvió a colocar en su sitio.

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Old Red se rió tanto que hasta le dio un acceso de tos y los ojos le salieron de las órbitas.
-Y éste es el cuento de Coyote Dick.
Willowdean le recordó:
-Has olvidado contarle el final.
-¿Qué final? Ya le he contado el final -masculló Old Red.
-Has olvidado contarle el verdadero final del cuento, viejo bidón de gasolina.
-Pues, ya que lo recuerdas tan bien, cuéntaselo tú.
Sonó el timbre de la puerta y el viejo se levantó de su desvencijada silla.
Willowdean me miró directamente a la cara con los ojos brillando como luceros.
-El final del cuento es la moraleja.
En aquel momento, Baubo se apoderó de Willowdean, pues ésta empezó a reírse por lo bajo, a continuación, soltó una carcajada y, finalmente, estalló en una risotada del vientre tan prolongada que le asomaron las lágrimas a los ojos y tardó dos minutos en pronunciar estas últimas tres frases, repitiendo cada palabra dos o tres veces entre jadeos entrecortados.
-La moraleja es que aquellas ortigas, cuando Coyote Dick se apartó de ellas, le provocaron picor en la picha por siempre jamás. Y es por eso por lo que los hombres siempre se acercan como el que no quiere la cosa a las mujeres para restregarse contra ellas y ponen cara de "Uy, cuánto me pica". Porque, mire usted, a esta picha universal le pica todo desde la primera vez que se escapó.
No sé muy bien qué es lo que me llamó la atención, pero el caso es que ambas permanecimos sentadas en la cocina gritando de risa y golpeando la mesa con las palmas de las manos hasta quedarnos casi sin fuerzas. Después, aquella sensación me recordó la que una persona experimenta cuando se acaba de comer un buen manojo de rábanos.

Baubo: La diosa del vientre


Deméter, la madre tierra, tenía una hermosa hija llamada Perséfone que un día estaba jugando en un prado. De pronto, Perséfone tropezó con una preciosa flor y alargó las puntas de los dedos para acariciar su bella corola. Súbitamente el suelo empezó a estremecerse y un gigantesco zigzag rasgó la tierra. De las profundidades de la tierra surgió Hades, el dios de Ultratumba. Era alto y poderoso y permanecía de pie en un carro negro tirado por cuatro caballos de color espectral.
Hades agarró a Perséfone y la atrajo a su carro en medio de un revuelo de velos y sandalias. Después los caballos se precipitaron de nuevo al interior de la tierra. Los gritos de Perséfone son cada vez más débiles a medida que se iba cerrando la brecha de la tierra como si nada hubiera ocurrido.
Los gritos y el llanto de la doncella resonaron por todas las piedras de las montañas y subieron borbotando en un acuático lamento desde el fondo del mar. Deméter oyó gritar a las piedras. Oyó los gritos del agua. Después un pavoroso silencio cubrió toda la tierra mientras se aspiraba en el aire el perfume de las flores aplastadas.
Arrancándose la diadema que adornaba su inmortal cabello y desplegando los oscuros velos que le cubrían los hombros, Deméter voló sobre la tierra como un ave gigantesca, buscando y llamando a su hija.
Aquella noche una vieja bruja les comentó a sus hermanas junto a la entrada de su cueva que aquel día había oído tres gritos: uno era el de una voz juvenil lanzando alaridos de terror; otro, una quejumbrosa llamada; y el tercero, el llanto de una madre.
No hubo manera de encontrar a Perséfone y así inició Deméter la búsqueda de su amada hija a lo largo de vanos meses. Deméter estaba furiosa, lloraba, gritaba, preguntaba, buscaba en todos los parajes de la tierra por arriba, por abajo y por dentro, suplicaba compasión y pedía la muerte, pero, por mucho que se esforzara, no conseguía encontrar a su hija del alma.
Así pues, ella, la que lo hacía crecer todo eternamente, maldijo todas las tierras fértiles del mundo, gritando en su dolor: "¡Morid! ¡Morid! ¡Morid!" A causa de la maldición de Deméter ningún niño pudo nacer, no creció trigo para amasar el pan, no hubo flores para las fiestas ni ramas para los muertos. Todo estaba marchito y consumido en la tierra reseca y los secos pechos.
La propia Deméter ya no se bañaba. Sus túnicas estaban empapadas de barro y el cabello le colgaba en enmarañados mechones. A pesar del terrible dolor de su corazón, no se daba por vencida. Después de muchas preguntas, súplicas e incidentes que no habían dado el menor resultado, la diosa se desplomó junto a un pozo de una aldea donde nadie la conocía. Mientras permanecía apoyada contra la fría piedra del pozo, apareció una mujer, más bien una especie de mujer, que se acercó a ella bailando, agitando las caderas como si estuviera en pleno acto sexual mientras sus pechos brincaban al compás de la danza. Al verla, Deméter no pudo por menos de esbozar una leve sonrisa.
La bailarina era francamente prodigiosa, pues no tenía cabeza, sus pezones eran sus ojos y su vulva era su boca. Con aquella deliciosa boca empezó a contarle a Deméter unas historias muy graciosas. Deméter sonrió, después se rió por lo bajo y, finalmente, estalló en una sonora carcajada. Ambas mujeres, Baubo, la pequeña diosa del vientre, y la poderosa diosa de la Madre Tierra Deméter se rieron juntas como locas.
Y aquella risa sacó a Deméter de su depresión y le infundió la energía necesaria para reanudar la búsqueda de su hija y, con la ayuda de Baubo, de la vieja bruja Hécate y del sol Helios, consiguió finalmente su objetivo. Perséfone fue devuelta a su madre. El mundo, la tierra y los vientres de las mujeres volvieron a crecer.