En caso de que así fuera, me imagino que Baubo le debió de contar a Deméter un cuento como el siguiente que yo le oí relatar hace años al viejo encargado de un aparcamiento de caravanas de la ciudad de Nogales. Se llamaba Old Red y afirmaba tener sangre nativa.
No llevaba puesta la dentadura postiza y hacía varios días que no se afeitaba. Su anciana y bella esposa Willowdean poseía un rostro hermoso pero ajado. Me dijo que una vez le habían roto la nariz en una riña de bar. Eran propietarios de tres Cadillacs, pero ninguno de ellos funcionaba. Tenían un perro chihuahua que ella mantenía en la cocina en el interior de un parque infantil. Él era uno de esos hombres que no se quitan el sombrero ni siquiera cuando se sientan en la taza del excusado.
Yo estaba buscando cuentos y había entrado en el recinto con mi pequeña caravana Napanee.
-Bueno pues, ¿conocen ustedes algún cuento de esta región? -les pregunté, refiriéndome a la zona y sus alrededores.
Old Red miró pícaramente a su mujer con una sonrisa en los labios y la provocó diciendo en tono burlón:
-Le voy a contar el cuento de Coyote Dick.
-Red, no le cuentes este cuento. Red, ni se te ocurra.
-Pues se lo pienso contar -aseguró Old Red.
Willowdean se sostuvo la cabeza entre las manos y habló mirando a la mesa.
-No le cuentes este cuento, Red, hablo en serio.
-Pues yo se lo voy a contar ahora mismo, Willowdean.
Willowdean se sentó de lado en la silla y se cubrió los ojos con las manos como si acabara de quedarse ciega.
Eso es lo que Old Red me contó. Dijo que se lo había contado "un navajo que se lo había oído contar a un mexicano que se lo había oído contar a un hopi".
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Había una vez un tal Coyote Dick, la criatura más lista y al mismo tiempo más tonta que cupiera imaginar. Siempre estaba hambriento de algo y siempre andaba gastando bromas a la gente para conseguir lo que quería. El resto del tiempo se lo pasaba durmiendo.
Bueno pues, un día mientras Coyote Dick estaba durmiendo, su miembro se hartó y decidió abandonarlo para pegarse él solo una juerga. Se despegó de Coyote Dick y echó a correr camino abajo. En realidad, brincaba camino abajo, pues sólo tenía una pierna.
Brincó y brincó y se lo estaba pasando tan bien que se apartó del camino y se adentró en un bosque donde -¡oh, no!- fue a saltar directamente a un ortigal.
-¡Ay! -gritó-. ¡Oh, cómo me pica! -chilló-. ¡Socorro! ¡Socorro!
El alboroto de los gritos despertó a Coyote Dick y, cuando éste bajó la mano para poner en marcha su corazón con la acostumbrada manivela, ¡ésta había desaparecido! Coyote Dick bajó corriendo por el camino sosteniéndose la entrepierna con las manos y llegó finalmente al lugar donde se encontraba su pene en la situación más apurada que imaginar se pueda. Coyote Dick sacó amorosamente su aventurero miembro de entre las ortigas, le dio unas palmadas para calmarlo y se lo volvió a colocar en su sitio.
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Old Red se rió tanto que hasta le dio un acceso de tos y los ojos le salieron de las órbitas.
-Y éste es el cuento de Coyote Dick.
Willowdean le recordó:
-Has olvidado contarle el final.
-¿Qué final? Ya le he contado el final -masculló Old Red.
-Has olvidado contarle el verdadero final del cuento, viejo bidón de gasolina.
-Pues, ya que lo recuerdas tan bien, cuéntaselo tú.
Sonó el timbre de la puerta y el viejo se levantó de su desvencijada silla.
Willowdean me miró directamente a la cara con los ojos brillando como luceros.
-El final del cuento es la moraleja.
En aquel momento, Baubo se apoderó de Willowdean, pues ésta empezó a reírse por lo bajo, a continuación, soltó una carcajada y, finalmente, estalló en una risotada del vientre tan prolongada que le asomaron las lágrimas a los ojos y tardó dos minutos en pronunciar estas últimas tres frases, repitiendo cada palabra dos o tres veces entre jadeos entrecortados.
-La moraleja es que aquellas ortigas, cuando Coyote Dick se apartó de ellas, le provocaron picor en la picha por siempre jamás. Y es por eso por lo que los hombres siempre se acercan como el que no quiere la cosa a las mujeres para restregarse contra ellas y ponen cara de "Uy, cuánto me pica". Porque, mire usted, a esta picha universal le pica todo desde la primera vez que se escapó.
No sé muy bien qué es lo que me llamó la atención, pero el caso es que ambas permanecimos sentadas en la cocina gritando de risa y golpeando la mesa con las palmas de las manos hasta quedarnos casi sin fuerzas. Después, aquella sensación me recordó la que una persona experimenta cuando se acaba de comer un buen manojo de rábanos.
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