El
joven príncipe Gautama Sãkyamũni, el Futuro Buddha, había sido
protegido por su padre de todo conocimiento de la vejez, de la enfermedad, de
la muerte y del monacato, porque temía despertar en él pensamientos de
renunciación a la vida, pues había sido profetizado a su nacimiento que sería
el emperador del mundo o un Buddha. El rey, prejuiciado en favor de la vocación
real, dio a su hijo tres palacios y cuarenta mil bailarinas para conservar su
mente apegada al mundo. Pero esto sólo sirvió para adelantar lo inevitable,
porque cuando era relativamente joven, su juventud consumió todos los campos de
los goces carnales y maduró para la otra experiencia. Cuando el príncipe estuvo
preparado, los heraldos aparecieron automáticamente:
“Cierto
día el Futuro Buddha deseó ir al parque y le dijo a su cochero que alistara la
carroza. El hombre trajo una carroza elegante y suntuosa y después de adornarla
ricamente, colocó en los arneses cuatro hermosos caballos de la sangre de
Sindhava, tan blancos como los pétalos de los lotos blancos, y anunció al
Futuro Buddha que todo estaba preparado. El Futuro Buddha subió a la carroza
que era como un palacio para los dioses y se dirigió al parque.
‘El
momento de la iluminación del príncipe Siddhartha se acerca —pensaron los
dioses— debemos hacerle una señal’, y convirtieron a uno de ellos en un
anciano decrépito, con los dientes rotos, el cabello gris, el cuerpo torcido e
inclinado, que se apoyaba en un bastón y temblaba, y se lo mostraron al Futuro
Buddha, pero en forma que sólo él y el cochero pudieran verlo.
Entonces
el Futuro Buddha dijo a su cochero: ‘Amigo, dime quién es este hombre. Ni
siquiera su pelo es como el de los otros hombres.’ Y cuando oyó la respuesta,
dijo: ‘Vergüenza de nacer, si todo aquel que ha nacido ha de hacerse viejo.’ Y
con el corazón agitado regresó y ascendió a su palacio.
‘¿Por
qué ha regresado mi hijo tan pronto?’, preguntó el rey.
Señor,
ha visto a un viejo —fue la respuesta—, y porque lo ha visto quiere retirarse
del mundo.’
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‘¿Quieres
matarme, que dices esas cosas? Que preparen inmediatamente unas
representaciones para que las vea mi hijo. Si podemos lograr que disfrute del
placer dejará de pensar en retirarse del mundo.’ Entonces el rey mandó que su
guardia se extendiera media legua en cada dirección.
Otro
día, que el Futuro Buddha deseó ir al parque, vio a un hombre enfermo que los
dioses le habían enviado y habiendo hecho la misma pregunta, regresó con el
corazón agitado y ascendió a su palacio.
El
rey hizo la misma pregunta y dio la misma orden que había dado antes y aumentó
su guardia y la colocó a tres cuartos de legua en redondo.
Y
otro día que el Futuro Buddha volvió al parque, vio un hombre muerto que los
dioses le habían enviado y habiendo hecho la misma pregunta, regresó con el
corazón agitado y ascendió a su palacio.
Y el
rey hizo la misma pregunta y dio las mismas órdenes que había dado antes y
extendió la guardia de nuevo y la colocó una legua en redondo.
Y
otro día en que el Futuro Buddha volvió a ir al parque, vio un monje,
cuidadosa y decentemente ataviado, que los dioses le habían enviado y le
preguntó a su cochero: ‘Dime, ¿quién es ese hombre?’ ‘Señor, ése es uno de los
que se han retirado del mundo’, y el cochero empezó a cantar las alabanzas del
retiro del mundo. La idea del retiro del mundo fue del agrado del Futuro
Buddha.”9
9 Reproducido
con el permiso de los editores de Henry Clarke Warren, Buddhism in
Translations (Harvard Oriental Series, 3; Cambridge, Mass., Harvard
University Press, 1896), pp. 56-57.
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