El príncipe Kamaru-s-Semán joven y hermoso, el único hijo del rey Shahramán de Persia,
rechazaba persistentemente las repetidas sugestiones, peticiones,
demandas y finalmente mandatos de su padre, de que actuara en forma
normal y tomara una esposa. La primera vez que se le planteó la
cuestión el joven respondió: “Has de saber ¡ye
padre
mío! que a mí el matrimonio no me ofrece ningún atractivo. Pues
sobre sus engaños y perfidias muchos libros he leído y muchos
dichos he oído. Como el poeta dijo:
Si
deseáis saber cómo las hembras son,
preguntádmelo
a mí, que en ello soy doctor.
Y
yo os digo que, en cuanto al hombre le blanquea
el
pelo y en su bolso se acaban las monedas,
huyen
de él las mujeres cual de la peste negra.
Y
dijo también otro poeta:
Déjate
de mujeres y conságrate a Alá;
el
mozo que a las hembras sin freno se abandona,
prepárase
una vida llena de malestar.
Que
son tales las hembras, que al más pintado engañan
por
más listo que sea; pues ellas lo son más.
Y
luego en prosa llana, díjole el joven a su padre: ‘Desde
ahora te digo, padre mío, que jamás consentiré en casarme y a ello
nunca me avendré, aunque la copa de la muerte me dieran a beber’.”
Cuando
el sultán Shahramán oyó estas palabras de su hijo la luz se
convirtió en tinieblas ante sus ojos y se llenó de desconsuelo;
pero por el gran amor que le tenía no quiso repetir sus deseos ni se
indignó, sino que le mostró toda clase de bondades.
Después
de un año, el padre repitió su pregunta, pero el joven persistió
en su negativa con otros versos de los poetas. Entonces el rey
consultó a su visir. “¡Ye
monarca
glorioso! —respondióle el visir—. Lo que yo creo ahora deber
aconsejarte es que aguardes a que pase otro año, en el cual no has
de insistir sobre el tema matrimonial; y cuando ese año sea cumplido
y pienses hablarle otra vez de casorio a tu hijo, no lo hagas a solas
con él, sino en presencia de toda la corte regia, delante de toda la
asamblea de emires y visires, y no en secreto como hasta aquí
hiciste.”
Cuando
llegó el momento, sin embargo, y el rey Shahramán [68]
dio
su mandato en presencia de la corte, el príncipe inclinó la cabeza
un momento, luego la levantó en dirección
a
su padre y movido por locura juvenil y por ignorancia infantil,
replicó: “Ya te he dicho, padre mío, que estoy decidido a no
casarme jamás, aunque el cáliz de la muerte hubiera de apurar. Y he
de decirte con franqueza que eres hombre de muchos años y de juicio
escaso, pues ya antes de ahora me pediste dos veces que accediese a
tomar esposa y ambas te respondí lo mismo que hoy te acabo de
decir. ¡Así que, por lo visto, chocheas y no vales ni para gobernar
una piara de ovejas!” Así diciendo, Kamaru-s-Semán descruzó las
manos de detrás de su espalda y se levantó las mangas hasta arriba
de los codos ante su padre, porque estaba furioso y dijo muchas
otras palabras a su señor, sin saber lo que decía en la confusión
de su espíritu.
El
rey se sintió confundido y avergonzado, pues esto sucedió en
presencia de la asamblea de los grandes y de los oficiales del reino,
en ocasión de una gran ceremonia del Estado. Pero después, la
majestad del reinado tomó posesión de él, le habló a gritos a su
hijo y lo hizo temblar. Luego llamó a los guardas que estaban a su
lado y ordenó: “¡Apresadlo!” Ellos se adelantaron y le echaron
mano y atándolo lo trajeron ante su señor, que les ordenó que le
sujetaran los codos a la espalda y de esta manera lo presentaran
ante él. El príncipe inclinó la cabeza lleno de temor y de
aprensión, con la frente y la cara empapadas de sudor; la vergüenza
y la confusión lo atormentaban vivamente. Entonces su padre lo
insultó y lo envileció gritando: “¡Guay de ti, ye mi hijo, hijo
bastardo y mal educado! ¿Cómo tienes la insolencia de contestarme
así, delante de esta asamblea, en presencia de mis chambelanes y mis
generales? ¡En verdad careces de la educación más elemental!
¿Por ventura no comprendes que si lo que acabas de hacer, lo hubiera
hecho uno de mis vasallos, no habría salido tan bien librado?” El
rey ordenó a sus soldados que soltaran sus codos y que lo
aprisionaran en una torre de los castillos que guarnecían las
fronteras.
Tomaron
al príncipe y lo encerraron en una vieja torre, donde había una
sala destruida y en el medio una fuente derribada; después de
haberla limpiado trajeron un lecho y lo cubrieron con tapices y
colocaron a su cabecera una almohada. Luego trajeron un mosquitero
grande y encendieron [69]
candelas,
porque aquel lugar estaba oscuro aun durante el día. Finalmente, los
soldados hicieron entrar a Kamaru-s-Semán y pusieron un eunuco en la
puerta, y cuando todo estuvo hecho, el príncipe se dejó caer en el
sofá con el espíritu triste y acongojado, culpándose y
arrepintiéndose de la injuriosa conducta que había tenido con
su padre.
Mientras
tanto, en el distante imperio de la China, la hija del rey Gayur,
señor de las Islas, de los Mares y de los Siete Palacios, se hallaba
en un caso parecido. Cuando se conoció su belleza y su fama y su
nombre se extendieron a los países vecinos, todos los reyes la
pidieron en matrimonio a su padre y él lo había consultado con
ella, pero a la princesa le disgustaba hasta la palabra misma de
matrimonio. “Ye
padre
mío, no tengo la menor intención de casarme y no me casaré en la
vida; porque siendo yo señora y reina, que sobre las gentes
impera, no voy a querer un marido que sobre mí mande a su albedrío”
Y mientras más pretendientes rechazaba, más crecía el interés de
los solicitantes y toda la realeza de las islas de la China mandaba
regalos y rarezas a su padre con cartas en que la pedían en
matrimonio. Él insistía una y otra vez, aconsejándola con
respecto a sus esponsales, y ella siempre rehusaba. Y él se
llenó de perplejidad en lo que concernía a su actitud y a los reyes
sus pretendientes. De manera que le dijo: “Está bien. Si realmente
estás decidida a no casarte en tu vida, yo nada en contra he de
decir, pero abstente en adelante de entrar y salir.” Acto
seguido la internó en su cámara y encomendó su guarda a diez
ancianas y le prohibió ir a los Siete Palacios. Además, aparentó
estar indignado con ella y envió cartas a todos los reyes,
haciéndoles saber que los genios le habían producido un ataque
de locura.6
Con
un héroe y una heroína que siguen la senda negativa y entre
ellos todo el continente de Asia, ha de requerirse un milagro
para consumar la unión de esta pareja eternamente predestinada.
¿Podrá dicha fuerza romper el hechizo de negación a la vida y
aplacar la cólera de los dos padres infantiles?
Abreviado
de Las
mil y una noches, vol. I, pp. 1072-1082.