"Los cuentos son una medicina. Tienen un poder extraordinario; no exigen que hagamos, seamos o pongamos en práctica algo: basta con que escuchemos. Los cuentos contienen los remedios para reparar o recuperar cualquier pulsión perdida". Clarissa Pinkola Estés.

jueves, 6 de mayo de 2021

La llamada: el príncipe Kamaru-s-Semán y la princesa Budur

 




El príncipe Kamaru-s-Semán joven y hermoso, el único hijo del rey Shahramán de Persia, rechazaba persistentemente las repetidas sugestiones, peti­ciones, demandas y finalmente mandatos de su padre, de que actuara en forma normal y tomara una esposa. La primera vez que se le planteó la cuestión el joven respon­dió: “Has de saber ¡ye padre mío! que a mí el matrimonio no me ofrece ningún atractivo. Pues sobre sus engaños y perfidias muchos libros he leído y muchos dichos he oído. Como el poeta dijo:


Si deseáis saber cómo las hembras son,

preguntádmelo a mí, que en ello soy doctor.

Y yo os digo que, en cuanto al hombre le blanquea

el pelo y en su bolso se acaban las monedas,

huyen de él las mujeres cual de la peste negra.


Y dijo también otro poeta:


Déjate de mujeres y conságrate a Alá;

el mozo que a las hembras sin freno se abandona,

prepárase una vida llena de malestar.

Que son tales las hembras, que al más pintado engañan

por más listo que sea; pues ellas lo son más.


Y luego en prosa llana, díjole el joven a su padre: ‘Des­de ahora te digo, padre mío, que jamás consentiré en casarme y a ello nunca me avendré, aunque la copa de la muerte me dieran a beber’.”

Cuando el sultán Shahramán oyó estas palabras de su hijo la luz se convirtió en tinieblas ante sus ojos y se llenó de desconsuelo; pero por el gran amor que le tenía no quiso repetir sus deseos ni se indignó, sino que le mostró toda clase de bondades.

Después de un año, el padre repitió su pregunta, pero el joven persistió en su negativa con otros versos de los poetas. Entonces el rey consultó a su visir. “¡Ye monarca glorioso! —respondióle el visir—. Lo que yo creo ahora deber aconsejarte es que aguardes a que pase otro año, en el cual no has de insistir sobre el tema matrimonial; y cuando ese año sea cumplido y pienses hablarle otra vez de casorio a tu hijo, no lo hagas a solas con él, sino en presencia de toda la corte regia, delante de toda la asam­blea de emires y visires, y no en secreto como hasta aquí hiciste.”

Cuando llegó el momento, sin embargo, y el rey Shahramán [68] dio su mandato en presencia de la corte, el príncipe inclinó la cabeza un momento, luego la levantó en dirección

a su padre y movido por locura juvenil y por ignorancia infantil, replicó: “Ya te he dicho, padre mío, que estoy decidido a no casarme jamás, aunque el cáliz de la muerte hubiera de apurar. Y he de decirte con franqueza que eres hombre de muchos años y de juicio escaso, pues ya antes de ahora me pediste dos veces que accediese a tomar es­posa y ambas te respondí lo mismo que hoy te acabo de decir. ¡Así que, por lo visto, chocheas y no vales ni para gobernar una piara de ovejas!” Así diciendo, Kamaru-s-Semán descruzó las manos de detrás de su espalda y se levantó las mangas hasta arriba de los codos ante su pa­dre, porque estaba furioso y dijo muchas otras palabras a su señor, sin saber lo que decía en la confusión de su espíritu.

El rey se sintió confundido y avergonzado, pues esto sucedió en presencia de la asamblea de los grandes y de los oficiales del reino, en ocasión de una gran ceremonia del Estado. Pero después, la majestad del reinado tomó posesión de él, le habló a gritos a su hijo y lo hizo temblar. Luego llamó a los guardas que estaban a su lado y ordenó: “¡Apresadlo!” Ellos se adelantaron y le echaron mano y atándolo lo trajeron ante su señor, que les ordenó que le sujetaran los codos a la espalda y de esta manera lo presen­taran ante él. El príncipe inclinó la cabeza lleno de temor y de aprensión, con la frente y la cara empapadas de sudor; la vergüenza y la confusión lo atormentaban vivamente. Entonces su padre lo insultó y lo envileció gritando: “¡Guay de ti, ye mi hijo, hijo bastardo y mal educado! ¿Cómo tienes la insolencia de contestarme así, delante de esta asamblea, en presencia de mis chambelanes y mis genera­les? ¡En verdad careces de la educación más elemental! ¿Por ventura no comprendes que si lo que acabas de hacer, lo hubiera hecho uno de mis vasallos, no habría salido tan bien librado?” El rey ordenó a sus soldados que soltaran sus codos y que lo aprisionaran en una torre de los casti­llos que guarnecían las fronteras.

Tomaron al príncipe y lo encerraron en una vieja torre, donde había una sala destruida y en el medio una fuente derribada; después de haberla limpiado trajeron un lecho y lo cubrieron con tapices y colocaron a su cabecera una almohada. Luego trajeron un mosquitero grande y encendieron [69] candelas, porque aquel lugar estaba oscuro aun durante el día. Finalmente, los soldados hicieron entrar a Kamaru-s-Semán y pusieron un eunuco en la puerta, y cuando todo estuvo hecho, el príncipe se dejó caer en el sofá con el espíritu triste y acongojado, culpándose y arre­pintiéndose de la injuriosa conducta que había tenido con su padre.

Mientras tanto, en el distante imperio de la China, la hija del rey Gayur, señor de las Islas, de los Mares y de los Siete Palacios, se hallaba en un caso parecido. Cuando se conoció su belleza y su fama y su nombre se extendieron a los países vecinos, todos los reyes la pidieron en matri­monio a su padre y él lo había consultado con ella, pero a la princesa le disgustaba hasta la palabra misma de ma­trimonio. “Ye padre mío, no tengo la menor intención de casarme y no me casaré en la vida; porque siendo yo seño­ra y reina, que sobre las gentes impera, no voy a querer un marido que sobre mí mande a su albedrío” Y mientras más pretendientes rechazaba, más crecía el interés de los solicitantes y toda la realeza de las islas de la China man­daba regalos y rarezas a su padre con cartas en que la pedían en matrimonio. Él insistía una y otra vez, aconse­jándola con respecto a sus esponsales, y ella siempre rehu­saba. Y él se llenó de perplejidad en lo que concernía a su actitud y a los reyes sus pretendientes. De manera que le dijo: “Está bien. Si realmente estás decidida a no ca­sarte en tu vida, yo nada en contra he de decir, pero absten­te en adelante de entrar y salir.” Acto seguido la internó en su cámara y encomendó su guarda a diez ancianas y le prohibió ir a los Siete Palacios. Además, aparentó estar in­dignado con ella y envió cartas a todos los reyes, hacién­doles saber que los genios le habían producido un ataque de locura.26

Con un héroe y una heroína que siguen la senda nega­tiva y entre ellos todo el continente de Asia, ha de reque­rirse un milagro para consumar la unión de esta pareja eternamente predestinada. ¿Podrá dicha fuerza romper el hechizo de negación a la vida y aplacar la cólera de los dos padres infantiles?


 Abreviado de Las mil y una noches, vol. I, pp. 1072-1082.

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