Cuando Parsifal era niño, su madre le impidió conocer el mundo. Su padre había muerto en batalla antes de que él naciera, y a su madre no le quedaba nadie, nada más que el joven, y estaba determinada a no perderlo. Lo mantuvo escondido en lo profundo del bosque y le impidió que conociera el derecho que tenía por nacimiento a ser un caballero como su padre ante la corte del Rey Arturo.
Pero la madre de Parsifal sí le habló de Dios, asegurándole que el amor divino ayuda a todos los que viven en la tierra. Por eso, cuando cierto día se encontró con un caballero apuesto y amable que había sido perseguido hasta lo más espeso del bosque, Parsifal no pudo por menos que suponer que aquella criatura era el mismo Dios.
Aunque el joven quedó oportunamente desilusionado, el encuentro con el caballero despertó su instinto natural de perseguir su propio destino y rogó a su madre que le dejara ir con él por el mundo. Su madre, por fin, le dio su consentimiento y Parsifal partió vestido con ropaje de bufón. Su madre tenía la esperanza de que este atuendo le atrajera tal mofa que el joven se vería obligado a regresar pronto a su lado. Pero Parsifal perseveró en su búsqueda a pesar de las burlas que le acompañaron y, llegado el momento, arribó al castillo de Gurnemanz.
Este noble estaba preparado para actuar como mentor de los jóvenes y le enseñó las normas de caballería. A Parsifal le cambiaron sus ropas y sus maneras de bufón por otras más adecuadas, y Gurnemanz instruyó al joven en la cortesía y, lo que quizá era más importante, en la moral que se encuentra tras la cortesía. "Nunca pierdas tu sentido de la vergüenza" le dijo Gurnemanz al bisoño caballero, "y no importunes a los demás con preguntas tontas. Acuérdate siempre de mostrar compasión por los que sufren". Aunque Parsifal memorizó cuidadosamente estas bellas palabras, sin embargo, no las comprendió del todo. Aprendió sus formas externas, pero no su significado interno.
A su debido tiempo, los viajes de Parsifal lo llevaron a una tierra lejana en la que el campo estaba desolado y estéril. En medio de esta Tierra yerma se hallaba un castillo donde, por primera vez, se enfrentó con una verdadera prueba de virilidad. Sin embargo, se trataba de una tarea para la que todavía no estaba preparado. En el castillo había un rey enfermo, retorciéndose de dolor en su lecho. Se trataba del Rey del Grial, quien había transgredido las leyes de la comunidad del Grial por perseguir el amor terreno sin permiso. Como castigo, estaría herido en la ingle hasta que un caballero desconocido formulara dos preguntas. "Señor, ¿qué mal te aflige?". Esa sería la primera pregunta del caballero al rey enfermo.
Había también muchas maravillas en el castillo, y el Grial mismo se podía aparecer a los que llegaran del mundo exterior. Pero el rey no podía curarse hasta que el desconocido caballero le preguntara: "Señor, ¿a quién sirve el Grial?". En estas dos preguntas estaba la redención, no sólo del rey enfermo, sino también de la Tierra Yerma.
Pero cuando Parsifal vio al rey enfermo en su cama, sólo se acordó de la forma externa del consejo de Gurnemanz: que la curiosidad era una descortesía y que no debía importunar con preguntas tontas. Se olvidó de mostrar compasión a los que sufren. De modo que no dijo nada. Y cuando apareció el Grial acompañado por los dulces sonidos de una música celestial, llevado en procesión lenta por los Caballeros del Grial, escoltado por doncellas y rodeado por un haz de luz divina, el joven caballero se quedó mirando y mirando, pero apretó los labios, porque temía pasar por tonto. De modo que no dijo nada.
Entonces se produjo el gran estallido de un trueno y el castillo desapareció. Se oyó entonces una voz que decía: "Joven necio. No has hecho las preguntas que debías. Si las hubieras formulado, el rey se habría curado, sus miembros volverían a estar fuertes y toda la tierra se habría recuperado. Ahora vagarás por la espesura durante muchos años hasta que hayas aprendido lo que es la compasión". Y Parsifal, dándose cuenta demasiado tarde de la torpeza que había cometido, se adentró cabalgando en la espesura, en un frío y gris amanecer, determinado a que un día obtendría nuevamente el derecho a ser honrado con la visión del Grial.
Pasaron muchos años hasta que Parsifal encuentró de nuevo el castillo del Rey Pescador, el guardián del Grial, muchos años y aventuras antes de que Parsifal pueda pronunciar esa pregunta guardada en su corazón que forma parte de su misión de vida,
Mi Rey, ¿qué te duele?
Una pregunta sanadora, transformadora, una pregunta que rompe con todas las normas del protocolo, y de lo establecido.