"Los cuentos son una medicina. Tienen un poder extraordinario; no exigen que hagamos, seamos o pongamos en práctica algo: basta con que escuchemos. Los cuentos contienen los remedios para reparar o recuperar cualquier pulsión perdida". Clarissa Pinkola Estés.

viernes, 25 de septiembre de 2020

Vaciando la plaza

Durante uno de los numerosos motines que hubo en París durante el siglo XIX, el comandante de un destacamento militar recibió órdenes para despejar una plaza de la ciudad haciendo fuego contra la canalla. 

Ordenó a sus soldados que apuntasen sus fusiles contra la multitud y cuando se hizo un silencio mortal, desnudó su espada y gritó con toda la fuerza de sus pulmones: «Mesdames, messieurs: tengo órdenes de disparar contra la canalla. Pero como veo gran número de ciudadanos honestos y respetables ante mí, les pido que se marchen, a fin de que pueda disparar tan sólo contra la canalla.» La plaza quedó completamente vacía en pocos minutos.

jueves, 24 de septiembre de 2020

La Jaula

 Loro #aves en 2020 | Dibujos de colores, Dibujos, Arte

 

Un comerciante poseía un loro lleno de cualidades. Un día decidió viajar a la India y preguntó a todos qué regalo querían que les trajese del viaje. Cuando hizo esta pregunta al loro, éste respondió: 

"En la India hay muchos loros. Ve a verlos por mí. Descríbeles mi situación, esta jaula. Diles: "Mi loro piensa en vosotros, lleno de nostalgia. Os saluda. ¿Es justo que él esté prisionero mientras que vosotros voláis en este jardín de rosas? Os pide que penséis en él cuando revoloteáis, alegres, entre las flores"." 

Al llegar a la India, el comerciante fue a un lugar en el que había loros. Pero, cuando les transmitía los saludos de su propio loro, uno de los pájaros cayó a tierra, sin vida. El comerciante quedó muy asombrado y se dijo: "Esto es muy extraño. He causado la muerte de un loro. No habría debido transmitir este mensaje." 

Después, cuando hubo terminado sus compras, volvió a su casa, con el corazón lleno de alegría. Distribuyó los regalos prometidos a sus servidores y a sus mujeres. 

El loro le pidió: "Cuéntame lo que has visto para que yo también me alegre." A estas palabras, el comerciante se puso a lamentarse y a expresar su pena. "Dime lo que ha pasado, insistió el ave. ¿Cuál es la causa de tu pesar?" El comerciante respondió: "Cuando transmití tus palabras a tus amigos, uno de ellos cayó al suelo, sin vida. Por eso estoy triste." En aquel instante, el loro del comerciante cayó inanimado, también él, en su jaula. El comerciante, lleno de tristeza, exclamó: "¡Oh, loro mío de suave lenguaje! ¡Oh, amigo mío! ¿Qué ha sucedido? Eras un ave tal que ni Salomón había conocido nunca una semejante. ¡He perdido mi tesoro!" 

 Tras un largo llanto, el comerciante abrió la jaula y lanzó al loro por la ventana. Inmediatamente, éste salió volando y fue a posarse en la rama de un árbol. El comerciante, aún más asombrado, le dijo: "¡Explícame lo que pasa!" El loro respondió: "Ese loro que viste en la India me ha explicado el medio de salir de la prisión. Con su ejemplo me ha dado un consejo. Ha querido decirme: "Estás prisionero porque hablas. Hazte, pues, el muerto" ¡Adiós, oh amo mío! Ahora me voy. También tú, un día, llegarás a tu patria." El comerciante le dijo: "¡Dios te salve! También tú me has guiado. Esta aventura me basta pues mi espíritu y mi alma han sacado partido de estos acontecimientos."

Los formales y el frío

 Mientras comían juntos y distantes y tensos

Ella muy lentamente y él como ensimismado
Hablaban con medida y doble parsimonia
De temas importantes y de algunos quebrantos
Entonces como siempre o como casi siempre
El desvelo social condujo a la cultura
Así que por la noche fueron al teatro
Sin tocarse un ojal ni siquiera una uña
Su sonrisa la de ella
Era como una oferta un anuncio un esbozo
Su mirada la de él
Iba tomando nota de cómo eran sus ojos
Y como a la salida soplaba un aire frío
Y unos dedos muy blancos indefensos y tristes
Apenas asomaban por la sandalia de ella
No hubo más remedio que entrar en un boliche
Y ya que el camarero se demoraba tanto
Llegaron cautelosos hasta la confidencia
Extra seca y sin hielo por favor y fumaron
Y entre el humo el amor era un rostro en la niebla
En sus labios los de él
El silencio era espera la noticia era el frío
En su casa la de ella
Halló un café instantáneo y confianza y cobijo
Una hora tan sólo de memoria y sondeos
Hasta que sobrevino un silencio a dos voces
Como cualquiera sabe en tales circunstancias
Es arduo decir algo que realmente no sobre
El probó sólo falta que me quede a dormir
Y ella también probó y por qué no te quedas
Y él sin mirarla no me lo digas dos veces
Y ella en voz baja bueno y por qué no te quedas
Y sus labios los de él
Se quedaron gustosos a besar sin usura
Sus pies fríos los de ella
Que eran sólo el comienzo de la noche desnuda
Fueron investigando deshojando nombrando
Proponiéndose metas preguntando a los cuerpos
Mientras la madrugada y los temas candentes
Conciliaban el sueño que no durmieron ellos
Quién hubiera previsto aquella tarde
Que el amor ese célebre informal
Se dedicara a ellos tan formales

Tom Sawyer - Pintando la valla

Tom Sawyer [Illustrated Vintage Classics] (English Edition) de [Mark Twain, Sbl Classics]


Es sábado por la tarde y todos los chicos están de vacaciones, excepto Tom Sawyer, que ha sido condenado a enjabelgar treinta yardas de valla de nueve pies de alto. La vida le parece vacía y la existencia una carga. No es solamente el trabajo aquello que encuentra intolerable, sino especialmente la idea de que todos los chicos que pasen se reirán de él por tener que trabajar. En este sombrío y desesperado momento, refiere Mark Twain, le ilumina una súbita inspiración. Nada menos que una grande y magnífica inspiración.

A los pocos instantes acierta a pasar por allí un chico, aquel ante el cual Tom teme más hacer el ridículo:

—Hola chico, con que trabajando ¿eh?
—¡Cómo! ¿Tú por aquí, Ben? No me había dado cuenta.
—Me voy a nadar. ¿No te gustaría venir? Pero ya veo que tienes que
trabajar, ¿no te gustaría? ¡Apuesto a que te gustaría!
Tom contempló un momento al otro chico y le dijo:

—¿A qué llamas trabajar?
—¿Cómo? ¿Es que eso no es trabajo?
Tom reanudó su tarea de enjabelgar y contestó negligentemente:
—Bueno, puede que lo sea y puede que no lo sea. Todo lo que sé es que le gusta a Tom Sawyer.
—Vamos, ¿no querrás decir que te gusta esto?
La brocha continuaba moviéndose.
—¿Gustarme? Bueno, no sé por qué no habría de gustarme. ¿Es que un chico tiene ocasión de encalar una valla todos los días?

Esto lanzó nueva luz sobre el asunto. Ben dejó de mordisquear su manzana. Tom hacía oscilar la brocha elegantemente de un lado a otro, dio un paso atrás para observar el efecto, agregó un toque aquí y allá, volvió a observar con ojo crítico el efecto obtenido. Ben observaba cada uno de sus movimientos y se mostraba cada vez más interesado, cada vez más absorto. De repente dijo:
—Oye, Tom, déjame blanquear un poco 

Hacia la media tarde, la valla tiene tres capas de pintura y Tom está literalmente rebosante de riqueza: un chico tras otro ha repartido con él sus bienes por el privilegio de pintar parte de la valla. Tom ha tenido 
éxito reestructurando su ingrata faena y convirtiéndola en un placer por el cual hay que pagar, y sus amigo, como un solo hambre, han seguido este cambio en cuanto a la definición de la realidad.

jueves, 17 de septiembre de 2020

El sapo Jerome

 



En un lejano país y en un lejano tiempo existía un pueblo que de pronto se encontró en graves problemas. Así como así, sin previo aviso, apareció un dragón que por algún extraño motivo aterrorizaba a los aldeanos y se daba el gusto de incendiar sus casas con el terrible fuego que salía por su temible boca.

Menuda situación tenía que atravesar esta gente que apenas podía llevar una vida muy alejada de eso que llamamos tranquilidad. 

Muchas eran las reuniones en las que los aldeanos intentaban resolver semejante cuestión,y muchos eran los fracasos. Lamentablemente no se les ocurría mucho más que enviar algún valiente caballero con armadura de hierro, que invariablemente terminaba chamuscado. 

Un día, a modo de chiste, le preguntaron al sapo Jerome si podía darles una mano. 

Jerome era sapo, pero tenía la particularidad de creerse príncipe, por lo que aunque los demás se le reían, él se tomó la cuestión muy en serio. 

El día más inesperado se acercó al dragón justo antes de que este estuviese a punto de chamuscar un techo de paja y le dijo: 

- Señor dragón yo soy el sapo Jerome, soy el príncipe de este lugar, y he venido aquí para solicitarle amablemente que deje de quemar nuestras viviendas. 

El dragón no tenía la menor intención de hacerle caso, sin embargo le llamó la atención que el sapo se le acerque y le hable así como así. Ese sapo tenía una valentía impropia de los sapos de esa zona.

- Señor sapo, no puedo dejar de quemar sus chozas, quemar cosas está en mi naturaleza dragoniana.

Jerome sorprendido, pensó que había sido muy descortés de su parte haber ido a hacerle un pedido al dragón sin haber averiguado por qué hacía lo que hacía. Por suerte en ese momento también se le ocurrió una solución que a todos podía dejar satisfechos y dijo con el pecho inflado:

- Señor dragón, tengo una propuesta que no va a poder rehusar, qué le parece si en vez de quemar las chozas de los aldeanos, mejor quema la basura, que en este pueblo se nos junta de a montones. De ese modo usted podrá usar toda su fuerza chamuscadora, y de paso nos ayuda a solucionar el problema de los residos que se nos junta de a montones.

Al dragón nunca se le había ocurrido ver las cosas de semejante perspectiva. Aceptó gustoso.

Desde entonces la aldea y el dragón pudieron vivir en armonía, y de paso lo empezaron a invitar a las fiestas para que haga fuegos artificiales y se pinte retratos con los niños.

Si bien Jerome no era príncipe, todo el pueblo reconoció sus cualidades principescas y lo invitaron desde ese momento y para siempre a participar de las asambleas pueblerinas para escuchar sus sabias palabras.


El hombre que calculaba capítulo 3

 CAPITULO III


Donde se narra la singular aventura de los treinta y cinco camellos que tenían que ser repartidos entre tres hermanos árabes. Cómo Beremiz Samir, el Hombre que Calculaba, efectuó un reparto que parecía imposible, dejando plenamente
satisfechos a los tres querellantes. El lucro inesperado que obtuvimos con la transacción.
 
 El Hombre que Calculaba

Hacía pocas horas que viajábamos sin detenernos cuando nos ocurrió una aventura digna de ser relatada, en la que mi compañero Beremiz, con gran talento, puso en práctica sus habilidades de eximio cultivador del Álgebra.

Cerca de un viejo albergue de caravanas medio abandonado, vimos tres hombres que discutían acaloradamente junto a un hato de camellos.
Entre gritos e improperios, en plena discusión, braceado como posesos, se oían exclamaciones:
 
-¡Que no puede ser!
-¡Es un robo! 
-¡Pues yo no estoy de acuerdo!
 
El inteligente Beremiz procuró informarse de lo que discutían.
 
-Somos hermanos, explicó el más viejo, y recibimos como herencia esos 35 camellos. Según la voluntad expresa de mi padre, me corresponde la mitad, a mi hermano Hamed Namur una tercera parte y a Harim, el más joven, solo la novena parte. No sabemos, sin embargo, cómo efectuar la partición y a cada reparto propuesto por uno de nosotros sigue la negativa de los otros dos. Ninguna de las
particiones ensayadas hasta el momento, nos ha ofrecido un resultado aceptable. Si la mitad de 35 es 17 y medio, si la tercera parte y también la novena de dicha cantidad tampoco son exactas

¿cómo proceder a tal partición?
-Muy sencillo, dijo el Hombre que Calculaba. Yo me comprometo a hacer con justicia ese reparto, mas antes permítanme que una a esos 35 camellos de la herencia este espléndido animal que nos trajo aquí en buena hora.
En este punto intervine en la cuestión.
 
-¿Cómo voy a permitir semejante locura? ¿Cómo vamos a seguir el
viaje si nos quedamos sin el camello?

-No te preocupes, bagdalí, me dijo en voz baja Beremiz. Sé muy bien lo que estoy haciendo. Cédeme tu camello y verás a que conclusión llegamos. Y tal fue el tono de seguridad con que lo dijo que le entregué sin el menor titubeo mi bello
jamal, que, inmediatamente, pasó a incrementar la cáfila que debía ser repartida entre los tres herederos.

-Amigos míos, dijo, voy a hacer la división justa y exacta de los
camellos, que como ahora ven son 36.

Y volviéndose hacia el más viejo de los hermanos, habló así:
-Tendrías que recibir, amigo mío, la mitad de 35, esto es: 17 y medio. Pues bien, recibirás la mitad de 36 y, por tanto, 18. Nada tienes que reclamar puesto que sales ganando con esta división.

Y dirigiéndose al segundo heredero, continuó:
-Y tú, Hamed, tendrías que recibir un tercio de 35, es decir 11 y
poco más. Recibirás un tercio de 36, esto es, 12. No podrás protestar, pues también tú sales ganando en la división.

Y por fin dijo al más joven:
-Y tú, joven Harim Namur, según la última voluntad de tu padre, tendrías que recibir una novena parte de 35, o sea 3 camellos y parte del otro. Sin embargo, te daré la novena parte de 36 o sea, 4. Tu ganancia será también notable y bien podrás agradecerme el resultado.

Y concluyó con la mayor seguridad:

-Por esta ventajosa división que a todos ha favorecido, corresponden 18 camellos al primero, 12 al segundo y 4 al tercero, lo que da un resultado – 18 + 12 + 4 – de 34 camellos. De los 36 camellos sobran por tanto dos. Uno, como saben, pertenece al badalí, mi amigo y compañero; otro es justo que me corresponda, por haber resuelto a satisfacción de todos el complicado problema de la
herencia.

-Eres inteligente, extranjero, exclamó el más viejo de los tres hermanos, y aceptamos tu división con la seguridad de que fue hecha con justicia y equidad.
Y el astuto Beremiz –el Hombre que Calculaba- tomó posesión de uno de los más bellos jamales del hato, y me dijo entregándome por la rienda el animal que me pertenecía:
 
-Ahora podrás, querido amigo, continuar el viaje en tu camello, manso y seguro. Tengo otro para mi especial servicio. Y seguimos camino hacia Bagdad.

viernes, 11 de septiembre de 2020

Kali



En el texto Devi mahatmiam del libro Markandeia puraná, escrito entre el 300 y el 600 de la era cristiana, se describe a Kali. Allí dice que fue emanada de la frente de la diosa Durgá

Kali es la faceta oscura de la Diosa. En su vertiente mas conocida la leyenda cuenta que un ejército de demonios comandado por el gigante-demonio Raktavija atacó a los dioses; en su defensa Durga (la gran madre) tomó la forma de una feroz diosa negra, a esta forma es lo que llamamos Kali. Kali luchó encarnizadamente contra el demonio durante largo tiempo, pero al herirlo de cada gota de su sangre surgían mil demonios tan poderosos como él, amenazando con derrotarla y sumir así el mundo en la oscuridad y la maldad.

La lucha no tenía fin, hasta que Durga se transformó en su segunda forma (Chandi) quien pudo darle muerte al gigante mientras kali se tragaba la sangre, de este modo pudieron terminar con Raktavija y con los demonios que surgían de su sangre.




Mientras Kali se bebía la sangre del gigante, Chandi pudo dar muerte al monstruo y a sus huestes.


jueves, 10 de septiembre de 2020

Planolandia

Hay un pequeño libro, escrito hace ya casi un siglo, del que es autor el entonces director de la City of London School, reverendo Edwin A. Abbott. 

Planolandia es una narración puesta en boca del habitante de un mundo bidimensional, es decir, de una realidad que sólo tiene longitud y anchura, pero no altura. Es un mundo plano, como la superficie de una hoja de papel, habitado por líneas, triángulos, cuadrados, círculos, etc. Sus moradores pueden moverse libremente sobre (o, por mejor decir, en) esta superficie, pero, al igual que las sombras, ni pueden ascender por encima ni descender por debajo de ella. No hace falta decir que ellos ignoran esta limitación, porque la idea de una tercera dimensión les resulta inimaginable.

El narrador de nuestra historia vive una experiencia totalmente conturbadora, precedida de un sueño singular. En este sueño, se ve trasladado de pronto a un mundo unidimensional, cuyos habitantes son puntos o rayas. Todos ellos se mueven hacia adelante o hacia atrás, pero siempre sobre una misma línea, a la que llaman su mundo. A los habitantes de Linelandia les resulta totalmente inconcebible la idea de moverse también a la derecha o a la izquierda, además de hacia adelante o hacia atrás. En vano intenta nuestro narrador, en su sueño, explicar a la raya más larga de Linelandia (su monarca) la realidad de Planolandia. El rey le toma por loco y ante tan obtusa tozudez nuestro héroe acaba por perder la paciencia:

¿Para qué malgastar más palabras? Sábete que yo soy el complemento de tu incompleto yo. Tú eres una línea, yo soy una línea de líneas, llamada en mi país cuadrado. Y aun yo mismo, aunque infinitamente superior a tí, valgo poco comparado con los grandes nobles de Planolandia, de donde he venido con la esperanza de iluminar tu ignorancia.

Ante tan delirantes afirmaciones, el rey y todos sus súbditos, puntos y rayas, se arrojan sobre el cuadrado a quien, en este preciso instante, devuelve a la realidad de Planolandia el sonido de la campana que le llama al desayuno.

Pero aquel día le tenía aun reservada otra molesta experiencia: El cuadrado enseña a su nieto, un exágono, los fundamentos de la aritmética y su aplicación a la geometría. Le enseña que el número de pulgadas cuadradas de un cuadrado se obtiene sencillamente elevando a la segunda potencia el número de pulgadas de uno de los lados.

El pequeño exágono reflexionó durante un largo momento y después dijo: «También me has enseñado a elevar números a la tercera potencia. Supongo que 3 elevado a la 3 debe tener algún sentido geométrico; ¿cuál es?» «Nada, absolutamente nada», repliqué yo, «al menos en la geometría, porque la geometría sólo tiene dos dimensiones.» Y luego enseñé al muchacho cómo un punto que se desplaza tres pulgadas genera una línea de tres pulgadas, lo que se puede expresar con el número 3; y si una línea de tres pulgadas se desplaza paralelamente a sí misma tres pulgadas, genera un cuadrado de tres pulgadas, lo que se expresa aritméticamente por 3 al cuadrado.

Pero mi nieto volvió a su anterior objeción, pues me interrumpió exclamando: «Pero si un punto, al desplazarse tres pulgadas, genera una línea de tres pulgadas, que se representa por el número 3, y si una recta, al desplazarse tres pulgadas paralelamente a sí misma, genera un cuadrado de tres pulgadas por lado, lo que se expresa por 3 elevado a la 2, entonces un cuadrado de tres pulgadas por lado que se mueve de alguna manera (que no acierto a comprender) paralelamente a sí mismo, generará algo (aunque no puedo imaginarme qué), y este resultado podrá expresarse por 3 elevado a la 3.»

«Vete a la cama», le dije, algo molesto por su interrupción. «Tendrías más sentido común si no dijeras cosas tan insensatas».

Y así, el cuadrado, sin haber aprendido la lección de su precedente sueño, incurre en el mismo error de que había querido sacar al

rey de Linelandia. Pero durante toda la tarde le sigue rondando en la cabeza la charlatanería de su nieto y al fin exclama en voz alta:

«Este chico es un alcornoque. Lo aseguro; 33 no puede tener ninguna correspondencia en geometría.» Pero de pronto oye una voz: «El

chico no tiene nada de alcornoque y es evidente que 33 tiene una correspondencia geométrica.» Es la voz de un extraño visitante, que

afirma venir de Espaciolandia, de un mundo inimaginable, en el que las cosas tienen tres dimensiones. Y al igual que el cuadrado en su

sueño anterior, el visitante se esfuerza por hacerle comprender la realidad tridimensional y la limitación de Planolandia comparada con

esta realidad. Del mismo modo que el cuadrado se definió ante el rey de Linelandia como una línea compuesta de muchas líneas,

también ahora este visitante se define como un círculo de círculos, que en su país de origen se llama esfera. Pero naturalmente el

cuadrado no puede comprenderlo, porque ve a su visitante como un círculo, aunque ciertamente dotado de muy extrañas e inexplicadas

cualidades: aumenta y disminuye, se reduce a veces a un punto y hasta desaparece del todo. Con extremada paciencia le va explicando

la esfera que todo esto no tiene nada de singular para él: es un número infinito de círculos, cuyo diámetro aumenta desde un punto a

trece pulgadas, colocados unos encima de los otros para componer un todo. Si, por tanto, se desplaza a través de la realidad

bidimensional de Planolandia, al principio es invisible para un habitante de este país, luego, apenas toca la superficie, aparece como un

punto y al fin se transforma en un círculo de diámetro en constante aumento, para, a continuación, ir disminuyendo de diámetro hasta

volver a desaparecer por completo (figura 14).

Figura 14

Esto explica también el sorprendente hecho de que la esfera pueda entrar en la casa del cuadrado aunque éste haya cerrado a ciencia

y conciencia las puertas. Entra, naturalmente, por arriba. Pero el concepto de «arriba» le resulta tan extraño al cuadrado que no lo

puede comprender y, en consecuencia, se niega a creerlo. Al fin, la esfera no ve ninguna otra solución más que tomar consigo al

cuadrado y llevarlo a Espaciolandia. Vive así una experiencia que hoy calificaríamos de trascendental:

Un espanto indecible se apoderó de mí. Todo era oscuridad; luego, una vista terrible y mareante que nada tenía que ver con el ver;

vi una linea que no era línea; un espacio que no lo era; yo era yo, pero tampoco era yo. Cuando pude recuperar el habla, grité con

mortal angustia: «Esto es la locura o el infierno.» «No es ni lo uno ni lo otro», me respondió con tranquila voz la esfera, «es saber;

hay tres dimensiones; abre otra vez los ojos e intenta ver sosegadamente» [4].

A partir de este instante místico, los acontecimientos toman un rumbo tragicómico. Ebrio por la formidable experiencia de haber

penetrado en una realidad totalmente nueva, el cuadrado desea explorar los misterios de mundos cada vez más elevados, de mundos de

cuatro, cinco y seis dimensiones. Pero la esfera no quiere ni oír hablar de semejantes dislates: «No existe tal país. Ya la mera idea es

totalmente impensable.» Pero como el cuadrado no ceja en sus deseos, la esfera, encolerizada, le devuelve a los estrechos límites de

Planolandia.

En este punto, la moraleja de la historia cobra perfiles sumamente realistas. El cuadrado se siente llamado a la gloriosa y acuciante

tarea de predicar en Planolandia el evangelio de las tres dimensiones. Pero cada vez le resulta más difícil despertar en sí el recuerdo de

aquella realidad tridimensional que al principio tan clara e inolvidable le parecía; además, fue muy pronto encarcelado por el equivalente

de la inquisición de Planolandia. Pero en vez de acabar sus días en la hoguera, es condenado a cadena perpetua y encerrado en una

cárcel que Abbott describe, con admirable intuición, como fiel contrapartida de ciertos establecimientos psiquiátricos de nuestros

mismos días. Una vez al año, le visita en su celda el Círculo Supremo, es decir, el sumo sacerdote, para averiguar si mejora su estado de

salud mental. Y cada año, el pobre cuadrado no puede resistir la tentación de intentar convencer al Círculo Supremo de que existe

realmente una tercera dimensión. Pero el sacerdote menea la cabeza y desaparece hasta el año siguiente.