"Los cuentos son una medicina. Tienen un poder extraordinario; no exigen que hagamos, seamos o pongamos en práctica algo: basta con que escuchemos. Los cuentos contienen los remedios para reparar o recuperar cualquier pulsión perdida". Clarissa Pinkola Estés.

jueves, 17 de septiembre de 2020

El sapo Jerome

 



En un lejano país y en un lejano tiempo existía un pueblo que de pronto se encontró en graves problemas. Así como así, sin previo aviso, apareció un dragón que por algún extraño motivo aterrorizaba a los aldeanos y se daba el gusto de incendiar sus casas con el terrible fuego que salía por su temible boca.

Menuda situación tenía que atravesar esta gente que apenas podía llevar una vida muy alejada de eso que llamamos tranquilidad. 

Muchas eran las reuniones en las que los aldeanos intentaban resolver semejante cuestión,y muchos eran los fracasos. Lamentablemente no se les ocurría mucho más que enviar algún valiente caballero con armadura de hierro, que invariablemente terminaba chamuscado. 

Un día, a modo de chiste, le preguntaron al sapo Jerome si podía darles una mano. 

Jerome era sapo, pero tenía la particularidad de creerse príncipe, por lo que aunque los demás se le reían, él se tomó la cuestión muy en serio. 

El día más inesperado se acercó al dragón justo antes de que este estuviese a punto de chamuscar un techo de paja y le dijo: 

- Señor dragón yo soy el sapo Jerome, soy el príncipe de este lugar, y he venido aquí para solicitarle amablemente que deje de quemar nuestras viviendas. 

El dragón no tenía la menor intención de hacerle caso, sin embargo le llamó la atención que el sapo se le acerque y le hable así como así. Ese sapo tenía una valentía impropia de los sapos de esa zona.

- Señor sapo, no puedo dejar de quemar sus chozas, quemar cosas está en mi naturaleza dragoniana.

Jerome sorprendido, pensó que había sido muy descortés de su parte haber ido a hacerle un pedido al dragón sin haber averiguado por qué hacía lo que hacía. Por suerte en ese momento también se le ocurrió una solución que a todos podía dejar satisfechos y dijo con el pecho inflado:

- Señor dragón, tengo una propuesta que no va a poder rehusar, qué le parece si en vez de quemar las chozas de los aldeanos, mejor quema la basura, que en este pueblo se nos junta de a montones. De ese modo usted podrá usar toda su fuerza chamuscadora, y de paso nos ayuda a solucionar el problema de los residos que se nos junta de a montones.

Al dragón nunca se le había ocurrido ver las cosas de semejante perspectiva. Aceptó gustoso.

Desde entonces la aldea y el dragón pudieron vivir en armonía, y de paso lo empezaron a invitar a las fiestas para que haga fuegos artificiales y se pinte retratos con los niños.

Si bien Jerome no era príncipe, todo el pueblo reconoció sus cualidades principescas y lo invitaron desde ese momento y para siempre a participar de las asambleas pueblerinas para escuchar sus sabias palabras.


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