"Los cuentos son una medicina. Tienen un poder extraordinario; no exigen que hagamos, seamos o pongamos en práctica algo: basta con que escuchemos. Los cuentos contienen los remedios para reparar o recuperar cualquier pulsión perdida". Clarissa Pinkola Estés.

viernes, 1 de octubre de 2021

Los Guerreros Gemelos Navajo y su padre el Sol



Cuando los Guerreros Gemelos de los Návajo se sepa­raron de la Mujer Araña, llevando sus consejos y sus amu­letos protectores, habían recorrido el camino entre las rocas que aplastaban, las cañas que rompían en pedazos, los cactos que deshacían y las arenas ardientes, y por fin llega­ron a la casa del Sol, su padre. La puerta estaba vigilada por dos osos, que se levantaron y gruñeron, pero las pa­labras que la Mujer Araña había enseñado a los muchachos hicieron que los animales se aplacaran. Después de los osos, los amenazaron una pareja de serpientes, luego vien­tos y luego relámpagos, que eran los guardianes del último umbral.48 Todos se aplacaron, sin embargo, con las pala­bras que ellos habían aprendido.

Construida de turquesas, la casa del Sol era grande y cuadrada y estaba en la playa de un enorme océano. Los jóvenes entraron en ella, y vieron a una mujer sentada en el lado oeste, a dos hermosos mancebos en el sur, y a dos hermosas doncellas en el norte. Las doncellas se le­vantaron sin decir palabra, envolvieron a los recién llegados en cuatro coberturas celestes y los colocaron en un estante. Los jóvenes permanecieron quietos. Después un llamador que colgaba sobre la puerta sonó cuatro veces y una de las doncellas dijo: “Ha llegado nuestro padre.”

El portador del sol entró en su casa, se quitó el sol de la espalda y lo colgó en un perchero en la pared oeste del cuarto, donde se sacudió y resonó por un rato haciendo: ¡Tla-tla! ¡tla! ¡tla! Se volvió a la mujer de más edad y preguntó enojado: “¿Quiénes son esos dos que entraron hoy aquí?” Pero la mujer no contestó. Los jóvenes se miraban uno a otro. El portador del sol repitió su pre­gunta cuatro veces con gran furia, hasta que la mujer le dijo: “Sería bueno que no hablaras demasiado. Dos jóve­nes llegaron hoy, buscando a su padre. Me has dicho que no haces visitas cuando sales y que no conoces otra mujer más que yo. Entonces, ¿de quién son hijos éstos?” Señaló al bulto que estaba en el estante y los muchachos sonrieron significativamente el uno al otro.

El portador del sol desató las cuatro vestiduras (la del amanecer, la del cielo azul, la de la luz amarilla de la tarde, y la de la oscuridad), y los jóvenes cayeron al suelo. Inmediatamente se apoderó de ellos. Ferozmente los arrojó sobre unos grandes clavos afilados de nácar que estaban en el oriente. Los muchachos apretaron con fuerza las plumas de la vida y rebotaron. El hombre los arrojó de nuevo a unos clavos de turquesa que estaban en el sur, a otros de haliotis en el oeste y a otros de roca negra en el norte. Los mu­chachos apretaron fuertemente las plumas de la vida y rebotaron. “Quisiera que fuera cierto —dijo el sol— que fueran mis hijos”.

El padre terrible trató entonces de ahogar a los jóvenes en una cámara de vapor demasiado calentada. Ellos reci­bieron la ayuda de los vientos, quienes les dieron, para que se escondieran, un lugar de protección dentro de la cámara. “Sí, son mis hijos”, dijo el Sol cuando salieron, pero era mentira, porque planeaba una nueva trampa. La prueba final consistía en fumar una pipa llena de veneno. Un gusano peludo previno a los muchachos y les dio algo para que se lo pusieran dentro de la boca. Fumaron la pipa sin recibir ningún daño, pasándosela entre ellos hasta que se acabó. Hasta dijeron que tenía un dulce sabor. El Sol estaba orgulloso y completamente satisfecho. “Ahora, hijos míos —preguntó—, ¿qué queréis de mí? ¿Por qué me habéis buscado?” Los Héroes Gemelos habían ganado la completa confianza del Sol, su padre.


La Danza de Shiva





“¡No temáis!”, dice el gesto de la mano del dios Shiva, mientras baila ante sus devotos la danza de la destrucción universal. “No temáis porque todo permanece en Dios.

La mano derecha extendida sostiene el tambor, cuyo batir es el batir del tiempo, el tiempo es el primer principio de la creación. La mano izquierda extendida sostiene la llama, que es la llama de la destrucción del mundo creado; la se­gunda mano derecha asume la actitud de “no temáis”, mientras que la segunda mano izquierda señala al levantado pie izquierdo y está en la “posición del elefante” (el elefante es el que abre los caminos a través de la “selva del mundo”, esto es, el guía divino); el pie derecho está plantado en la espalda de un enano, el demonio del “no conocer” que significa el paso de las almas del Dios a la materia, pero el izquierdo está levantado mostrando la libertad del alma; el izquierdo es el pie al cual señala la “mano elefante” y proporciona la razón de asegurar “no temáis”. 

La cabeza del dios se mantiene en equilibrio, serena y quieta, en medio del dinamismo de creación y destrucción que está simbolizado por los brazos arrulladores y el ritmo lento del talón derecho. Esto significa que en el centro todo está en calma. El arete derecho de Shiva es de hombre, el izquierdo es de mujer, porque el dios incluye y está por encima de las parejas de contrarios. La expresión del rostro de Shiva no es de congoja ni de júbilo, sino que es el aspecto del Motor Inmóvil; detrás y adentro de ella está la felicidad y el dolor del mundo. Los mechones de cabellos revueltos representan el pelo desarreglado de antiguo del yogui hindú, que ahora se revuelven en la danza de la vida; pues la presencia conocida en los júbilos y en las tristezas de la vida, y aquella que se conoce por medio de la meditación en la soledad no son sino dos aspectos del mismo Ser-Conciencia-Bendición, que es universal y no dual. Los brazaletes de Shiva, los aros de sus brazos, los de sus tobillos y el cordón (v. más adelante) brahmínico son serpientes vivas. Esto significa que él ha sido embellecido por el Poder de la Serpiente: la misteriosa Energía Creadora de Dios, que es la causa material y formal de su propia manifestación en y como el universo con todos sus seres. 

En el cabello de Shiva se ve un cráneo, símbolo de la muerte, que es el orna­mento de la frente del Señor de la Destrucción, así como también una luna en creciente, símbolo del nacimiento y del crecimiento, que son sus otras dádivas para el mundo. También hay en su cabello la flor de estramonio, planta con la cual se prepara un tóxico (compárese con el vino de Dionisos y el vino de la misa). Una pequeña imagen de la diosa Ganga está escondida en sus cabellos; porque es él quien recibe en su cabeza el choque del descendimiento del divino Ganges desde los cielos, y quien permite que las aguas que dan la vida y la salvación corran suavemente a la Tierra para refrescar física y espiritualmente a la es­pecie humana. La posición de danza del Dios puede visualizarse como la sílaba simbólica AUM que es el equivalente verbal de los cuatro estados de la conscienda y su campo de experiencia. A: conscienda despierta; U: consciencia en el sueño; M: dormir sin sueños; y el si­lencio alrededor de la sílaba sagrada es lo Trascendente no Mani­fiesto

El cordón brahmínico está hecho de algodón tejido por los miembros de las tres castas superiores (los llamados “dos veces nacidos”) de la India. Se le pasa sobre la cabeza y el brazo derecho, de modo que des­cansa en el hombro izquierdo y rodea el cuerpo (pecho y espalda) hasta la cadera derecha. Esto simboliza el segundo nacimiento de los dos veces nacidos, el cordón mismo representa el umbral, o puesta del sol, así que el que ha nacido dos veces habita a la vez en el tiempo y en la eternidad.

viernes, 17 de septiembre de 2021

Las tentaciones de Cristo




1) Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. Y después de hacer un ayuno de cuarenta días y cuarenta noches, al fin sintió hambre. Y acercándose el tentador, le dijo: « Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes ».

Mas él respondió: « Está escrito: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios ».

2) Entonces el diablo le lleva consigo a la Ciudad Santa, le pone sobre el alero del Templo, y le dice: « Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: A sus ángeles te encomendará, y en sus manos te llevarán, para que no tropiece tu pie en piedra alguna». Jesús le dijo: « También está escrito: No tentarás al Señor tu Dios. »

3) Todavía le lleva consigo el diablo a un monte muy alto, le muestra todos los reinos del mundo y su gloria, y le dice: « Todo esto te daré si postrándote me adoras ». Dícele entonces Jesús: « Apártate, Satanás, porque está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a él darás culto ».

Entonces el diablo le deja. Y he aquí que se acercaron unos ángeles y le servían. (Mt. 4, 1-11)

San Bernardo de Claraval

 



“Cuando era niño, San Bernardo de Claraval sufría de dolores de cabeza. Una joven vino a visitarlo un día, para calmar sus sufrimientos con canciones. Pero el niño, indig­nado, la envió fuera del cuarto. Dios lo recompensó por su celo, pues se levantó del lecho inmediatamente; ya estaba curado.


El viejo enemigo del hombre, habiendo percibido que el pequeño Bernardo era de disposición tan íntegra, se de­dicó a poner trampas a su castidad. Cuando el niño, sin embargo, instigado por el diablo, permaneció un día mi­rando por algún tiempo a una dama, se ruborizó repentina­mente y se introdujo en el agua helada de una fuente como penitencia, hasta que se helaron sus huesos. Otra vez, cuando dormía, vino a su lecho una joven desnuda. Ber­nardo, al enterarse de su presencia, cedió en silencio la parte de la cama en que yacía y moviéndose hasta el otro lado volvió a dormirse. Habiéndolo tocado y acariciado por algún tiempo, la infeliz muchacha se sintió tan avergon­zada, a pesar de su desvergüenza, que se levantó y huyó a toda prisa, llena de horror de sí misma y de admiración por el joven.


Otra vez, cuando Bernardo con algunos amigos había aceptado la hospitalidad del hogar de cierta rica dama, ella, observando su belleza, fue arrebatada por la pasión de dormir con él. Se levantó esa noche de su cama y vino a colocarse al lado de su huésped. Pero él, tan pronto sin­tió a alguien cerca, empezó a gritar: ‘¡Ladrón! ¡Ladrón!’ Inmediatamente la mujer huyó, todos en la casa desper­taron, encendieron linternas, y todos empezaron a buscar al malhechor. Pero como a nadie se encontró, todos volvie­ron a sus camas y a dormirse, con la sola excepción de esta dama, que, incapaz de cerrar los ojos, de nuevo se le­vantó y se deslizó en el lecho de su huésped. Bernardo empezó a gritar: ’¡Ladrón!’, y de nuevo la alarma y las investigaciones. Después de aquello, se expuso la dama por tercera vez a ser humillada de la misma manera; de modo que finalmente abandonó su malvado proyecto, ya por te­mor o por desaliento. Al día siguiente, los compañeros de Bernardo le preguntaron en el camino por qué tenía tantos sueños con ladrones. Y él les contestó: ‘En verdad tuve que rechazar los ataques de un ladrón, porque mi anfitriona trataba de robarme un gran tesoro, y de haberlo perdido, nunca hubiera podido recobrarlo.’


Todo esto convenció a Bernardo de que era cosa ries­gosa vivir cerca de la serpiente. Por lo cual decidió aban­donar el mundo y entrar en la orden monástica de los cistercienses.”

Ulises y las sirenas



 En el canto XII de la Odisea la diosa Circe acoge a Ulises y a sus hombres tras su vuelta del Hades y después de festejarlos generosamente les advierte de los peligros que tendrán que arrastrar en sus próximas singladuras camino de Ítaca, la primera de ellas la Isla de las Sirenas, "Tendréis que pasar cerca de las sirenas que encantan a cuantos hombres se les acercan. ¡Loco será quién se detenga a escuchar sus cánticos pues nunca festejaran su mujer y sus hijos su regreso al hogar!. Las sirenas les encantarán con sus frescas voces. Pasa sin detenerte después de taponar con blanda cera las orejas de tus compañeros, ¡qué ni uno solo las oiga!. Tu solo podrás oírlas si quieres , pero con los pies y las manos atados y en pie sobre la carlinga , hazte amarrar al mástil para saborear el placer de oír su canción".

Odiseo y su gente se hacen a la mar y al acercarse a la Isla de las Sirenas y su florido prado, obedeciendo el consejo de la diosa y tras untar cera recién derretida en el oído de sus compañeros, ordena que estos le aten de pies y manos al firme mástil. Al notar las Sirenas la presencia de la embarcación entonan su sonoro canto preludiado con tentadoras palabras, " …Detén tu nave y ven a escuchar nuestras voces. Después de deleitarse con ellas quienes las escucharon se van alegres conociendo muchas cosas que ignoraban, … sabemos cuanto sucede sobre la tierra fecunda".

Es el propio Ulises, en su relato a Alcínoo, quien habla de cómo fue el encuentro, "Entonces mi corazón deseo escucharlas y ordené a mis compañeros que me soltaran haciéndoles señas con  mis cejas , pero ellos se echaron hacia delante y remaban, y luego se levantaron Perimedes y Euríloco y me ataron con más cuerdas, apretándome todavía más".  

Nada más nos cuenta Homero de este fascinante cruce, qué naturaleza era la del irresistible canto, cómo su música y de qué hablaban las sonoras voces, pero la sola imagen de ese canto que podría haber lanzado a la muerte -advertida con antelación por Circe- al fecundísimo en ingenio, al astuto Ulises si no se hubieran mantenido firmes sus compañeros en la orden dada por éste con antelación, no ha dejado de fecundar nuestra imaginación.  

viernes, 20 de agosto de 2021

La dama del colmillo verde

 


La mujer, en el lenguaje gráfico de la mitología, representa la totalidad de lo que puede conocerse. El héroe es el que llega a conocerlo. Mientras progresa en la lenta iniciación que es la vida, la forma de la diosa adopta para él una serie de transformaciones; nunca puede ser mayor que él mismo, pero siempre puede prometer más de lo que él es capaz de comprender. Ella lo atrae, lo guía, lo incita a romper sus trabas. Y si él puede emparejar su significado, los dos, el conocedor y el conocido, serán libertados de toda limitación. La mujer es la guía a la cima sublime de la aventura sensorial. Los ojos deficientes la reducen a estados inferiores; el ojo malvado de la ignorancia la empuja a la banalidad y a la fealdad. Pero es redimida por los ojos del entendimiento. El héroe que puede tomarla como es, sin reacciones indebidas, con la seguridad y la bondad que ella requiere, es potencialmente el rey, el dios encarnado, en la creación del mundo de ella.

Por ejemplo, se cuenta la historia de los cinco hijos del rey irlandés Eochaid; de cómo, un día que fueron de cacería, se encontraron perdidos, cercados por todas partes. Como estaban sedientos, partieron uno por uno en busca de agua. Fergus fue el primero “y llegó a una fuente en donde encontró a una anciana de pie. El aspecto de la vieja era éste: más negro que el carbón era cada pedazo y parte de su cuerpo, de la cabeza al suelo; comparable a la cola de un caballo salvaje era la grisácea y metálica masa del pelo que crecía en la parte superior de su cabeza, tenía en la cabeza una hoz, un colmillo verdoso que se curvaba hasta tocar su oreja y con ella podía cortar la rama verde de un encino en pleno florecimiento; tenía los ojos oscurecidos y nublados de humo; la nariz ganchuda, de aletas amplias; la barriga arrugada y pecosa, de diversas maneras enferma; deformes y torcidas las pantorrillas, que terminaban en pesados tobillos y un par de enormes patas; tenía las rodillas nudosas y las uñas lívidas. Toda la descripción de la dama era de hecho asquerosa. ‘Así eres ¿no es verdad?’, dijo el muchacho. ‘Así mismo soy’, contestó ella. ‘¿Es verdad que estás cuidando la fuente?’, preguntó él, y ella dijo: ‘Es verdad’. ‘¿Me das permiso de llevarme un poco de agua?’ ‘Te lo doy —consintió ella—, pero primero has de besarme en la mejilla’. ‘De ningún modo’, dijo él. ‘Entonces no te he de conceder el agua’. ‘Te doy mi palabra —dijo él—, de que prefiero perecer de sed antes que darte un beso.’ Entonces el joven regresó al lugar adonde estaban sus hermanos y les dijo que no había podido conseguir el agua.”

Olioll, Brian y Fiachra de la misma manera fueron en su busca e igualmente llegaron a la misma fuente. Cada uno de ellos le pidió el agua a la vieja, pero le negó el beso.

Finalmente fue Niall y llegó a la misma fuente. “ ‘¡Déjame tomar agua, mujer!’, le gritó. ‘Te la daré —dijo ella— si me das un beso.’ Él contestó: ‘No sólo te daré un beso sino que te abrazaré’. Entonces se inclinó a abrazarla y le dio un beso. Cuando terminó dicha operación y él la miró, no había en el mundo entero una joven de porte más gracioso, ni universalmente más hermosa que ella: de la cabeza al suelo, cada una de sus partes podía ser comparada a la nieve recién caída que yace en los surcos; redondeados y exquisitos eran sus brazos, sus dedos largos y delgados; tenía las piernas derechas y de adorable color; dos sandalias de bronce blanco embellecían sus pies blancos y suaves y la tierra que pisaba; la ceñía un amplio manto del más fino vellón de color escarlata y en dicho indumento un broche de plata blanca; tenía brillantes dientes como perlas, ojos grandes y regios, la boca roja como el fruto del fresno. ‘Esto, mujer, es un conjunto de encantos’, dijo el joven. ‘Eso es verdad’. ‘Y ¿quién eres tú?’, insistió él. ‘El Poder Real soy yo’, y pronunció lo siguiente:

‘Rey de Tara. Yo soy el Poder Real...’

‘Ve ahora —dijo ella— a tus hermanos y lleva contigo el agua; de hoy en adelante, para ti y para tus hijos ha de ser para siempre el reinado y la fuerza suprema... Y así como primero me has visto fea, brutal y repugnante, y al final hermosa, así es el poder real: porque sin batallas, sin feroces conflictos no puede ganarse; pero al final, aquel que es rey no importa de qué, se muestra siempre gentil y hermoso.’”

¿Así es el poder real? Así es la vida misma. La diosa guardiana de la fuerza inagotable, ya sea descubierta por Fergus, o por Acteón, o por el príncipe de la Isla Solitaria, requiere que el héroe esté dotado con aquello que los trovadores y los juglares llamaban un “corazón gentil”. 

viernes, 9 de julio de 2021

El descenso de Inanna



    Inanna era la reina del Cielo y de la Tierra. Atendiendo a las noticias de que su hermana, la diosa Ereshkigal, reina del Inframundo, sufría grandes dolores, decidió visitarla. Inanna suponía erróneamente que bajar a su mundo era una fácil empresa. Sin embargo, descubrió que el poder y la autoridad que detentaba en la superficie de la tierra no ejercía influencia alguna en el trato que recibiría en el inframundo.

    Cuando llamó con fuerza a la puerta de los infiernos y exigió que le abrieran, el guardián le preguntó quién era, y ella respondió: «Soy Inanna, la reina del Cielo, y voy de camino a Oriente». Cuando aquél inquirió: «¿por qué tu corazón te ha hecho emprender un camino del que no regresa viajero alguno?», Inanna replicó: «Por mi hermana Ereshkigal». Una vez supo que su hermana, la diosa Ereshkigal, sufría y estaba de luto, Inanna se vio impelida a emprender ese descenso, a ser testigo de ello.

     El cancerbero le dijo que para pasar debía pagar un precio. Siete eran las puertas, no una sola. En cada una de ellas, el cancerbero le pidió que, si quería atravesarlas, tendría que desprenderse de una prenda de vestir. En cada ocasión, Inanna, sorprendida por semejante procedimiento, replicó indignada: «¿Qué significa esto?». En cada ocasión, recibió la siguiente respuesta: «Silencio, Inanna, pues los designios del inframundo son perfectos. No han de ponerse en duda»

Tuvo que despojarse de su magnífico tocado, la corona que representaba su autoridad, en la primera puerta. El collar de lapislázuli le fue arrebatado en la segunda puerta, y hubo de desprenderse de la doble hilera de ricas perlas que orlaba su busto en la tercera. Quedó desnuda de su peto en la cuarta, y de su brazalete de oro en la quinta. En la séptima puerta, se desprendió de su túnica regia. Desnuda y humillada, entró en el inframundo.

Una y otra vez, en cada puerta, la despojaban de los símbolos de poder, prestigio, riqueza y abolengo. Una y otra vez, en cada puerta, el abandono de uno de sus elementos de su vestuario era acogido con sorpresa. Una y otra vez decía: «¿Qué significa esto?», y recibía como respuesta: «Silencio, Inanna, pues los designios del inframundo son perfectos. No han de ponerse en duda».

    Inanna estaba desnuda y cabizbaja cuando penetró en el inframundo; en su descenso había sido humillada y desprovista de sus atributos, pero la ordalía aún no había concluido. Cuando se presento ante Ereshkigal, la reina del inframundo no se mostró complacida con la visita. Llena de ira y condena, Ereshkigal contempló a Inanna con los lúgubres ojos de la muerte y ésta cayó fulminada. Entonces colgaron el cuerpo de Inanna de un gancho, y tres días más tarde empezó a descomponerse y se convirtió en un montón de carne putrefacta.

    Cuando Inanna partió para el inframundo, su leal amiga Ninshubur la acompañó hasta la primera puerta y recibió sus instrucciones. Tenía que esperar allí hasta que Inanna regresara, y si no lo hacía en los siguientes tres días con sus noches, su supervivencia dependería de ella. Ninshubur, la tercera mujer que aparece en la historia del descenso, se presenta como fiel servidora de Inanna, su escudera competente y digna de confianza, a un tiempo guerrera y general, mensajera y consejera. Ninshubur representa la tercera figura interna. Como en el mito, ésta necesita mostrarse activa para ayudar a quien inicia su descenso al inframundo.

    Transcurridos tres días y tres noches, y como Inanna no regresaba —porque ahora yacía colgada de un gancho en el inframundo y se había convertido en un amasijo de carne en descomposición—, la leal Ninshubur siguió sus instrucciones meticulosamente. Para que todos se enteraran, elevó quejumbrosas, tocó el tambor en las asambleas y fue a pedir ayuda a los dioses primigenios. Se prosternó ante cada uno de ellos, diciendo: «No dejes que tu hija Inanna parezca en el inframundo». Los dos primeros dioses a los que acudió no quisieron que los apuros de Inanna les turbaran, y reaccionaron airados ante la sola petición de ayuda. El tercer dios se sintió afligido y confuso, quiso escuchar lo que le había ocurrido a Inanna y actuó de inmediato, de un modo curioso. Se limpió la parte inferior de las uñas y extrajo la mugre y las virutas, o lo que allí hubiera, y modeló dos pequeñas criaturas. Carecían de sexo y podían volar y atravesar, inadvertidas, las siete puertas, colándose por diminutas grietas; eran demasiado pequeñas como para ser descubiertas, acaso del tamaño de moscas. El dios entregó a una de ellas unas gotas de néctar de la vida; a la otra le dio unas migajas de ambrosía. Les advirtió de que encontrarían a Ereshkigal lamentando su dolor, «gritando como una mujer dando a luz», desnuda con los pechos descubiertos y el cabello enmarañado, y que debían responder compasivamente a esos lamentos.

    Cada vez que Ereshkigal aullaba de dolor: «¡Ay, mis entrañas!», las criaturas aullaban: «¡Ay, tus entrañas!». Cada vez que gritaba: «¡Ay, mi piel!, », ellas respondían: «¡Ay, tu piel!». Cuando vociferó: «¡Ay, mi espalda! ¡Ay, mi vientre! ¡Ay, mi corazón! ¡Ay, mi pecho!», ellas replicaron aullando, gimiendo y suspirando con una extraordinaria virulencia, y al hacerlo presenciaron y COMPARTIERON SU DOLOR, HASTA QUE ESTE POR ÚLTIMO SE DESVANECIÓ, y a partir de ese momento Ereshkigal dejó de ser la diosa iracunda y lúgubre cuya sola visión ocasionaba la muerte.

 Por el contrario, ahora se mostró agradecida y generosa. Los agasajó con magníficos presentes; ante cada uno, ellos respondían: «No es esto lo que deseamos», hasta que ella se rindió y dijo: «Entonces, decidme, ¿qué es lo que queréis?». Replicaron que se llevarían «el cadáver que cuelga de un gancho en el muro». La agradecida Ereshkigal les entregó el cadáver en descomposición que había sido Inanna. Uno de los emisarios vertió las gotas de agua de la vida en sus labios muertos; el otro le hizo ingerir las migajas de ambrosía. Así, Inanna se levanto de entre los muertos, dispuesta a abandonar a Hades y regresar al empíreo.

    Las diminutas criaturas andróginas que atravesaban volando las puertas alcanzaron a Ereshkigal, cuyo sufrimiento le confería el aspecto de una parturienta; asistieron a su dolor y no lo ridiculizaron, ni indagaron en su naturaleza, tampoco la acusaron ni le restaron importancia. Tan sólo mostraron compasión y permanecieron con ella. En presencia de la aceptación y la misericordia, el dolor y la ira de Ereshkigal se transformaron en gratitud y, gracias a ello, Inanna pudo volver a la vida.

    Al volver a la vida, la resucitada Inanna ascendió al mundo superior lastrada por los demonios que se adhirieron a ella, prestos a saltar y reclamar  a quien ella señalara para volver con ellos y ocupar su lugar en el inframundo.

    La primera persona con la que se encontraron fue la fiel Ninshubur, vestida de arpillera. Los demonios dijeron: «Vamos, Inanna, nos llevaremos a Ninshubur en tu lugar». Inanna replicó: «¡No, Ninshubur es mi firma alidada!». En primer lugar describió su sabiduría y sus virtudes marciales. Luego enumeró cuanto había hecho por ayudarla, y por último espetó a los demonios: «He vuelto a la vida gracias a ella. Jamás os entregaré a Ninshubur».

    A continuación, Inanna y los demonios encontraron a sus hijos Shara y Lulal. Ambos vestían de arpillera, y estaban de luto por su madre. Los demonios se dispusieron a llevarse ora a uno, ora al otro. Inanna les explicó quiénes eran y que no renunciaría a ellos. Por último, llegaron a su ciudad, y allí encontraron a su marido, Dumazi, vistiendo magníficos atavíos y sentado en el trono (desde Luego, no estaba de luto por su esposa). «Inanna clavó en Duzami la mirada de la muerte. Pronunció en su contra la palabra de la ira. Profirió contra él el grito de la culpa: ¡Lleváoslo! ¡Llevaos a Duzami!».


    Inanna le había dicho al guardián que se encontraba de camino a Oriente, lo cual parece una curiosa observación si lo que deseaba era penetrar en el inframundo; sin embargo, tiene un sentido simbólico. El amanecer llega cuando el sol se alza en el Oriente, y por lo tanto éste representa el renacimiento, la fragilidad de una nueva vida, la inocencia y la esperanza. La bajada al inframundo conduce a la persona al reino de la muerte, la metamorfosis y la resurrección. En el descenso se producen muertes simbólicas: la muerte de parte de la vieja personalidad o la anterior identidad, en fin de una ilusión o esperanza concretas. En la bajada, algo que hemos ocultado en la mente puede desenterrarse y traerse a la conciencia y a la vida. Existe la posibilidad de una resurrección espiritual o psicológica.

jueves, 24 de junio de 2021

Pinocho




Érase una vez, un carpintero llamado Gepetto que decidió construir un muñeco de madera, al que llamó Pinocho. Con él, consiguió no sentirse tan solo como se había sentido hasta aquel momento.

- ¡Qué bien me ha quedado!- exclamó una vez acabado de construir y de pintar-. ¡Cómo me gustaría que tuviese vida y fuese un niño de verdad!

Como había sido muy buen hombre a lo largo de la vida, y sus sentimientos eran sinceros. Un hada decidió concederle el deseo y durante la noche dio vida a Pinocho.

Al día siguiente, cuando Gepetto se dirigió a su taller, se llevó un buen susto al oír que alguien le saludaba:

- ¡Hola papá!- dijo Pinocho.

- ¿Quién habla?- preguntó Gepetto.

- Soy yo, Pinocho. ¿No me conoces? – le preguntó.

Gepetto se dirigió al muñeco.

- ¿Eres tu? ¡Parece que estoy soñando!, ¡por fin tengo un hijo!

Gepetto quería cuidar a su hijo como habría hecho con cualquiera que no fuese de madera. Pinocho tenía que ir al colegio, aprender y conocer a otros niños. Pero el carpintero no tenía dinero, y tuvo que vender su abrigo para poder comprar una cartera y los libros.

A partir de aquél día, Pinocho empezó a ir al colegio con la compañía de un grillo, que le daba buenos consejos. Pero, como la mayoría de los niños, Pinocho prefería ir a divertirse que ir al colegio a aprender, por lo que no siempre hacía caso del grillo.

Un día, Pinocho se fue al teatro de títeres para escuchar una historia. Cuando le vio, el dueño del teatro quiso quedarse con él:

-¡Oh, Un títere que camina por si mismo, y habla! Con él en la compañía, voy a hacerme rico dijo el titiritero, pensando que Pinocho le haría ganar mucho dinero.

A pesar de las recomendaciones del pequeño grillo, que le decía que era mejor irse de allí, Pinocho decidió quedarse en el teatro, pensando que así podría ganar dinero para comprar un abrigo nuevo a Gepetto, que había vendido el suyo para comprarle los libros.

Y así hizo, durante todo el día estuvo actuando para el titiritero. Pasados unos días, cuando quería volver a casa, el dueño del teatro de marionetas le dijo que no podía irse, que tenía que quedarse con él.

Pinocho se echó a llorar tan desconsolado diciendo que quería volver a casa que el malvado titiritero lo encerró en una jaula para que no pudiera escapar.

Por suerte, su hada madrina que todo lo sabe, apareció durante la noche y lo liberó de su cautivério abriendo la puerta de la jaula con su varita mágica. Antes de irse, Pinocho tomó de encima de la mesa las monedas que había ganado actuando.

De vuelta a casa Pinocho volvió a tener las prejas normales, cuando de repente, el grillo y Pinocho, se cruzaron con dos astutos ladrones que convencieron al niño de que si enterraba las monedas en un campo cercano, llamado el "campo de los milagros", el dinero se multiplicaría y se haría rico.

Confiando en los dos hombres, y sin escuchar al grillo que le advertía del engaño, Pinocho enterró las monedas y se fue. Rápidamente, los dos ladrones se llevaron las monedas y Pinocho tuvo que volver a casa sin monedas.

Durante los días que Pinocho había estado fuera, Gepetto se había puesto muy triste y, preocupado, había salido a buscarle por todos los rincones. Así, cuando Pinocho y el grillo llegaron a casa, se encontraron solos. Por suerte, el hada les explicó que el carpintero había salido dirección al mar para buscarles.

Pinocho y grillo decidieron ir a buscarle, pero se cruzaron con un grupo de niños:

- ¿Dónde vais?- preguntó Pinocho.

- Al País de los Juguetes - respondió un niño-. ¡Allí podremos jugar sin parar! ¿Quieres venir con nosotros?

- ¡Oh, no, no, no!- le advirtió el grillo-. Recuerda que tenemos que encontrar a Gepetto, que está triste y preocupado por ti.

- ¡Sólo un rato!- dijo Pinocho- Después seguimos buscándole.

Y Pinocho se fue con los niños, seguido del grillo que intentava seguir convenciéndole de continuar buscando al carpintero. Pinocho jugó y brincó todo lo que quiso. Enseguida se olvidó de Gepetto, sólo pensaba en divertirse y seguir jugando. Pero a medida que pasaba más y más horas en el País de los Juguetes, Pinocho se iba convirtiendo en un burro. Cuando se dió cuenta de ello se echó a llorar. Al oírle, el hada se compadeció de él y le devolvió su aspecto, pero le advirtió:

- A partir de ahora, cada vez que mientas te crecerá la nariz.

Pinocho y el grillo salieron rápidamente en busca de Gepetto.

Geppetto, que había salido en busca de su hijo Pinocho en un pequeño bote de vela, había sido tragado por una enorme ballena.

Entonces Pinocho y el grillito, desesperados, se hicieron a la mar para rescatar al pobre ancianito papa de Pinocho.

Cuando Pinocho estuvo frente a la ballena le pidió porfavor que le devolviese a su papá, pero la enorme ballena abrió muy grande la boca y se lo tragó también a él.

¡Por fin Geppetto y Pinocho estaban nuevamente juntos!, Ahora debían pensar cómo conseguir salir de la barriga de la ballena.

- ¡Ya sé, dijo Pepito hagamos una fogata! El fuego hizo estornudar a la enorme ballena, y la balsa salió volando con sus tres tripulantes.

Una vez a salvo Pinocho le contó todo lo sucedido a Gepetto y le pidió perdón. A Gepetto, a pesar de haber sufrido mucho los últimos días, sólo le importaba volver a tener a su hijo con él. Por lo que le propuso que olvidaran todo y volvieran a casa.

Pasado un tiempo, Pinocho demostró que había aprendido la lección y se portaba bien: iba al colegio, escuchaba los consejos del grillo y ayudaba a su padre en todo lo que podía.

Como recompensa por su comportamiento, el hada decidió convertir a Pinocho en un niño de carne y hueso. A partir de aquél día, Pinocho y Gepetto fueron muy felices como padre e hijo.


 

Jonás y la ballena




Dios llamó a Jonás un día para que fuera a predicar a la ciudad de Nínive donde la maldad de la gente abundaba. A Jonás no le gustó nada la idea puesto que la ciudad de Nínive era una de las principales ciudades enemigas de Israel y el no queria nada que ver con ellos.

Así que Jonás intentó escapar e ir exactamente en la dirección contraria que Dios le había dicho y se subió en una barca con destino a Tarsis. En su camino a Tarsis Dios desató una gran tormenta y los hombres decidieron tirar a Jonás al mar porque pensaron que él traía mala suerte. Una vez en el mar Dios hizo que una ballena lo tragara entero y así no se hundiera. Jonás permaneció durante tres días en el vientre de la ballena y fue durante este tiempo que Jonas pidió perdón por su desobediencia, y comenzó a adorar a Dios. Después Dios hizo que la ballena escupiera a Jonás en las costas de Nínive. Jonás predicó por toda Nínive y les advirtió que a menos que se arrepintieran delante de Dios la ciudad sería destruida en 40 días. La gente creyó a Jonás y se arrepintieron ante Dios quien tuvo misericordia por ellos. Por su parte Jonas terminó algo resentido puesto que el pueblo de Nínive que era enemigo de Israel no fue destruido. Descansando en el desierto, Dios proveyó una planta de viñedo para que Jonás tuviera sombra durante su descanso y al día siguiente mandó Dios larvas para que comieran la planta ya que Jonás seguía quejándose. Dios habló con Jonás para reprimirlo y para decirle enseñarle como Jonás estaba enojado por una sola planta mientras que Dios veía por la vida de 120,000 personas que habitaban en Nínive.

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domingo, 6 de junio de 2021

La caravana en el desierto

 


El jefe de caravana de Benarés se atrevió a conducir una expedición de quinientos ca­rros ricamente cargados en un desierto endemoniado y sin agua. Advertido de los peligros había tomado la pre­caución de colocar en los carros inmensas jarras de agua, de manera que, racionalmente considerado, su proyecto de atravesar sólo sesenta leguas de desierto era factible. 

Pero cuando estaba a la mitad del camino el ogro que habitaba el desierto, pensó: “Haré que estos hombres tiren el agua que llevan.” De manera que creó un carro que deleitaba el alma; estaba tirado por jóvenes bueyes blancos, con las rue­das llenas de lodo y lo hizo aparecer por el camino en la dirección opuesta. Por delante y por detrás de él marcha­ban los demonios que formaban su comitiva, con las cabe­zas y las ropas mojadas, portaban coronas de lirios de agua azules y blancos, llevaban en sus manos ramos de flores de loto rojas y blancas, iban masticando los tallos fibrosos de los lirios y dejaban huellas de agua y de lodo. Cuando la caravana y el grupo de demonios se hicieron a un lado para dejarse pasar, el ogro saludó al jefe amistosamente. “¿Adón­de vais?” le preguntó cortésmente. A lo que contestó el jefe de la caravana. “Señor, venimos de Benarés. Pero vosotros os acercáis llenos de lirios de agua azules y blan­cos, con flores de loto rojas y blancas en vuestras manos; masticáis los tallos fibrosos de los lirios, venís salpicados de lodo y dejáis caer gotas de agua. ¿Llueve por el ca­mino por donde habéis venido? ¿Están los lagos comple­tamente cubiertos con lirios azules y blancos y con flores de loto blancas y rojas?”

El ogro: “¿Veis aquella línea de bosques verde oscuro? Detrás, todo el campo es una masa de agua; llueve todo el tiempo, los hoyancos están llenos de agua, y por todas partes se ven lagos completamente cubiertos de flores de loto rojas y blancas.” Luego, cuando los carros fueron pa­sando uno detrás del otro, preguntó: “¿Qué artículos lle­váis en ese carro?, ¿y en ese otro? El último parece muy pesado, ¿qué lleváis en él?” El jefe contestó: “Llevamos agua.” “Habéis actuado sabiamente, por supuesto, al traer agua hasta aquí; pero de aquí en adelante no hay necesidad de llevar esa carga. Romped los cántaros, tirad el agua y viajad más de prisa.” El ogro siguió adelante y cuando se perdió de vista, regresó a su propia ciudad de ogros.

El jefe de la caravana, movido por su propia tontería, siguió el consejo del ogro, rompió los cántaros e hizo avan­zar los carros. Más tarde, no encontró ni la más mínima partícula de agua. Por falta de agua para beber los hombres se cansaron. Viajaron hasta ponerse el sol, desuncieron los bueyes, pusieron los carros en círculo y amarraron los bueyes a las ruedas. No había agua para los bueyes, ni atole ni arroz cocido para los hombres. Los hombres debilita­dos se echaron aquí y allá y trataron de dormir. A la media noche, los ogros vinieron de su ciudad, asesinaron a todos los bueyes y los hombres, devoraron su carne, dejando sólo los huesos desnudos, y habiendo hecho así, partieron. Los huesos de las manos de los hombres y todos los otros huesos quedaron esparcidos en las cuatro direcciones y en las cuatro direcciones intermedias; los quinientos carros quedaron intactos.

El príncipe Cinco Armas y el ogro Cabello Pegajoso



Un joven príncipe que acababa de terminar sus estudios mili­tares bajo la dirección de un maestro mundialmente fa­moso. Habiendo recibido, como símbolo de su distinción, el título de príncipe Cinco Armas, aceptó las cinco armas que su maestro le dio, se inclinó y armado con sus nuevas armas, se puso en el camino que llevaba a la ciudad de su padre, el rey. Avanzó hasta que llegó a cierto bosque. La gente que vivía a la entrada del bosque trató de advertirle. “Señor príncipe, no entréis en este bosque —le dijeron—, aquí vive un ogro llamado Cabello Pegajoso; mata a todos los hombres que ve.”

Pero el príncipe era confiado y valeroso como un león de melena. Entró en el bosque y cuando llegó al centro el ogro se le apareció. El ogro había aumentado su estatura a la altura de una palmera; se había creado una cabeza tan grande como una casa de verano con un pináculo en forma de campana, unos ojos como cestos de limosna, dos colmillos como bulbos o capullos gigantes; un pico de hal­cón; la barriga estaba llena de ronchas y las manos y los pies eran verde oscuro. “¿Dónde vas? —le preguntó— ¡De­tente! ¡Eres mi presa!”

El príncipe Cinco Armas contestó sin temor y con gran confianza en las artes y tretas que había aprendido. “Ogro —dijo—, sabía a lo que me exponía cuando entré en este bosque. Harías bien en cuidarte de atacarme, porque atra­vesaré tu carne con una flecha mojada en veneno y te haré caer en tus huellas”.

Habiendo amenazado así al ogro, el joven príncipe puso en su arco una flecha mojada en veneno mortal y la disparó. Cayó en los cabellos del ogro. Luego disparó una detrás de la otra, cincuenta flechas. Todas se pega­ron en los cabellos del ogro. El ogro se sacudió cada una de las flechas, que cayeron a sus pies, y se aproximó al jo­ven príncipe.

El príncipe Cinco Armas amenazó al ogro por segunda vez y levantando su espada, le dio un golpe maestro. La espada, que tenía treinta y tres pulgadas de largo, se pegó a los cabellos de ogro. Entonces el príncipe quiso atrave­sarlo con una lanza, que también se pegó a sus cabellos; al ver que la lanza se había pegado, lo golpeó con un garrote, que también se pegó a sus cabellos. Cuando vio que el garrote se había pegado utilizó su cuchillo que se quedó pegado a los cabellos del ogro.

Al ver que sus armas se habían quedado pegadas al cabello del ogro le dijo: “Señor ogro, nunca habéis oído hablar de mí. Soy el prín­cipe Cinco Armas. Cuando entré en este bosque infestado por vos, no pensaba en arcos ni en armas parecidas; cuan­do entré en este bosque, pensaba sólo en mí mismo. Ahora voy a golpearos y a convertiros en polvo.” Habiendo dado a conocer su determinación y dando un alarido, golpeó al ogro con su mano derecha. La mano se pegó a los cabellos del ogro. Lo golpeó con la mano izquierda. También se le pegó. Lo mismo sucedió a su pie derecho. Lo golpeó con su pie izquierdo. También se le pegó. Pensó: “Le golpearé con mi cabeza y se ha de convertir en polvo.” Lo golpeó con la cabeza. Y también se le pegó en el cabello del ogro.

El príncipe Cinco Armas falló cinco veces, se pegó en cinco lugares y colgaba del cuerpo del ogro. Con todo eso, no estaba atemorizado; entretanto, el ogro pensó: “Éste es un hombre león, un caballero de noble nacimiento... no un simple hombre. Porque aunque ha sido atrapado por un ogro como yo, no parece temblar ni estremecerse. En el tiempo que he cuidado de este camino, no he visto nin­gún hombre que lo iguale. ¿Por qué no tendrá miedo?” Sin atreverse a comérselo, le preguntó: “Joven, ¿por qué no tie­nes miedo? ¿Por qué no estás aterrorizado con el miedo a la muerte?”

“Ogro, ¿por qué habría yo de tener miedo? Si se tiene una vida, es absolutamente seguro que se tendrá una muer­te. Es más, tengo en el vientre un trueno. Si me comes, no podrás digerir esa arma. Te romperé por dentro en peda­zos y fragmentos que han de matarte. En ese caso, ambos pereceremos. ¡Por eso no tengo miedo!”

El lector debe saber que el príncipe Cinco Armas se re­fería al Arma del Conocimiento que estaba dentro de él. Este joven héroe no era otro que el Futuro Buddha, en una reencarnación anterior.

“Lo que dice este joven es cierto —pensó el ogro, aterro­rizado con el miedo a la muerte—. Del cuerpo de este hom­bre león mi estómago no podría digerir ni un fragmento de carne del tamaño de un frijol. ¿Lo dejaré ir?” Y dejó ir al príncipe Cinco Armas. El Futuro Buddha le pre­dicó la Doctrina, lo dominó, lo enseñó a renunciar y luego lo transformó en el espíritu que debía recibir las ofrendas del bosque. Después de amonestar al ogro para que fuera prudente, el joven partió y a la entrada del bosque contó su historia a los seres humanos; luego siguió su camino.

Como símbolo del mundo al que nos mantienen aferra­dos los cinco sentidos y que no puede hacerse a un lado por las acciones de los órganos físicos, Cabello Pegajo­so fue vencido sólo cuando el Futuro Buddha, desposeído de las cinco armas de su nombre momentáneo y carácter físico, recurrió a la sexta arma, invisible y sin nombre, el trueno divino, el conocimiento del principio trascendente, que está detrás del reino fenoménico de los nombres y de las formas.

viernes, 28 de mayo de 2021

La Belleza - Luis Eduardo Aute

La Belleza 
Enemigo de la guerra y su reverso, la medalla
No propuse otra batalla que librar al corazón
De ponerse cuerpo a tierra
Bajo el paso de una historia
Que iba a alzar hasta la gloria
El poder de la razón
Y ahora que ya no hay trincheras
El combate es la escalera
Y el que trepe a lo más alto
Pondrá a salvo su cabeza
Aunque se hunda en el asfalto
La belleza
La belleza
La belleza, la belleza
La belleza
Míralos como reptiles, al acecho de la presa
Negociando en cada mesa maquillajes de ocasión
Siguen todos los railes
Que conduzcan a la cumbre
Locos, porque nos deslumbre
Su parásita ambición
Antes iban de profetas
Y ahora el éxito es su meta
Mercaderes, traficantes
Más que nausea dan tristeza
No rozaron ni un instante
La belleza
La belleza
La belleza, la belleza
La belleza
Y me hablaron de futuros fraternales, solidarios
Donde todo lo falsario acabaría en el pilón
Y ahora que no quedan muros
Ya no somos tan iguales
Tanto vendes, tanto vales
¡Viva la revolución!
Reivindico el espejismo
De intentar ser uno mismo
Ese viaje hacia la nada
Que consiste en la certeza
De encontrar en tu mirada
La belleza
La belleza
La belleza, la belleza
La belleza

Luis Eduardo Aute

jueves, 27 de mayo de 2021

LA ayuda sobrenatural. El príncipe Kamaru-s-Semán y la princesa Budur

 





Y así sucedió, como por azar, que en la vieja y abandonada torre en donde dormía Kamaru-s-Semán, el príncipe persa, había un viejo pozo y estaba habitado por una hechicera de la descendencia de Iblis el Maldito, llamada Maimuna, hija de Demaryat, un famoso rey de los genios. Como Kamaru-s-Semán seguía durmiendo hasta el segundo tercio de la noche, Maimuna salió de la fuente y quiso ir al firmamento, con la intención de escuchar, al acecho, las conversaciones de los ángeles, pero cuando salió del borde de la fuente y vio que una luz brillaba en la torre, contrariamente a lo que era costumbre, se maravilló, se acercó, atravesó la puerta y vio el lecho, donde había una forma humana con velas de cera cerca de su cabeza y un mosquitero extendido a sus pies, cerró las alas, se acercó a la cama y levantando la cubierta, descubrió el rostro de Kamaru-s-Semán. Y permaneció inmóvil durante una hora, de admiración y maravilla. Y cuando se recobró exclamó: “¡Loado sea Alá que lo creó y que de todos los creadores es el mejor!” Pues se ha de saber que aquel genio femenino era del número de los genios creyentes, no del de los infieles.

Se prometió que no le haría ningún daño a Kamaru-s-Semán y empezó a preocuparse de que por estar en ese lugar desierto, el príncipe fuera asesinado por alguno de sus parientes, los marid. Se inclinó sobre él y lo besó en medio de los ojos y luego colocó la sábana sobre su rostro; después abrió sus alas, se remontó en el aire y voló hasta alcanzar el más bajo de los cielos.

Ahora bien, como lo quiso la suerte o el destino, la alada ifritah Maimuna oyó repentinamente a su lado el ruidoso sacudir de unas alas. Dejándose guiar por el sonido, descubrió que venía de un ifrit llamado Dahnasch. Voló sobre él como un ave de rapiña y cuando él cayó en la cuenta y la reconoció como Maimuna, la hija del rey de los genios, se aterrorizó, los músculos de sus costados temblaron y le imploró piedad. Pero ella lo obligó a declarar de dónde venía a esta hora de la noche. Él contestó que regresaba de las islas del mar de la China, los imperios del rey Gayur, señor de las Islas, de los Mares y de los Siete Palacios.

“...Tuve ocasión de ver a la hija de ese rey que es tal, que no creó el Creador otra igual.” Y dedicó grandes alabanzas a la princesa Budur. “...Tiene una nariz afilada como la hoja de una brillante espada; y una mejillas rubicundas como el vino de púrpura y una boca cuyas labios son corales y rubíes engarzados y cuya saliva es más sabrosa que la miel y apaga con su frescura el fuego de la quemadura y cuya lengua se mueve a impulsos de la inteligencia y siempre dice la palabra discreta; y, para terminar, te diré que; sus pechos turgentes y erguidos son una tentación para el más acostumbrado a dominar sus sentidos, y dos antebrazos, suaves y torneados, como de ellos dijo Al-Ualahán, el poeta nombrado: 


Unas muñecas tiene, que si no fuera 

porque los brazaletes las aprisionan, 

luego en lluvia de plata se derritieran.” 


El elogio a su belleza continuó y cuando Maimuna lo hubo escuchado todo, permaneció silenciosa y estupefacta. Dahnasch describió al poderoso rey, su padre, sus tesoros, y los Siete Palacios y también la historia de la negativa al matrimonio de su hija. “Y yo, reina mía —continuó el efrit, dirigiéndose a su amiga— voy a verla todas las noches y me extasío contemplando su hermosura y la beso entre sus ojos con mucha ternura, en tanto ella duerme sin inquietud alguna; y tanto la amo, que no le hago el menor daño.” Expresó su deseo de que Maimuna fuera con él a China y admirara la belleza, la hermosura, la estatura y la perfección de las proporciones de la princesa. “Y después que la hayas visto podrás, si lo merezco, imponerme el castigo por haberte engañado y declararme cautivo. Que yo todo lo dejo a tu albedrío.”

A Maimuna le indignaba que alguien se atreviera a celebrar a cualquier criatura del mundo después de que ella había mirado a Kamara-s-Semán. Gritó, se rió de Dahnasch y escupió su rostro: “Pues yo esta noche he visto a un joven, que si a verlo llegaras, te daría un patatús y se te haría la boca agua.” Entonces ella lo describió. Dahnasch se mostró incrédulo de que alguien pudiera ser más hermoso que la princesa Budur y Maimuna le ordenó que viniera con ella y mirara.

“Oír es obedecer. Vamos, pues, allá” —accedió Dahnasch.

Descendieron y entraron en el salón. Maimuna puso a Dahnasch junto a la cama y estirando la mano estiró la colcha de seda del rostro de Kamaru-s-Semán; su rostro alumbraba, relucía, reflejaba y brillaba como el sol naciente. Ella lo miró por un momento, luego se volvió a Dahnasch y dijo: “¡Míralo, maldito, y no seas loco rematado; que yo soy hembra y por él he perdido la chaveta!”

“¡Por Alá, mi señora, que tenías razón en tus lisonjas! Pero hay que hacer cuenta también de otra cosa; y es que existe diferencia entre los varones y las hembras. Por Alá que éste tu amado es el que de todas las criaturas más se asemeja a mi adorada en punto a hermosura y perfección y belleza consumada y que el uno y la otra son tal para cual y se diría que entre ambos toda la belleza del mundo se halla repartida.”

La luz se convirtió en tinieblas a los ojos de Maimuna cuando oyó aquellas palabras y le azotó a Dahnasch la cara con las alas, con tal fuerza que por poco acaba con él. Y lo increpó diciendo: “Por el fulgor de su rostro y la majestad de su persona, te conjuro, ¡ye maldito!, a que vayas por tu novia ahora mismo y cargues con ella y aquí te la traigas en cumplimiento de tu palabra.”

Y así, incidentalmente, en un plano del que no tenía conciencia, el destino de Kamaru-s-Semán, el que había rechazado la vida, empezó a consumarse sin intervención de su voluntad consciente.


La Mujer Araña

 




Entre los indios americanos del suroeste el personaje favorito en este bienhechor papel es una Mujer Araña, una pequeña señora, como una abuela, que vive en el subsuelo. Los Dioses Gemelos de los Navajo, dioses de la guerra, en su camino a casa de su padre, el Sol, apenas habían dejado su hogar, siguiendo una huella celeste, cuando encontraron esa maravillosa figurita: “Los muchachos avanzaban rápidamente en la huella celeste, y poco después de la salida del sol, cerca de Dsilnaotil, vieron que salía humo del suelo. Fueron al lugar de donde el humo se levantaba, y descubrieron que salía de un hoyo de una cámara subterránea. Una escalera, negra a fuerza de humo, se proyectaba dentro del agujero. Se asomaron a la cámara y vieron una vieja, la Mujer Araña, que los miró y dijo: 

‘Bienvenidos, niños. Entrad. ¿Quiénes sois y de dónde venís caminando juntos?’ Ellos no respondieron, pero bajaron la escalera. Cuando alcanzaron el suelo, ella habló de nuevo, preguntando: ‘¿Adónde vais caminando juntos?’ ‘A ningún lugar en particular —contestaron—; llegamos aquí, porque no teníamos adónde ir.’ Ella repitió la pregunta cuatro veces y cada vez recibió una respuesta similar. Entonces dijo: ‘¿Tal vez vais en busca de vuestro padre?’ ‘¡Sí! —contestaron ellos—. Si sólo supiéramos el camino de su casa...’ ‘¡Ah! —dijo la mujer—, el camino de la casa de vuestro padre, el Sol, es largo y peligroso. Muchos monstruos habitan entre aquí y allá, y tal vez, cuando lleguéis, vuestro padre no os reciba con agrado y quizá os castigará por haber ido. Debéis pasar por cuatro lugares de peligro: las rocas que aplastan al viajero, las cañas que lo cortan en pedazos, los cactos que lo arañan hasta despedazarlo y las arenas hirvientes que lo ahogan. 

Pero os daré algo para vencer a vuestros enemigos y preservar vuestras vidas.’ Les dio un talismán llamado ‘pluma de los dioses extranjeros’, que consistía en un arco con dos plumas vitales prendidas (plumas arrancadas de un águila viva) y otra pluma vital para preservar su existencia. También les enseñó una fórmula mágica, que si era repetida a sus enemigos, aplacaría su cólera: ‘Inclinad vuestros pies con polen. Inclinad vuestras manos con polen. Inclinad la cabeza con polen. Entonces vuestros pies son polen, vuestras manos son polen, vuestro, cuerpo es polen, vuestra mente es polen, vuestra voz es polen. La huella es hermosa. Quedaos quietos.’”

El polen es el símbolo de la energía espiritual entre los indios ameri­canos del Suroeste. Se usa profusamente en todos los ceremoniales, para apartar el mal y como para señalar el camino simbólico de la vida.

La viejecita servicial y el hada madrina son personajes familiares al reino de las hadas europeo; en las leyendas cristianas de los santos ese papel lo representa generalmente la Virgen. La Virgen puede interceder para ganar la merced del Padre. La Mujer Araña con su tela puede dominar los movimientos del Sol. El héroe que llega bajo la protección de la Madre Cósmica no puede ser dañado.

jueves, 6 de mayo de 2021

La llamada: el príncipe Kamaru-s-Semán y la princesa Budur

 




El príncipe Kamaru-s-Semán joven y hermoso, el único hijo del rey Shahramán de Persia, rechazaba persistentemente las repetidas sugestiones, peti­ciones, demandas y finalmente mandatos de su padre, de que actuara en forma normal y tomara una esposa. La primera vez que se le planteó la cuestión el joven respon­dió: “Has de saber ¡ye padre mío! que a mí el matrimonio no me ofrece ningún atractivo. Pues sobre sus engaños y perfidias muchos libros he leído y muchos dichos he oído. Como el poeta dijo:


Si deseáis saber cómo las hembras son,

preguntádmelo a mí, que en ello soy doctor.

Y yo os digo que, en cuanto al hombre le blanquea

el pelo y en su bolso se acaban las monedas,

huyen de él las mujeres cual de la peste negra.


Y dijo también otro poeta:


Déjate de mujeres y conságrate a Alá;

el mozo que a las hembras sin freno se abandona,

prepárase una vida llena de malestar.

Que son tales las hembras, que al más pintado engañan

por más listo que sea; pues ellas lo son más.


Y luego en prosa llana, díjole el joven a su padre: ‘Des­de ahora te digo, padre mío, que jamás consentiré en casarme y a ello nunca me avendré, aunque la copa de la muerte me dieran a beber’.”

Cuando el sultán Shahramán oyó estas palabras de su hijo la luz se convirtió en tinieblas ante sus ojos y se llenó de desconsuelo; pero por el gran amor que le tenía no quiso repetir sus deseos ni se indignó, sino que le mostró toda clase de bondades.

Después de un año, el padre repitió su pregunta, pero el joven persistió en su negativa con otros versos de los poetas. Entonces el rey consultó a su visir. “¡Ye monarca glorioso! —respondióle el visir—. Lo que yo creo ahora deber aconsejarte es que aguardes a que pase otro año, en el cual no has de insistir sobre el tema matrimonial; y cuando ese año sea cumplido y pienses hablarle otra vez de casorio a tu hijo, no lo hagas a solas con él, sino en presencia de toda la corte regia, delante de toda la asam­blea de emires y visires, y no en secreto como hasta aquí hiciste.”

Cuando llegó el momento, sin embargo, y el rey Shahramán [68] dio su mandato en presencia de la corte, el príncipe inclinó la cabeza un momento, luego la levantó en dirección

a su padre y movido por locura juvenil y por ignorancia infantil, replicó: “Ya te he dicho, padre mío, que estoy decidido a no casarme jamás, aunque el cáliz de la muerte hubiera de apurar. Y he de decirte con franqueza que eres hombre de muchos años y de juicio escaso, pues ya antes de ahora me pediste dos veces que accediese a tomar es­posa y ambas te respondí lo mismo que hoy te acabo de decir. ¡Así que, por lo visto, chocheas y no vales ni para gobernar una piara de ovejas!” Así diciendo, Kamaru-s-Semán descruzó las manos de detrás de su espalda y se levantó las mangas hasta arriba de los codos ante su pa­dre, porque estaba furioso y dijo muchas otras palabras a su señor, sin saber lo que decía en la confusión de su espíritu.

El rey se sintió confundido y avergonzado, pues esto sucedió en presencia de la asamblea de los grandes y de los oficiales del reino, en ocasión de una gran ceremonia del Estado. Pero después, la majestad del reinado tomó posesión de él, le habló a gritos a su hijo y lo hizo temblar. Luego llamó a los guardas que estaban a su lado y ordenó: “¡Apresadlo!” Ellos se adelantaron y le echaron mano y atándolo lo trajeron ante su señor, que les ordenó que le sujetaran los codos a la espalda y de esta manera lo presen­taran ante él. El príncipe inclinó la cabeza lleno de temor y de aprensión, con la frente y la cara empapadas de sudor; la vergüenza y la confusión lo atormentaban vivamente. Entonces su padre lo insultó y lo envileció gritando: “¡Guay de ti, ye mi hijo, hijo bastardo y mal educado! ¿Cómo tienes la insolencia de contestarme así, delante de esta asamblea, en presencia de mis chambelanes y mis genera­les? ¡En verdad careces de la educación más elemental! ¿Por ventura no comprendes que si lo que acabas de hacer, lo hubiera hecho uno de mis vasallos, no habría salido tan bien librado?” El rey ordenó a sus soldados que soltaran sus codos y que lo aprisionaran en una torre de los casti­llos que guarnecían las fronteras.

Tomaron al príncipe y lo encerraron en una vieja torre, donde había una sala destruida y en el medio una fuente derribada; después de haberla limpiado trajeron un lecho y lo cubrieron con tapices y colocaron a su cabecera una almohada. Luego trajeron un mosquitero grande y encendieron [69] candelas, porque aquel lugar estaba oscuro aun durante el día. Finalmente, los soldados hicieron entrar a Kamaru-s-Semán y pusieron un eunuco en la puerta, y cuando todo estuvo hecho, el príncipe se dejó caer en el sofá con el espíritu triste y acongojado, culpándose y arre­pintiéndose de la injuriosa conducta que había tenido con su padre.

Mientras tanto, en el distante imperio de la China, la hija del rey Gayur, señor de las Islas, de los Mares y de los Siete Palacios, se hallaba en un caso parecido. Cuando se conoció su belleza y su fama y su nombre se extendieron a los países vecinos, todos los reyes la pidieron en matri­monio a su padre y él lo había consultado con ella, pero a la princesa le disgustaba hasta la palabra misma de ma­trimonio. “Ye padre mío, no tengo la menor intención de casarme y no me casaré en la vida; porque siendo yo seño­ra y reina, que sobre las gentes impera, no voy a querer un marido que sobre mí mande a su albedrío” Y mientras más pretendientes rechazaba, más crecía el interés de los solicitantes y toda la realeza de las islas de la China man­daba regalos y rarezas a su padre con cartas en que la pedían en matrimonio. Él insistía una y otra vez, aconse­jándola con respecto a sus esponsales, y ella siempre rehu­saba. Y él se llenó de perplejidad en lo que concernía a su actitud y a los reyes sus pretendientes. De manera que le dijo: “Está bien. Si realmente estás decidida a no ca­sarte en tu vida, yo nada en contra he de decir, pero absten­te en adelante de entrar y salir.” Acto seguido la internó en su cámara y encomendó su guarda a diez ancianas y le prohibió ir a los Siete Palacios. Además, aparentó estar in­dignado con ella y envió cartas a todos los reyes, hacién­doles saber que los genios le habían producido un ataque de locura.26

Con un héroe y una heroína que siguen la senda nega­tiva y entre ellos todo el continente de Asia, ha de reque­rirse un milagro para consumar la unión de esta pareja eternamente predestinada. ¿Podrá dicha fuerza romper el hechizo de negación a la vida y aplacar la cólera de los dos padres infantiles?


 Abreviado de Las mil y una noches, vol. I, pp. 1072-1082.

Dafne y Apolo



El dios griego Apolo llamaba de forma perturbadora a la fugitiva doncella Dafne, hija del río Peneo, cuando la perseguía sobre la llanura. “¡Oh ninfa, oh hija de Peneo, espera!”, la deidad la llamaba como la rana a la princesa del cuento de hadas. “Yo que te persigo no soy tu enemigo. No sa­bes de quién huyes, por esa razón huyes. Corre más lenta­mente, te lo suplico, y detén tu fuga. Yo también te seguiré más lentamente. Ahora detente y pregunta quién te ama.”

“Hubiera dicho más —dice la historia—, pero la don­cella continuó su fuga aterrorizada y lo dejó con las pala­bras en los labios, y aún en su carrera parecía hermosa. Los vientos desnudaron sus miembros, las brisas contrarias hicieron volar sus ropas mientras corría y un aire ligero mantenía sus cabellos flotando detrás de ella. Su belleza fue acrecentada por la fuga. Pero la caza llegó a su fin, porque el joven dios no quiso perder el tiempo en palabras mimosas y urgido por el amor la persiguió velozmente. Así como el sabueso de las Galias que ha visto un ciervo en la llanura y busca su presa con pies alados, y el ciervo su salvación; así él, a punto de apresarla, pensaba que la tenía y rozaba sus talones con las fauces abiertas; pero ella que no sabía si ya había sido capturada, apenas escapaba de las afiladas garras y dejaba atrás las fauces que casi se cerraban sobre ella; así corrían el dios y la doncella, el uno empujado por la esperanza y la otra por el temor. Pero él corría más rápidamente, llevado por las alas del amor, no le daba descanso, colgado sobre sus hombros esquivos y respirando sobre el pelo que flotaba sobre su cuello. Ya no tenía fuerza y pálida de terror y completamente deshecha por el cansancio de su rápida fuga, viendo cerca las aguas del río, su padre, gritó: ‘¡Oh, Padre, ayúdame! Si tus aguas aposentan la divinidad, cambia y destruye esta belleza con la cual he atraído demasiado.’ Apenas había hablado cuando un entumecimiento se apoderó de sus miembros y sus costados suaves se cubrieron con una delgada corteza. Su cabello se convirtió en hojas y sus brazos en ramas. Sus pies, hasta ahora tan suaves, se convirtieron [64] en nudosas raíces, y su cabeza no era ya sino la copa de un árbol Sólo quedó su fulgurante belleza.”15

Éste es, sin duda, un final triste y sin recompensa. Apolo, el sol, el dios del tiempo y de la madurez, abandonó su persecución y en cambio denominó al laurel su árbol favorito y recomendó irónicamente sus hojas a los que confeccionaban las coronas de la victoria. La joven se ha­bía refugiado en la imagen de su padre y allí había encontrado protección, como el marido fracasado cuyo sueño de amor maternal lo preservaba del estado que entrañaba el unirse a una esposa

lunes, 26 de abril de 2021

la llamada - Príncipe Gautama Sãkyamũni

 




El joven príncipe Gautama Sãkyamũni, el Futuro Buddha, había sido protegido por su padre de todo conocimien­to de la vejez, de la enfermedad, de la muerte y del mo­nacato, porque temía despertar en él pensamientos de renunciación a la vida, pues había sido profetizado a su na­cimiento que sería el emperador del mundo o un Buddha. El rey, prejuiciado en favor de la vocación real, dio a su hijo tres palacios y cuarenta mil bailarinas para conservar su mente apegada al mundo. Pero esto sólo sirvió para adelantar lo inevitable, porque cuando era relativamente joven, su juventud consumió todos los campos de los goces carnales y maduró para la otra experiencia. Cuando el príncipe estuvo preparado, los heraldos aparecieron auto­máticamente:

“Cierto día el Futuro Buddha deseó ir al parque y le dijo a su cochero que alistara la carroza. El hombre trajo una carroza elegante y suntuosa y después de adornarla rica­mente, colocó en los arneses cuatro hermosos caballos de la sangre de Sindhava, tan blancos como los pétalos de los lotos blancos, y anunció al Futuro Buddha que todo estaba preparado. El Futuro Buddha subió a la carroza que era como un palacio para los dioses y se dirigió al parque.

‘El momento de la iluminación del príncipe Siddhartha se acerca —pensaron los dioses— debemos hacerle una se­ñal’, y convirtieron a uno de ellos en un anciano decrépito, con los dientes rotos, el cabello gris, el cuerpo torcido e in­clinado, que se apoyaba en un bastón y temblaba, y se lo mostraron al Futuro Buddha, pero en forma que sólo él y el cochero pudieran verlo.

Entonces el Futuro Buddha dijo a su cochero: ‘Amigo, dime quién es este hombre. Ni siquiera su pelo es como el de los otros hombres.’ Y cuando oyó la respuesta, dijo: ‘Vergüenza de nacer, si todo aquel que ha nacido ha de hacerse viejo.’ Y con el corazón agitado regresó y ascendió a su palacio.

‘¿Por qué ha regresado mi hijo tan pronto?’, preguntó el rey.

Señor, ha visto a un viejo —fue la respuesta—, y porque lo ha visto quiere retirarse del mundo.’

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‘¿Quieres matarme, que dices esas cosas? Que prepa­ren inmediatamente unas representaciones para que las vea mi hijo. Si podemos lograr que disfrute del placer dejará de pensar en retirarse del mundo.’ Entonces el rey mandó que su guardia se extendiera media legua en cada di­rección.

Otro día, que el Futuro Buddha deseó ir al parque, vio a un hombre enfermo que los dioses le habían enviado y habiendo hecho la misma pregunta, regresó con el corazón agitado y ascendió a su palacio.

El rey hizo la misma pregunta y dio la misma orden que había dado antes y aumentó su guardia y la colocó a tres cuartos de legua en redondo.

Y otro día que el Futuro Buddha volvió al parque, vio un hombre muerto que los dioses le habían enviado y habiendo hecho la misma pregunta, regresó con el corazón agitado y ascendió a su palacio.

Y el rey hizo la misma pregunta y dio las mismas órdenes que había dado antes y extendió la guardia de nuevo y la colocó una legua en redondo.

Y otro día en que el Futuro Buddha volvió a ir al par­que, vio un monje, cuidadosa y decentemente ataviado, que los dioses le habían enviado y le preguntó a su cochero: ‘Dime, ¿quién es ese hombre?’ ‘Señor, ése es uno de los que se han retirado del mundo’, y el cochero empezó a cantar las alabanzas del retiro del mundo. La idea del retiro del mundo fue del agrado del Futuro Buddha.”9

Este primer estadio de la jornada mitológica, que hemos designado con el nombre de “la llamada de la aventura”, significa que el destino ha llamado al héroe y ha transferi­do su centro de gravedad espiritual del seno de su sociedad a una zona desconocida.


9 Reproducido con el permiso de los editores de Henry Clarke Warren, Buddhism in Translations (Harvard Oriental Series, 3; Cambridge, Mass., Harvard University Press, 1896), pp. 56-57.